A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Varoufakis

2 agosto, 2017 09:29
Yanis Varoufakis en una visita al Ayuntamiento de Barcelona en 2015. Foto: <a href=

Yanis Varoufakis en una visita al Ayuntamiento de Barcelona en 2015. Foto:

Marc Lozano (CC BY-SA 2.0)">

En este mundo de hoy, aunque también a lo largo de los tiempos, la vida se ha llenado de Varoufakis, esa gente que, con la insignia de la izquierda colgada del cuello ejerce su dominio en todos los ámbitos del poder, desde el político, judicial y económico hasta el académico, cultural y social. En los diputados ni entro: no vale la pena casi ninguno. Con razón decía el poeta argentino Mario Trejo que había que guardarse de la derecha cuando es diestra y de la izquierda cuando es siniestra. Hace rato que la derecha es diestra en el robo, en la mentira y en el totalitarismo. Pero ahora descubrimos, un poco tarde, que hay una izquierda siniestra que se come todo lo que encuentra por delante, como la marabunta. Entra en el poder por la puerta que sea –lo importante no es la puerta, sino el poder– y socava todas las esencias de la ética apoyándose en la farsa del populismo y en la vieja prédica de los pobres y los ricos.

Varoufakis vino a arreglar un problema grave de su país, Grecia. Negoció con los gerifaltes de la Comunidad Europea las graves deudas de un país al borde de una gran quiebra económica, y a todas las escalas; un país que, por lo general, no cumplió nunca las leyes de la Unión y tampoco las suyas. Vino Varoufakis con la recortada del chantaje en la mano y en voz, con una estética de niño rico y pijo vestido de actor de Hollywood los domingos por la mañana. Mostraba una sonrisa que gustaba a las mujeres y a los proletarios del mundo civilizado. Era Varoufakis una promesa del futuro. Era, sin duda, una promesa del pasado, un absurdo mecanismo del disparate que no supo nunca dónde estaba metido ni las normas que regían el ámbito en el que quiso moverse para cubrir todas las portadas de los medios informativos de nuestro mundo. En realidad, era un bluff y un traidor, casado con rica, con las espaldas cubiertas por vía vaginal y con aquella sonrisa de actor bufo que conquistó, durante sus quince minutos de gloria, el disoluto panorama político europeo. Con mucha razón dice ahora Tsipras, que fue el responsable último y primero de Varoufakis, que lo peor del mundo es elegir para un cargo determinado a un traicionero y a un fraude.

¿Tiene Varoufakis grandeza para un ensayo, para un poema, para un relato o una novela? En el fondo, no es más que uno de esos personajes menores que el populismo eleva a lo más alto de la popularidad para que luego la vida, unas horas más tarde, se encargue de enviarlo a la nada. Como a tantos otros. Pero, mientras tanto, destruye todo lo que toca y aquello que no toca, al menos lo trastoca. Es un miserable que no lo sabe.

El mundo está, por desgracia, lleno de Varoufakis en todos los ámbitos del poder. Farsantes sin conocimiento de lo que hablan, que se pasan todo el tiempo del trabajo gastando sus energías para que no se les note su gansterismo y dónde acaba su mala voluntad. Los he conocido en mis entornos por cientos y cientos, pero se reproducen con una facilidad imponente y sobreviven a las mil enfermedades que nos aquejan con una salud más que sospechosa.

Hay, por ejemplo, profesores –catedráticos de Literatura Hispanoamericana– en la universidad española que no han ido jamás a América Latina y que, por tanto, poco pueden hablar de los libros a sus alumnos sin saber el terreno etiológico del que dicen saber tanto. Hay profesores y escritores que no han redactado en su vida los libros que dicen haber escrito. Para eso tienen "negros" y alumnos que, por ambición, escriben para ellos. Son más de los que nos creemos, y por lo que sé del sistema hay muchos más escondidos en su sonrisa de Varoufakis. Porque hay Varoufakis a granel, y quienes lo imitan sin que les suceda nada importante durante muchos años. Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar, pero el tiempo es siempre relativo, una convención que se nos escapa si no lo vivimos con la pasión y la ética que nos hemos jurado desde que soñamos con ser como somos.

El asunto es grave. Decía el poeta Carlos Germán Belli que en todas las escalas de la vida, en todas las clases sociales y en todos los ámbitos, el deterioro ejerce su dominio. Cada vez hay más fango y queda menos plata, escribió una vez Rafael Alberti. Entre el fango y los Varoufakis, me quedo con el fango. Los especímenes que plagian al bluff griego siguen ahí, con su sonrisa de gloria efímera, con sus parcos conocimientos de todo y de nada, impasible el ademán, y adjudicándose medallas y privilegios que, en efecto, deterioran el mundo moderno. Guárdense, pues, de la derecha cuando es diestra, pero también y mucho de la izquierda cuando es siniestra.

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