Image: Honestidad y sencillez

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Exposiciones

Honestidad y sencillez

El curso natural de las cosas

21 octubre, 2016 02:00

La obra de Betty Woodman en la exposición El curso natural de las cosas.

La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 8 de enero.

La experiencia estética está apegada a momentos. Tan condicionada al lugar y al tiempo, a las circunstancias subjetivas y sociales que cada una sólo reverbera en el palimsesto de las otrora experimentadas, de lo vivido. De aquí la importancia de la oportunidad y de indiciar entre las cuerdas de lo sensible hoy. Es un acierto que esta exposición que enlaza arte y naturaleza se haya programado a principio de temporada, cuando los urbanitas mantenemos aún frescas las sensaciones con los cuatro elementos delas vacaciones estivales.

Lejos de la exaltación romántica que convierte la naturaleza sublime en teodicea hasta llegar a la abstracción -al tiempo que la sitúa como línea axial para el arte moderno-, pero también distante de la búsqueda purista y ansiosa del primitivismo hasta llegar al grado cero que se reitera en las vanguardias en la encrucijada entre la tradición y la amenaza de la "muerte del arte", y descartando una aproximación performativa desde el Land Art, este proyecto comisariado por Tania Pardo arranca del texto Yo trabajo como un hortelano.

Habitualmente atribuido a Joan Miró, su autoría se debe a YvonTaillandier, que transcribe sus conversaciones con el artista en 1959 y ahora ha sido recogido en el catálogo. Allí Miró afirmaba: "Las cosas más simples me dan ideas (...) El arte popular me ha conmovido siempre. No hay en este arte engaño ni trucos. Va directamente a su fin". Y también: "Cada uno debe hacer, con tanta naturalidad como respira. Pero no hay que tener segundas intenciones y querer firmar la respiración". La evocación de esta sencillez que respeta el curso natural de las cosas guía el recorrido por esta saludable y jovial exposición.

Para empezar, en la sala de quienes trabajan con materiales naturales -y que pretende servir de inspiración de creatividad a los visitantes-, destaca la instalación mural del creador local Fernando Buenache, con piedras recogidas que emulan la zoología y hasta el universo, ordenados por la comisaria. La selección del resto de las obras responde, sin duda, al criterio de autenticidad, en el sentido de honestidad, humildad y verdad.

Mathew Ronay: Mound Beings. A la derecha, Karin Ruggaber: Relief #110

Así, el diario de viaje de Herman de Vries, quien como Miró rechaza las mayúsculas de la monumentalidad vacua; el conocido vídeo de Francis Alys, que muestra que la fe mueve montañas, donde siempre impresionan los quinientos voluntarios avanzando en línea la tierra con sus palas; unas pinturas curtidas al mar de Fernando García, que compensan tanta tierra con el agua; y la instalación de Adolfo Schlosser, El cielo sobre la tierra, compuesto por cincuenta troncos y ramas de pino y primer mandala que hallamos en esta exposición. El otro mandala de frágiles hojas de tejidos naturales teñidos sobre el suelo, delicada pieza de Polly Apfelbaum donde perderse, se encuentra en una sala que complejiza el discurso inicial, mostrando su otra cara más reflexiva. Bajo la dialéctica entre contemplación y representación se pretende agrupar propuestas distantes. Lo que menos discrepa del argumento general son los Relieves de Karin Ruggaber que, interesada en las gamas de color urbanas y naturales, con la mezcla de materiales orgánicos e inorgánicos apela a sensaciones táctiles, que evocan recuerdos.

La última sala, "el estallido de color", va a gustar mucho, porque ahí se funden la alegría del juego junto al esmero, la reunión del colectivo y la aventura errante. Y todo ello nos devuelve al insondable semillero del Miró hortelano: entre tantos aportes, a su disfrute con el barro y con objetos encontrados. Y más allá, el diálogo entre obras logra crear un fructífero contexto para comprender la tendencia en la producción de artistas hasta hace bien poco marginales en ese sistema del arte que suele hacer trampas y se queda en la intención de "grabar la respiración".

En su diversidad, son espléndidas las piezas de cerámica de la veterana Betty Woodman y de la mexicana Milena Muzquiz. Y para detenerse, las esculturas de una sola pieza de madera de balsa coloreadas sobre fieltros: un dechado de honestidad y sencillez. Frente a las que los objetos de la joven Elena Aitzkoa, que integran materiales de toda procedencia, son suelas para recorrer mil leguas.

@_rociodelavilla