Wyndham Lewis, diseñador del vorticismo
Wyndham Lewis (1882-1957)
5 marzo, 2010 01:00La masa, 1915
La exposición, primera retrospectiva en nuestro país del artista inglés, reivindica la singularidad y la grandeza de uno de los grandes personajes del siglo XX
La simplicidad de la esfera
De hecho, las telas de la primera etapa de Lewis oscilan entre la abstracción constructivista y la reducción figurativa a la simplicidad geométrica de la esfera (vórtice); aunque en su versátil trayectoria posterior se insinúe una y otra vez el legado primordial de Cezanne, también en su paleta sombría, a la que se ha adecuado el severo montaje de esta exposición. Son magníficos los grandes cuadros constructivistas el Taller y, en especial, La masa (The Crowd, 1915) (versión abstracta de la Metrópolis enloquecida de Grosz) y ya, definitorios de su propio estilo lineal, las pregnantes postales de la Gran Guerra. Pues Wyndham Lewis, pintor y escritor, halla su terreno para la expresión plástica en la proximidad a los géneros de la caligrafía y del boceto escenográfico. Tras la contienda, se redobla la línea, más orgánica y flexible, en una suerte de nueva claridad, limpia y hedonista, con dibujos de desnudos femeninos y una serie excepcional de mujeres lectoras, intelectuales e independientes.
Sin embargo, el moralismo escudriñador del pensador Lewis, cuya formación intelectual está modelada por el pesimismo de Schopenhauer y el individualismo nietzscheano, le conducirá a una etapa en la que se autorretrata como El Enemigo, con amarillos y verdes que -como en Van Gogh- extreman la ansiedad rayando la locura y que anticipan el lustro negro (1926-1931) de Lewis, cuando el artista se aleja de la pintura ("una actividad más saludable que la escritura") para entregarse a una febril etapa de publicaciones polémicas -entre las que se halla un ensayo sobre Hitler como "hombre de paz" y la defensa del fascismo golpista en España- y que, pese a su ulterior cambio ideológico, lastrarán su prestigio de por vida, que termina casi en la pobredumbre, y prácticamente hasta la actualidad, convirtiéndole en el "caso Lewis".
Sismógrafo de su tiempo
Pero Wyndham Lewis mantiene siempre a flote el perfil de vanguardista tout court. A través de su obra, reconocemos los intereses compartidos con tantos colegas: las escenas de cabaret, el viaje al exótico norte de África, el paraíso utópico de las bañistas. Así como las oscilaciones entre los estilos que se suceden, como el decó en los apretados totems casi caligráficos, tan próximos a Frank L. Wright, otro genio oscuro de la época. Y aún después de 1936, la misma capacidad de sismógrafo de su tiempo, con imágenes anticipatorias y estremecedoras de los horrores del nazismo: de los desplazamientos de judíos y de los crematorios, que ablandan su estilo hasta un onirismo profético cuya raíz remonta a William Blake.
Y todavía hay una faceta por la que Lewis ha pasado a la Historia del Arte del Siglo XX: la galería de retratos de intelectuales de los años treinta. Adaptando la nueva objetividad alemana a sus dotes como caricaturista -todo calígrafo lo es-, lega a la posteridad la faz de sus amigos "vencedores": Ezra Pound, T.S. Eliot, James Joyce, Rebecca West, entre otros.