Image: Cristina García Rodero

Image: Cristina García Rodero

Exposiciones

Cristina García Rodero

"Me meto en la vida de la gente sin que nadie me invite"

12 noviembre, 2010 01:00

Cristina García Rodero. Fotografía de José Aymá

Galicia es el tema y el fondo de las fotografías que Cristina García Rodero ha seleccionado para la exposición que, el próximo 18 de noviembre, inaugura en el CGAC de Santiago de Compostela. Imágenes gallegas de una artista universal, viajera infatigable que, con más de una docena de premios en su haber, ha sido la primera española en pisar Magnum.

Acaba de cumplir 61 años y es la única representante española en la Agencia Magnum, en la que ingresó hace poco más de una año. La vida de Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949) poco o nada ha cambiado desde entonces ("llevo haciendo fotos desde los 20 años, es difícil cambiar ahora", dice) pero reconoce que las entrevistas se han multiplicado ("y no me gusta hablar de mí, lo que tengo que decir lo hago a través de las imágenes, pero soy incapaz de decir que no, de negarle el trabajo a nadie"). Y es así siempre. Generosa, abierta, de hablar tranquilo pero con un tono de determinación que le delata como una mujer muy segura de sí misma y de su trabajo: "Para hacer estos reportajes hay que tener una voluntad muy fuerte porque son muchas las dificultades", dice. Lleva una semana de locos, del laboratorio a La Fábrica Editorial, responsable del libro que acompaña a la exposición del CGAC, y de ahí al enmarcador. Movida por su afán perfeccionista, lo supervisa todo y sentencia: "El trabajo de un fotógrafo es de absoluta dedicación".

-¿Cómo surge esta muestra en Galicia?
-Los organizadores del Año Xacobeo me llamaron para proponerme una exposición y, por otro lado, yo siento la necesidad de mostrar las fotografías que he hecho en Galicia: me gustaría que se quedasen allí. Me pasa casi siempre. Me gusta mostrar el trabajo en el lugar del que salió. Es una necesidad, un deber de devolver todo lo que ellos me han dado. Quise hacerlo en Haití pero no había sala, en Venezuela estuve a punto, pero al final tampoco pudo ser. También me parece importante que se vea, a lo largo de los años, el recorrido por las fiestas a las que vuelvo una y otra vez.

Sin dormir en Galicia
-¿Recuerda su primera visita a Galicia?
-Creo que fue en septiembre de 1974, a la romería de Nuestra Señora de los Milagros de Amil, en Pontevedra, y a partir de ahí comencé a ir con asiduidad. Galicia era una tierra muy desconocida para mí. Mi padre era del sur y siempre viajábamos hacia allí. Supongo que conocer esa parte de España entrañaba más misterio. Eran viajes muy largos y aprovechaba las noches para desplazarme. Las romerías y fiestas solían celebrarse los fines de semana y volvía a Madrid los lunes por la mañana para poder dar clases. Mis recuerdos de entonces están muy unidos al expreso Rías Bajas y a noches sin dormir. Después de ocho años ¡por fin pude comprarme un coche! Empecé con las carencias que una persona de 24 años, pasaba las noches en vela, luego en literas y ahora duermo en cama…

-Y la exposición ¿empieza con ese primer viaje?
-Sí, son fotografías realizadas entre 1974 y 1996. Pero también hay imágenes nuevas. Este año he vuelto a Galicia. Me había centrado en la romería y el carnaval y he querido volver a la lonja, a estar con las mariscadoras, a fiestas nuevas... Es tanto el material que ha llevado mucho tiempo editarlo, ponerlo en orden, recordar todo lo que había hecho y escoger lo mejor dando una visión completa.

-No habrá sido fácil elegir entre miles de imágenes...
-Para un fotógrafo la edición es la parte más complicada. En mi caso hay mucho afecto hacia los lugares, hacia las personas y cuesta mucho distanciarte. La edición puede arruinar un trabajo si se hace mal. También me ha ayudado Juan Manuel Castro Prieto, él ha hecho los positivos, y sus consejos valen mucho, no sólo como positivador, también como el gran fotógrafo que es. Yo he hecho una primera edición y luego el comisario, el director del CGAC, Miguel von Hafe, ha hecho el resto.

Esta vez son carnavales, peregrinaciones, romerías en tierras gallegas, señoras de negro, cruces y flores, niñas en campos abiertos... Imágenes de la España más rural. Pero bien podrían ser ritos budistas o sacrificios hindúes, cuerpos negros empapados o mujeres desencajadas por el dolor. Porque a Cristina García Rodero no le importa tanto el lugar como el alma de la gente que lo habita: "Lo que me mueve es el deseo de conocer y de entender a los otros". Un deseo que le ha llevado a Venezuela, donde llegó siguiendo a los fieles del culto a María Lionza; a la India, hipnotizada por los hombres sagrados de Kumbha Mela; a Cuba y Haití para acercarse al vudú; a la posguerra de Kosovo o Georgia; a Polonia o a Grecia. Y casi siempre sola… "Sí, el 90 por ciento de las veces -cuenta-. Aunque también he viajado con compañeros, con amigos, incluso con mi madre. Pero sobre todo sola. El ritmo de un fotógrafo sólo lo puede llevar otro fotógrafo. A los demás les cuesta trabajo, la espera, el clima, los viajes largos, el dormir y comer cuando y donde se puede. Sólo la ilusión, la vocación y el deseo de realizar un buen trabajo te hace aguantar".

