Lo mejor de Hopper
Muy reconocibles, algunas, y especiales y distintas, otras, el comisario español Tomàs Llorens, encargado de la exposición junto a su colega francés, Didier Ottinger, ha seleccionado para El Cultural, las ocho imprescindibles que pueden verse en el Thyssen. Aquí están en orden cronológico.
Soir bleu, 1914
Whitney Museum of American Art, Nueva York
Pintado en 1914, es con diferencia el cuadro más ambicioso realizado por Hopper hasta ese momento. La escena resume las impresiones que el pintor había recibido en París durante sus estancias de 1907, 1909 y 1910. El perfil del personaje de barba roja situado a la izquierda recuerda a Van Gogh -la obra del pintor holandés acababa de obtener un gran éxito en Nueva York en el Armory Show de 1913-, y el clown que ocupa un lugar central en la composición es sin duda un autorretrato. El título, que Hopper escribió en francés, es una cita literal del primer verso de un poema de Rimbaud. La atmósfera del cuadro, sin embargo, evoca "l'heure exquise" de Verlaine.
Casa junto a la vía del tren, 1925
MoMA, Nueva York, donación de Stephen Clark
Es uno de los mejores ejemplos del paisajismo urbano con el que Hopper iba a conquistar rápidamente una posición de primer nivel en el mundo artístico norteamericano. Pintado poco después de la primera exposición individual del artista en la Rehn Gallery de Nueva York, el cuadro fue adquirido a comienzos de 1926 por el influyente coleccionista Stephen Clark. Cuando tres años más tarde Clark pasó a formar parte del grupo de patronos fundadores del MoMA, lo donó y la obra fue aceptada como primera piedra de la futura colección del museo neoyorquino. En 1960 Hitchcock tomó de él la imagen del hotel donde se desarrolla la trama de Psicosis.
El Loop del Puente de Manhattan, 1928
Addison Gallery of American Art, Phillips Academy, Andover (Massachussets), donación de Stephen Clark
Los puentes suspendidos que unen Manhattan y Brooklyn cruzando el East River son grandes hitos de la ingeniería metálica que fueron (y siguen siendo) imágenes frecuentemente reproducidas en tarjetas postales. Hopper, que había dedicado un cuadro al Puente de Queensborough en 1913, volvió sobre el tema a finales de los años 20 con una serie de acuarelas y óleos. Éste es el de mayor tamaño y el más elaborado de la serie. En esa época la plataforma superior se comenzaba a acondicionar para instalar una línea de tranvía llamada Loop; pero nunca se terminó. Hopper transforma la monumentalidad del gran puente en pura inhospitalidad.
Habitación de hotel, 1931
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
1930 fue para Hopper un año afortunado, tanto en términos económicos como de recepción crítica de su obra. El éxito le alentó a emprender Habitación de hotel, su cuadro más ambicioso hasta entonces. Su realización le mantuvo ocupado durante los primeros meses de 1931. Hopper transforma la estrechez de la habitación de un hotel barato en una sucesión de planos de color horizontales y verticales ordenados a lo largo de una diagonal que conduce a la ventana del fondo. Allí un estor medio levantado ofrece la única apertura al exterior, pero el rectángulo negro de la noche devuelve la mirada al primer término. Una mujer joven, sentada en la cama en ropa interior, permanece inmóvil bajo la intensa luz eléctrica leyendo un papel.
Habitación en Nueva York, 1932
Sheldon Museum of Art, Universidad de Nebraska, Lincoln (Nebraska) F.M. Hall Collection
Un hombre sentado en una gran butaca roja junto a una mesa redonda lee un periódico mientras, frente a él, una mujer joven, vestida también de rojo y sentada en un taburete, se vuelve para pulsar, aburrida, una tecla de piano. Es de noche y la habitación está intensamente iluminada por una lámpara de techo. Vemos la escena desde la calle a través de una ventana abierta. Muchos años después, en 1950, el pintor Charles Burchfield recordaba la tensión narrativa del cuadro: "Ese elemento de silencio que parece impregnar todos y cada uno de sus cuadros importantes [los de Hopper]... puede llegar a ser casi asesino -como en Habitación en Nueva York-".
Amanecer en Pensilvania, 1942
Terra Foundation for American Art, Chicago
El lienzo tiene el formato exageradamente horizontal de las marinas. El pintor acentúa esa horizontalidad con un encuadre que subraya la continuidad del espacio a derecha e izquierda, en la dirección de las vías de tren que constituyen el tema principal. La metáfora ferroviaria, tan frecuente en Hopper, encuentra aquí su expresión más dura. Incluso en términos físicos. Como comentó su mujer, Josephine Nivinson, el pintor quería transmitir "la dureza de ese andén de hormigón", o la de ese último vagón cortado por el borde del lienzo, que "parece pesar como si fuera de plomo".
Mañana en Carolina del Sur, 1955
Whitney Museum of American Art, Nueva York, donado en memoria de Otto L. Spaeth por su familia
A partir de los años 50 la producción de Hopper disminuye. Mañana en Carolina del Sur es el único óleo que el artista pintó en 1955. Hopper, que casi nunca hablaba de su pintura, hizo una excepción. Contó que el cuadro estaba basado en el recuerdo de su encuentro con una mujer joven que vivía en una casita de madera cerca de la playa y salió un día a la puerta para verle pintar. Ese encuentro, según Hopper, se remontaba a 1929. Quizá es esa distancia en el tiempo lo que explica el magnetismo onírico de una imagen que parece extraida de un cuento tardío de Faulkner y que está pintada con la candidez de Giotto.
Dos cómicos, 1966
Colección privada
Es el último cuadro de Hopper. Tanto el pintor como su mujer pasaron hospitalizados una buena parte del año en que fue pintado. Por si cupiera alguna duda, Josephine confirmó a Lloyd Goodrich, director del Museo Whitney, que se trataba de un autorretrato. A través del recuerdo de la poesía de Verlaine, a la que era tan aficionado, Hopper evoca las escenas de commedia dell'arte que Watteau solía situar en el rincón de algún gran parque palaciego. Ahora la pareja de cómicos se despide del público. Se han apagado las luces y sus frágiles figuras blancas se recortan en la oscuridad. Como escribe Josephine, el escenario es tan alto e imponente que parece la borda de un transatlántico cuando lo vemos desde el muelle en el momento de zarpar.