“Arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche, armado con la espada de la luz”, escribió Pablo Neruda. Como el rayo que no cesa, Miguel Hernández ha regresado a Madrid, resucitado en una espléndida obra teatral, Para la libertad.

En los años treinta del siglo pasado, el Moscú soviético de Stalin se había convertido en la atracción cimera de una buena parte de los intelectuales españoles. Miguel Hernández se trasladó a la capital rusa desde la trinchera en la que luchaba durante la guerra incivil entre las dos Españas feroces que se despedazaban. Regresó emocionado de lo que había visto y sentido.

A Buero Vallejo no le gustaba hablar de Miguel Hernández. Compartía yo con el dramaturgo una vieja amistad y nos sentábamos juntos en la Comisión de Cultura de la Real Academia Española. Una tarde de otoño y de tristeza conseguí que desbordara sus palabras sobre el relámpago de Orihuela. “Antes que poeta –me dijo– era un hombre bueno. Anidaba en él, además, un escritor extraordinario, enmudecido por la prisión y la miseria”.

Buero Vallejo convivió casi un año, 1940, con Miguel en la galería de los condenados a muerte en la prisión Toreno. Al gran dramaturgo, el mejor que ha dado la historia literaria de España desde Calderón de la Barca, le sacaron de la prisión las gestiones de dos escritores que ejercían alguna influencia sobre el dictador Franco, Pemán y Luca de Tena.

A Miguel Hernández, la tuberculosis, mal atendida en la cárcel, se lo llevó, romancero de ausencias, dejando una obra literaria liminar. Buero le hizo el dibujo célebre del poeta vivo; Torregrosa, el del poeta muerto. Mariano de Paco, profundo conocedor de la obra del dramaturgo recopiló la poesía dispersa de Buero, no siempre acertada. Y se erizan sus versos en el poema que escribió entre el dolor y la amargura sobre los dos retratos de Miguel Hernández.

“Las flechas de luz desde una reja / incendiaron tus iris / No a mí sino a esos hierros / siguieron mirando sus dos leves chispas / en el viejo retrato que contemplo”.

Se refiere también al rostro exangüe del poeta, en el dibujo del escultor Torregrosa, a su mirar helado, a los entreabiertos labios, por donde avizoran “los dientes de la boca enmudecida”.

Lo más destacado de Para la libertad, obra impulsada por Joan Manuel Serrat, es la espléndida dirección de Gabriel Fuentes en el Teatro Marquina. Daniel Ibáñez ha sabido dar credibilidad al personaje de Miguel Hernández. Eva Rubio y Pablo Sevilla le secundan con eficacia. Isi Ponce acierta en la escenografía y el vestuario. Daniel Molina, en la eficaz dirección musical. Juanjo Llorens, en la iluminación… Y Elvira Ruiz, Gastón Horischnik, María Álvarez, Triana Cortés, Pepe Álvarez, Enrique Rincón y José Gallego, en sus respectivas funciones.

El resultado ha sido una interesante obra de teatro y el regreso a la República de las Letras madrileñas del viento del pueblo, de la poesía y del alma de Miguel Hernández.

En la última década de la pasada centuria, esta revista, El Cultural, se hizo eco del esfuerzo de la viuda del poeta, Josefina Manresa Marhuenda, para mantener viva su obra. Costurera de oficio, hija de un guardia civil, Josefina estudió en un colegio de monjas. Se casó por lo civil con Miguel durante la República y por la iglesia en 1942, el poeta enfermo en la cárcel.

Vicente Aleixandre, que ayudó siempre a Miguel y le regaló un reloj de oro cuando se casó, se ocupó también del bienestar de su mujer. Le escuché muchas veces en Velintonia elogiar la calidad de la poesía de Miguel y la sencillez y autenticidad de Josefina.

Vuelvo a su gran amigo de encarcelamiento, en la sórdida prisión de la dictadura: “Recíbenos, Miguel, en la paz yerta de aquel otro dibujo que muestra tus pupilas apagadas y tus labios resecos. Espéranos a todos mientras el pueblo entorna con tu verso la ardiente infamia que avanza bajo el sol de los estíos”, escribió Buero.

Y concluyo este artículo, entristecido y turbio, recordando la elegía que Miguel escribió tras la muerte de su amigo Ramón Sijé, al que dedicó sus mejores versos: “A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero”.