-¿Siente que ha tenido que sacrificar mucho?
-Sobre todo la comodidad, la tranquilidad, el invertirlo todo en la fotografía. Mi vida podía haber sido más tranquila, pero todo lo que he encontrado ha merecido la pena.

-¿Y qué le lleva a elegir sus destinos?
-Es siempre el deseo de conocer, de saber más, aunque, claro, no todos te interesan de la misma forma. A veces un país te lleva a otro o un ritual te lleva a otro y terminas enamorándote del país. A Haití, por ejemplo, fui porque me interesaba mucho la relación del hombre con la naturaleza, el trance, el vudú que es tan desconocido... La fuerza de Haití me capturó y estuve trabajando allí hasta que cayó Aristide.

La dificultad del final
-Cuando esto ocurre el trabajo se puede prolongar 10 o incluso 15 años, es mucho tiempo... ¿Cuándo considera un trabajo acabado?
-Como la edición, el saber poner punto y final, es una de las cosas más difíciles. Para una persona perfeccionista como yo es difícil saber cuándo cortar. Incluso cuando acabo un trabajo quiero volver al lugar. De hecho, quería ir a Haití este año para el día de difuntos y el cólera es lo que me ha frenado. He vuelto también a la montaña de Sorte, en Venezuela, aún después de dar por cerrada la serie.

-Muchos califican su obra de documentalista, de trabajo antropológico. ¿Cómo la definiría usted?
-Yo me considero una creadora, haga reportaje o lo que sea. Desde niña quería crear. De pequeña lo que soñaba era bailar, después pintar y al fin descubrí que era la fotografía la que me ayudaba a contar, a realizar una obra coherente, forjada a lo largo de una vida, a tener un lenguaje y un estilo propios. El reportaje es una escuela de aprendizaje. Uno aprende a sobrevivir, a relacionarse con los demás y a fortalecer la voluntad, porque son muchas las dificultades.

Si algo tienen en común las imágenes de García Rodero es la cercanía a esos personajes que voluntaria o involuntariamente se prestan para posar ante su cámara. La fotógrafa es capaz de entrar en un bautizo o en un entierro, de acompañar a los peregrinos o de presenciar desde primera fila un rito ancestral. Y en todos los sitios pasa desapercibida. ¿Cómo lo hace?
-Depende del espacio donde estés. Si es en un espacio abierto, compartiendo con ellos las jornadas de peregrinaciones, si hay que entrar, pidiendo permiso e intentando molestar lo menos posibles. La primera palabra que suelo aprender en otro idioma es "gracias", porque me meto en sus vida sin que nadie me llame y el ser aceptada es motivo de agradecimiento y deuda hacia ellos. También ha habido negativas. Recuerdo en el Kumbha Mela, en la India, cómo los policías nos daban golpes y se reían. Fueron muchas las veces que me echaron pero más las veces que volví a entrar, porque tenía que fotografiar a los hombres sagrados. Aprendes a tener determinación, voluntad y paciencia.

-¿Cuál es su relación con la fotografía digital?
-Mala, empecé a utilizarla porque trabajaba en Venezuela en un ritual con fuego. No había apenas luz y estaba prohibido usar flash. Compré una cámara digital y eso me permitió trabajar. Todos los avances son buenos pero cuando llevas 35 años trabajando de una manera es difícil cambiar. Con la cámara digital no tengo problema pero no me gustan los ordenadores. A mí me gusta la aventura, el viaje, conocer gente. No quiero estar sentada en casa frente a la pantalla y en la fotografía digital la posproducción es muy lenta.

En la posguerra de Georgia
Ella, en cambio, es rápida y en poco tiempo resume su vida y sus opiniones. A pesar de su acercamiento constante a los distintos cultos y creencias, no se considera especialmente religiosa ni espiritual. Reconoce llevarse bien con los fotógrafos de su generación y visitar habitualmente exposiciones ("Si sales mañana por Madrid hay un montón de muestras de fotografía y de calidad"). Se queja de mala memoria pero no falla con las fechas de sus viajes y si tiene que elegir un trabajo se queda con un encargo, el que Médicos sin Fronteras le hizo en 1995: "Me fui con ellos a Georgia, recién terminada su guerra civil. Me recordó mucho a la España de posguerra. Volví en 1998 y, cuando estalló la guerra de Osetia del Sur en agosto de 2008, volví otra vez".

Su último viaje fue a Galicia "para estar con las mariscadoras de Noia. Mujeres que están horas en el agua, haga frío, viento o marea". ¿Y su próxima parada?
-Mi próximo viaje será a Palencia, a recoger un premio. Después iré a Praga y más tarde volveré a Cuba.