Joana Cera, más de un segundo
Lapso
10 febrero, 2017 01:00Oración I, 2009
Es la primera vez que Joana Cera Bernad (Barcelona, 1965) expone en una galería en Madrid. Resulta extraño que no lo haya hecho antes porque se trata de una artista que resulta fundamental para entender lo que sucedió en Barcelona durante la década de los 90. Pertenece a esa generación en la que se encuentran también Lluis Bisbe, Alberto Peral o Javier Peñafiel, a los que también hace mucho que no se ve por Madrid y a los que habría que volver a mirar. Quizás ha sucedido así porque la obra de Cera es silenciosa, pide atención pero no lo hace gritos, aunque sus fotografías de sombras de hace años, en las que el motivo queda desplazado y el objetivo mira lo que nunca se ve o se quiere ver, o sus trabajos con pan, en los que contenido y técnica creaban contradicciones que provocaban nuevos significados, puedan aparentar lo contrario por la incomodidad que provocaban en el que observaba.En Alegría muestra algunas de sus esculturas más recientes. En ellas recupera el trabajo en piedra, algo que en la escultura actual no es demasiado frecuente. Construye formas utilizando los contrastes entre los materiales: lo pulido frente a lo que apenas ha sido tocado, lo liso frente a lo arrugado, lo redondo frente a lo anguloso, lo natural frente a lo artificial, al final, lo encontrado frente a lo buscado. Algunas de las esculturas recuerdan a paisajes montañosos en los que la actividad de la Tierra ha provocado acontecimientos inesperados, sucesos de otro tiempo, uno mucho más lento; otras, sin embargo, escapan de cualquier posibilidad de ser encerradas en un género, huyen, se fugan, te trasladan. Puede que todo esté en el que mira y en cómo las percibe, porque algunas de ellas cambian, hay que recorrerlas, no sólo con los ojos sino también con el cuerpo. Invitan a ser acariciadas, aunque no se pueda, sólo podría hacerse con manos de piedra, iguales a esas que se encuentran en otro lugar de la galería y en las que no todo encaja. Son obras duras pero también muy frágiles, como la que está hecha con ese raro mármol bardiglio imperial y que tiene algo de pequeño monumento derribado, un monumento que no se puede levantar, intocable, y que parece ligero pero es muy pesado, como esa Oración I (2009), una suerte de altar minúsculo, con límites de alabastro, en el que es la naturaleza la que ha esculpido o pintado los cristales que la habitan. Todas requieren tiempo, provocan un lapso, que dura mucho más del segundo que marca el reloj de arena mínimo que preside la sala.