Todos somos Jenny
Ryan Trecartin y Lizzie Fitch. Priority Innfield
11 marzo, 2016 01:00Fotograma de la película Center Jenny, 2013
En 1999, se estrenó El proyecto de la bruja de Blair, una película que, a pesar de ser de muy bajo presupuesto, se hizo pronto famosa. Fue también muy bien valorada por la crítica, tanto que ha aparecido en algunos de esos listados de "mejores películas" que ahora se hacen porque atraen visitantes en las páginas web. El filme llevaba mucho más allá esa ruptura de los límites entre lo real y lo ficticio que caracteriza la experiencia del cine, si es que realidad y ficción son lo mismo, porque al final ambas están igual de construidas. No terminaba de entenderse muy bien qué era lo que se estaba viendo. Si era un documental sobre unos acontecimientos terribles, basado en el material grabado por dos cámaras de vídeo recuperadas en los bosques de Meryland, o un filme de terror psicológico rodado de otra forma, de un modo distinto, nuevo, dirían algunos. Aunque el recurso del metraje encontrado no era en absoluto original.Un año después, Ryan Trecartin (Webster, Estados Unidos, 1981) terminó su película Junior Wars, la más antigua de las que ahora pueden verse en la exposición, la primera en España, que La Casa Encendida dedica a su trabajo en colaboración con Lizzie Fitch (Bloomington, Estados Unidos, 1981). En esta película de Trecartin, ahora proyectada dentro de un teatro que reconstruye de algún modo los escenarios que se ven en la pantalla (obra de Fitch) difuminando así las fronteras entre lo que sucede dentro de la pantalla y lo que ocurre fuera de ella. Se utilizan estrategias similares a las de El proyecto de la bruja de Blair, como el rodaje tembloroso con la cámara en mano o las imágenes nocturnas que convierten a los protagonistas en monstruos de ojos brillantes. Conscientes de que están siendo grabados y que después serán vistos, hablan directamente a la cámara y, por tanto, al que mira. Sin embargo, el terror no lo causa una presencia preternatural, sino que se produce al adquirir algunas de las características de esos reality shows, como Jersey Shore y Gandía Shore, que produjo la MTV años después, y que seguían las andanzas guionizadas de un grupo de "canis" condenados a vacaciones perpetuas.
Los juegos gamberros de esos adolescentes de Ohio, muy next door neighbors, de esa primera película, se convierten en videojuegos en las siguientes, Comma Boat, Center Jenny y Item Falls (2013), que funcionan como una trilogía, la de Jenny, porque hay demasiados personajes con ese nombre. De nuevo, el espectador es incluido en la película a través de esas instalaciones que replican los decoraros e incluyen el atrezo de lo que se ve en las múltiples pantallas, haciéndole consciente de que es un voyeur pero también un participante, un jugador más. Los protagonistas, entre un género y otro, también entre edades, a punto de pasar de un estado a otro, y entre razas, algunas nuevas, fracturando las clasificaciones que pretenden ordenar el mundo y controlarlo, tienen que ir superando pruebas para subir de nivel. Se sigue una narrativa que resulta indescifrable y construye una identidad que se descubre como una acumulación de capas, un palimpsesto digital de ventanas de diferentes programas que se van abriendo y que ya no se pueden cerrar.
Son máscaras, como las de Photoshop, que hablan de cómo hoy las nuevas tecnologías y los lenguajes asociados a ellas dominan nuestra forma de mirar y nuestro modo de ser y estar, transformándonos en sujetos siempre preparados para ser grabados, editados, emitidos y consumidos a gran velocidad, en una realidad que se desvela tan plana como la pantalla de un plasma o un ordenador portátil de última generación. Sexo, mentiras y vídeos de youtube.