Image: Montserrat Soto, lecturas peligrosas

Image: Montserrat Soto, lecturas peligrosas

Exposiciones

Montserrat Soto, lecturas peligrosas

Imprimatur

29 junio, 2018 02:00

Dato primitivo 5-38, 2016. Montserrat Soto. Foto: VEGAP MADRID, 2018

Sala Alcalá, 31. Madrid. Comisaria: Alicia Murría. Hasta el 5 de agosto

Hace unos años apareció un libro titulado Las mujeres que leen son peligrosas. Era una fantástica colección de cuadros, del Renacimiento al siglo XX, en los que aparecían mujeres leyendo. El abandono de las labores domésticas, la ensoñación perturbadora o el conocimiento de lo que no les correspondía conocer fueron algunas de las razones que durante siglos justificaron un título tan provocador. Pero leer ha sido peligroso en sí mismo durante mucho tiempo. Todavía en 1786 se celebró en Cádiz un importante Auto de Fe, con gran aparato procesional y atendido por numeroso público, en el que se quemaron 12.250 libros, junto con 1.000 estampas "indecentes" y 80 pinturas. El poder transformador o trastornador de la conciencia que siempre se ha atribuido a los libros, llega hasta el día de hoy, en que sabemos que los realmente peligrosos son los hombres que no leen.

El efecto archivo despliega aquí todo su potencial. La acumulación de imágenes de lectores resulta abrumadora

La fotógrafa Montserrat Soto (Barcelona, 1961), que ha dedicado buena parte de su trayectoria a investigar el coleccionismo y los centros de acumulación del saber, ha realizado una espectacular exposición acerca de la función y el control ejercido sobre los libros. Su título, Imprimatur (Imprímase), era el término con que el Tribunal de la Santa Inquisición autorizaba la publicación de un texto. En 1559 se publicó en España el llamado Índice de Valdés, en el que el Inquisidor General añadió 56 títulos a la lista anterior de libros prohibidos, publicada por el Papa pocos años antes. Se impedía de forma concreta la circulación de más de 700 títulos y, en general, la de todo libro en castellano impreso fuera de España. Las penas iban desde la muerte a la confiscación de bienes. En 1569 apareció a su vez el Índice Expurgatorio, en el que se daba cuenta de aquellos títulos peligrosos, cuya circulación podría permitirse siempre y cuando se suprimieran o modificaran los párrafos o capítulos que cuidadosamente se señalaban. Con estos listados, las diferentes instancias del Santo Oficio podían visitar las librerías, controlar las aduanas o registrar los domicilios. Con todas estas medidas se intentaban sobre todo, impedir la difusión de las doctrinas protestantes. Antes de todo esto, en Toledo en 1490 y en Toledo en 1501, ya se habían realizado sendas quemas de libros judíos y árabes. La aparición de la imprenta cambió sustancialmente la situación, pues el control libresco podía realizarse en el momento de la producción y no a posteriori.

Montserrat Soto lleva varios años recorriendo los museos y colecciones de nuestro país fotografiando cuadros (sobre todo, pero también frescos y esculturas) en las que aparecen libros. Posteriormente, ha insertado esas fotografías en estancias, a modo de abigarradas pinacotecas, creando en conjunto un enorme museo imaginario. El efecto archivo despliega aquí todo su potencial. La acumulación de imágenes de (presuntos) lectores (y unas pocas lectoras) resulta verdaderamente abrumadora. Libros de todos los formatos y en todas las posiciones. ¿Podemos averiguar a través suyo algo acerca de los gustos literarios de las distintas épocas? Absolutamente nada, porque en la inmensa mayoría las páginas y cubiertas son ilegibles. Y cuando lo son, el libro es siempre el mismo: la Biblia en su versión autorizada por Roma, la llamada Vulgata.

Detalle de Escritura sellada 1-4, 2006

Como en la exposición figuran algunos de los cuadros más sensacionales de la historia del arte español, podríamos (según sugiere la autora) visitarla al menos de tres maneras: como un recorrido por la historia del libro a través de algunas de sus mejores representaciones. Como un ejercicio de reconocimiento e interpretación. Y, finalmente, como un análisis iconológico e iconográfico, desentrañando lo que esas imágenes nos quieren decir. Este corpus, sólido, coherente e inteligentemente dispuesto a nuestra vista, se emborrona un tanto, en mi opinión, con la coda que remata la muestra, integrada por algunas fotos y reproducciones de prensa que seleccionan de forma arbitraria algunos episodios de biblioclastia contemporánea, desde las quemas nazis a la revista Charlie Hebdo. Otro complemento a las fotografías son sendas piezas audiovisuales. Una está dedicada al juicio de Galileo Galilei, con motivo de la publicación de su libro en defensa de la tesis de la rotación de la Tierra (que le valió la condena del Santo Oficio). Sobre un plano fijo que evoca el cosmos, se desgrana el siniestro diálogo del viejo científico y sus jueces. La otra es en realidad un corto, que trata de las cavilaciones de Francisco de Goya al recibir de las autoridades eclesiásticas una serie de modificaciones de su proyecto para la cúpula de la basílica del Pilar. Dejando de lado su interés intrínseco, que lo tienen (en especial la pieza de Goya), no creo que añadan nada a la muestra, salvo un excesivo despliegue de medios.