Helmut Dorner, pintura líquida
Helmut Dorner
28 mayo, 2010 02:00Vista de la exposición
Entre la generación de pintores de los años 80 del siglo XX que iniciaron su trayectoria bajo el escenario de la "muerte de la pintura", el alemán Helmut Dorner (Gengenbach/Baden, 1952) halló su propia supervivencia en una pintura de formas modestas, aisladas y suspendidas que, una década más tarde, se concretaría en su utilización del plexiglás como soporte rígido y no absorbente de manchas irregulares, informes y sin embargo, a menudo, de emulación orgánica, cuya descomposición retiene la impresión de la pintura recién derramada, del acto de pintar; es decir, pintura vibrante y, si se quiere, viva.Pintura, además, heredera del Grand Verre de Duchamp, incidiendo en la ruptura de la tradición de la pintura como ventana, plano autónomo y representación autosuficiente. Y pintura objetual, interesada en la superación de la bidimensionalidad indagada por otros contemporáneos, "pintores" y/o "escultores" como Imi Knoebel o Katharina Grosse, por mencionar únicamente algunos del entorno alemán. Desde entonces, Dorner se convirtió en un habitual en las colectivas europeas y referencia imprescindible en las revisiones de la nueva emergencia de la pintura que se ha ido confirmando en los últimos años, también en España. Habitual, además, en la galería Heinrich Ehrhardt -ésta es su cuarta exposición desde 1998- el trabajo de Dorner es bien conocido en nuestro país.
En esta última entrega, con obra de los últimos dos años, la variación estriba en la capa lechosa que cubre la superficie, facilitando la suspensión de las formas en el espacio y la atenuación algodonosa -en sfumatto, se diría en pintura antigua- de las sombras. Una capa que en algunas pinturas se insinúa, para el observador atento, arrancada mediante décollage y erosionada y en la que, en algún cuadro, se ven líneas sueltas y perdidas en grafito, huellas crudas del dibujo disperso a mano del pintor. Por otra parte, las oleadas de pintura azarosas y espontáneas, que en años anteriores cubrían casi toda la superficie, se han convertido en goterones sueltos junto a otras manchas informes ahora recortadas por una línea limpia, con exactitud geométrica. Algo que es de máximo interés, al ofrecer la clave, es decir, al declarar -por contraste- más abiertamente la cualidad de la pintura de Dorner: la blandura, que podemos ver en los dos pequeños óleos cuyos trazos de pintura parecen derretidos, como si se tratara de una sustancia sensible al calor. El conjunto de las obras de la exposición componen, así, un perfecto pendant. Frialdad escuálida de las lacas de gama cromática ácida, planas, brillantes y vibrantes sobre la superficie de plexiglás frente a los brochazos en óleo, cruzados y sobrepuestos, de empalagosa textura sobre un lienzo que abriga el soporte firme pero cálido de la madera: transparencia y densidad matérica. Y, en ambas, la misma blandura y visualidad resbaladiza. Pintura líquida en la que ahora las formas en su composición se muestran más desasistidas y desprenden más incertidumbre y tristeza. Porque las imágenes de Dorner nada tienen que ver con las golosinas gelatinosas, lúdicas y decorativas de su coetáneo Peter Zimmermann, por ejemplo. Más bien son, como diría entonces Adorno del expresionismo alemán, representación o "contenido de verdad" de la degradación de los tiempos. En nuestro caso, los de la Modernidad líquida, descrita por Zygmunt Bauman. Aunque a Helmut Dorner en su clase en la Academia de Karlsruhe, como a su maestro Gerhard Richter en Düsseldorf, sólo le interese hablar de teoría de la pintura.