La experiencia Fluxus
Una larga historia con muchos nudos
17 mayo, 2007 02:00A la derecha: D. Roth: Liebre de excremento de conejo, 1972-1987
La imagen más popular de Fluxus es la destrucción de un piano. Este gesto iconoclasta, ya convertido en anónimo, ha sido parodiado en viñetas, tiras cómicas y gags televisivos ejemplificando la excentricidad del arte contemporáneo, en donde "todo vale". Por primera vez fue ejecutado en un museo por G. Maciunas, D. Higgins, W. Vostell, B. Patterson y E. Williams bajo la partitura de Philip Corner Piano Piece en 1962, en el marco del Primer Festival Fluxus. Gracias a los "flux-filmes" editados por Maciunas podemos verlos en esta estupenda exposición, perfectamente trajeados, alrededor del piano de cola, interpretando con simulada precisión aquella pieza que, entre otras manipulaciones, incluía la utilización de una sierra y el aplastamiento de la caja con un tiesto, hasta su descoyunto total. Pero también, la reacción del público: rostros de jóvenes y no tan jóvenes educados con espontáneas carcajadas mientras otros quedan serios, o indiferentes.Con el tiempo, el juicio respecto a Fluxus entre el público entendido y los profesionales del arte sigue dividido: mientras unos lo consideran una broma pesada y el origen de todas las deficiencias en una incomprensible pero persistente tradición de fracasos, otros lo reverencian como "el movimiento artístico más radical y experimental de los sesenta", es decir, el punto de partida del arte contemporáneo strictu sensu. ¿Pero no son ambas posiciones demasiados serias? ¿Dónde quedó la expectación, la sorpresa y esa saludable risa, fruto de la liberación de convenciones y tabula rasa para insospechadas invenciones?
La celebración del aquel Festival en Wiesbaden supuso el primer ingreso de Fluxus en el museo, circunstancia -todavía, cada vez- irónica y entonces inconcebible sin el apoyo previo de algunas galerías en donde se promocionaba esta agrupación "intermediae" de creadores -músicos, poetas y artistas- como un movimiento "neodadá" que ya había irrumpido, como un rizoma, en Japón y Estados Unidos. Así arraigó aquel reguero fluido en Alemania, cuyo legado se recoge en esta exposición histórica, fruto de las celebraciones de treinta años de Fluxus en 1992, que tras dilatada itinerancia por fin llega a España.
Tardía, pero oportuna. Periódicamente hace falta una exposición colectiva fluxus (la última, en su cuarenta aniversario, Fluxus y Fluxfilms, en el Reina Sofía) para recordar la frescura y espontaneidad, el humor y el sentido poético de aquellos humildes "events" (la traducción "acontecimientos" suena demasiado rimbombante) y de esas modestas piezas (desde entonces ya no "obras") que nos confirman que el conocido lema beuysiano "cada hombre, un artista" es posible: siempre que se pueda ser algo iconoclasta, desenfadado, abierto y espontáneo en cuestiones de creatividad. Fluxus fue el ataque frontal y más contundente a la mercantilización e institucionalización del sistema moderno del arte: a su fetichización basada en la originalidad y unicidad de su autoría. Events y piezas, contenidas en las duchampianas cajas fluxus, entonces de barata comercialización, componían un pack de "juegos reunidos" para ser activados -reproducidos- y activar la capacidad lúdica -creativa- del participante. Por otra parte, seguramente sin la contribución de "grandes maestros", como el propio Beuys, Cage, Vostell o Paik, Fluxus no habría pervivido en los museos.
Sin ser exhaustiva -apenas roza la confluencia con los Nouveaux Réalistes, con Daniel Spoerri-, además de faltar otros significativos -p. e. Yoko Ono, aunque la representación "oriental" es compensada con Takako Saito-, esta exposición demuestra una vez más que mucho de lo que ofrecen artistas actuales es una puesta en limpio grandilocuente de aquellas "ocurrencias". Como ya se planteó en las celebraciones de hace quince años, En el espíritu de Fluxus (en la Fundación Tàpies), todo lo que se muestra aquí, documentos gráficos y audiovisuales, cajas y objetos, tiene cierto aire de "reliquia": con el reclamo emocional de la verdad incontestable de una experiencia sin concluir.