Tensa calma de Jean-Marc Bustamante
Calma blanca
28 septiembre, 2012 02:00Vista de la exposición en la Sala Alcalá 31
En tanto elude referentes narrativos y se ofrece como una obra abierta a las eventuales resonancias en cada espectador, del conjunto se desprenden indicios de los resortes constructivos que suele emplear para poner en entredicho la propia representación, y, a partir de ahí, desencadenar una gama de sensaciones y sentimientos donde pueden entrar en juego el equilibrio, el humor, el entusiasmo, la nostalgia y combinaciones de otras tantas sensibilidades confrontadas, para cuya experiencia reclama la actitud de una "calma blanca": una bella metáfora, y dinamizadora, para el momento de demora y aplazamiento por el que ahora nos deslizamos. Aunque ya desde el comienzo, Bustamante se instaló en la incertidumbre ante la representación: ¿qué merece ser representado y para qué?; o bien, ¿cómo puede la imagen salvarse y disfrutar de los privilegios acumulados por la tradición artística en la disputa con la multiplicación de las imágenes que nos torpedean desde la pantalla total? Y emprende su indagación precisamente con la fotografía, entonces el medio más erosionado y corrosivo para la pintura.
Sueño perfecto (2005) y LP V (2000)
A partir de 1977 comienza a fotografiar cuidadosamente zonas periféricas en España. Con una cámara de gran formato registra la imagen más antigua que hallamos en esta exposición: un barrizal hollado, orillado por desechos de construcción, tras el que vemos el campo de espigas silvestres y más allá, casi insinuado, en la línea azul del horizonte, un pinar. Lo que normalmente desecharíamos, casi nos impide ver lo que deseamos, allí donde se desplaza nuestro anhelo. Esta fotografía, como las que seguirá haciendo en sucesivas series, está casi quemada: un hálito del poder de la luz mediterránea, cegadora, proyectada sobre el encuadre de un lugar demasiado corriente, indiferente e indeseado, que después enmarca a sangre, como una pintura, y denomina tableaux (cuadro).
Esta y otras modalidades de las estrategias de extrañeza, impedimento y detención de la mirada son una constante en su trabajo. En las fotografías, cualquier pre-texto se interpone, ya sean vallas o máquinas. También, horizontes oblicuos desestabilizan la percepción de la imagen. Exactos desajustes del diafragma obligan a nuestra mirada a balancearse en el intervalo. Casi escondida, hallamos la fotografía de un enardecido y muy bello paisaje de cipreses en una caja, aparentemente de cartón -pero que es de piedra-, junto a cajas apiladas en el suelo que guardan otros secretos. Lánguidas siluetas de "árboles de navidad", en un montaje que se finge desordenado, molestan la pretensión de abarcar el conjunto de fotografías de un vistazo.
Desde los 90, Bustamante también ha cuestionado la pintura con Panoramas que, pese a su factura digital e industrial, contestan a la imagen mediática, no son apreciables en su reproducción y se prolongan con ironía entre sus sombras en el muro. Mientras, sus "esculturas" a lo largo de esta década, Triunfos y Sueños perfectos, fingen lienzos, de acero y recortados manualmente, bajo los que refulge el color. Otras piezas, como las mesas con cirios, de construcción simétrica, derivan a la indagación entre orden y aleatoriedad, a partir de un motivo icónico de gran calado en la tradición religiosa. Porque, aunque en intensa confrontación con la escena artística contemporánea, su trabajo de epidermis liviana se alimenta también, subterráneamente, de nuestra tradición artística: desde la iconografía cristiana a Saenredam, Matisse y Duchamp, surrealistas como Magritte y expresionistas abstractos como Jasper Johns, por citar algunas evocaciones que salen a nuestro encuentro.
Organizada por el comisario José Jiménez en torno a tres núcleos, resulta de gran intensidad la reinstalación de algunas de las fotografías presididas por el Tiovivo que protagonizaron el Pabellón de Francia en la 50 Bienal de Venecia. Con todo, el "corazón secreto" de esta exposición, nos dice, se halla en la única sala clausurada a la visión desde la balconada superior. Allí nos aguardan los pajarillos mandarín, en la suspensión de un pentagrama.
No se dejen engañar, el artista tampoco lo desea, y disfruten: tómense un momento más y descubrirán proporciones y formas geométricas exactas, entre las que oscilan, pendidos, emociones y pensamientos.