Colección Masaveu, santos y tentaciones
CenroCentro acoge la colección de 63 obras que Pedro Masaveu comenzó en los años cuarenta
13 diciembre, 2013 01:00El campamento de Holofernes, 1538 de Mathis Gerung.
El Grupo Masaveu es un gran emporio empresarial con actividades muy variadas que se construyó sobre la base de negocios bancarios e industriales (cementera Tudela Veguín)... Pedro Masaveu inició en serio la colección de arte en los años cuarenta, con el asesoramiento del prestigioso historiador del arte Enrique Lafuente Ferrari. Tuvo dos hijos, ambos sin descendencia, María Cristina y Pedro, quien acrecentó en gran medida la colección aunque, dicen, con menos rigor; cuando este murió en 1993, María Cristina tuvo que pagar 11.000 millones de pesetas en impuestos de sucesión, parte de ellos mediante una dación de 410 obras de arte que fueron destinadas al Museo de Bellas Artes de Asturias tras un largo litigio con la Comunidad de Madrid, que llegó al Supremo. La actual colección, de la que procede lo mostrado en CentroCentro, es propiedad del grupo empresarial y está compuesta por unas 1.500 obras; sigue creciendo -sobre todo con pintura y fotografía contemporánea- y es gestionada desde abril de este año por la Fundación María Cristina Masaveu, que se ha propuesto difundirla y explotarla. Hemos tenido en Madrid, antes, otra actividad organizada por esa fundación: la exposición sobre Asturias de García-Alix en Conde Duque.Estas 63 obras vienen en gran parte desde el palacio de la familia en Siero y han sido seleccionadas por Ángel Aterido. Los responsables de CentroCentro han promocionado la muestra como un "minimuseo del Prado" y la esgrimen como baza para pedir que el Paseo del Prado sea considerado Patrimonio de la Humanidad. Es todo muy exagerado. Sorprende que en una selección de solo 63 obras (aproximadamente el 4% de una colección tan sonada) no todas sean de primera categoría. Hay una docena de obras excelentes, un grupo con elevado valor histórico y/o artístico, y otro de piezas de relleno. Cal y arena. Las tentaciones de San Antonio, de El Bosco, y El campamento de Holofernes, de Mathis Gerung, son dignas del mejor museo y valen solas la visita. Deténganse además en el pequeño Descendimiento románico leonés, el San Bernardino de Jacomart y el excepcional, por raro, San Onofre de Bartolomé del Castro. Las obras expuestas son en su gran mayoría religiosas y más bien tristonas, por lo que estos picos de originalidad brillan especialmente. El tríptico con donantes de Joos van Cleve, la Magdalena de El Greco (y taller), la Santa Catalina de Zurbarán, el San José de Alonso Cano, el Santo Domingo de Murillo o la Sagrada Familia de Escalante están también entre lo mejor de la selección.
Aterido, que es un historiador serio (le recordarán como comisario de la muestra sobre El Labrador en El Prado) ha planteado un recorrido cronológico estructurado según la evolución de los materiales de los soportes: talla de madera, tabla, lienzo. No es una perspectiva que aporte gran cosa a la explicación de la colección o a la interpretación de las obras; obedece a la emulación museística mencionada y, eso sí, resultará didáctica para los visitantes más legos. Hemos de reconocerles a los Masaveu la importante misión de repatriación de obras de arte españolas, que compraron durante décadas en subastas celebradas en el extranjero, recuperando, en particular, una gran cantidad de piezas góticas y del primer Renacimiento, producto de unos tiempos en los que los retablos eran desmembrados y vendidos sin miramientos. Pero no se entiende que la loable vocación de difundir un patrimonio semi-oculto pase por el cobro de un porcentaje de la taquilla.