El huracán Irma a su paso por Miami Beach

El huracán Irma a su paso por Miami Beach

En todas las novelas y películas de policías, ladrones y del lado oscuro del mono curioso que somos hay siempre un policía bueno y un policía malo. El supuesto bondadoso y el malvado se reparten los papeles en el teatro de la acción. El fin justifica los medios. En la vergonzosa comedia bufa de la independencia de Cataluña se juega ahora en ese escenario. Dos mentirosos, el policía malo (un mediocre lleno de pompa y furia: Puigdemont) muestra su rostro de payaso duro, mientras el policía bueno (un redomado embustero con cara de "mosén" de monasterio: el profesor Junqueras) juega a la bondad y al hombre amable. Los dos, y algunos más, son parte de la élite política catalana que ha reinventado el muñeco vicioso de la pertenencia, y el origen y se han puesto a cabalgar el tigre de la fantasía, a pesar de los malos augurios de su proyecto.

Irma, mientras tanto, daba lecciones de soberbia naturaleza arrasando todo un estado rico de los USA sin pararse a mirar los destrozos que iba dejando atrás. La admirable y asombrosa fuerza natural de Irma contrastaba la semana pasada con el valleinclanesco espectáculo del Parlament de Cataluña. Se pisoteó, como si los independentistas fueran lo que no son, un huracán de fuerza 4, a la mitad de la ciudadanía catalana en un acto que puede pasar como comedia de Boadella, hoy una Casandra que vio por anticipado todo cuanto iba a ocurrir en manos de los filibusteros, pero que cuesta trabajo tragarse como una realidad política, sería, legal y legítima. Hasta los letrados y el secretario de ese mismo Parlament han rechazado el enloquecido proyecto de los filibusteros. Después, como Irma en Florida, el independentismo "arrasó" y desbordó la calle en la Diada. Una demostración de fuerza, dice el filibustero orgulloso, que da legitimidad al proyecto de referéndum previsto para dentro de un par de semanas. Hay que recordarles a los que proclaman que la soberanía de Cataluña reside en el Parlament, lo que no es del todo cierto, que Franco legitimaba su dictadura sacando a la calle a una multitud enfebrecida por los mantras de la tiranía. "¡Vivan la faenas!", gritan al principio de la película El discreto encanto de la burguesía tres ciudadanos que, al principio y al final, resultan ser el propio Buñuel, José Bergamín y el doctor José Luis Barros. La mentira de los filibusteros catalanes sería una buena y sarcástica película de Buñuel si no fuera un drama político y social que pone en vilo histórico a todo un país, Cataluña misma, y al resto de España. La independencia es, ahora mismo, filibustera y mentirosa. A la gente le cuentan la ficción del paraíso, que es lo que la gente (y el lumpen) quiere escuchar siempre. Saca partido de una supuesta y nueva nacionalidad catalana y, al mismo tiempo, no quiere abandonar la vieja nacionalidad de siempre, la española, que tendrían en el futuro, como ya la tuvieron en el pasado y la tienen ahora, a su disposición. Todo lo nuestro para nosotros solos y lo de los demás también. ¿No actuó siempre así el filibustero que viajaba a Madrid sólo para hacer el negocio de su vida corrompiendo al político y a los intermediarios de turno? ¿No actuó siempre así, con ese desprecio de ego abusivo y exagerado, el intelectual filibustero, sólo catalán, que venía a Madrid sólo a ver el Museo del Prado y regresaba a Cataluña sin querer ver ni conocer nada más?

La suerte está echada: el desafío está planteado en términos de ilegalidad. El derecho del territorio por encima del derecho del individuo, que no es más que un número gritón en la marabunta nacionalista que lo quiere todo sin dar nada a cambio. La ley de un embudo muy sustancial: todos los derechos que ya tenemos como españoles ahora, los tendremos como catalanes después de la independencia; todos los deberes que tenemos ahora como españoles desaparecerán porque somos sólo catalanes. Los jefes de los filibusteros actúan con la ventaja que les da su exagerado ego, enfermizo y enloquecido, que han convertido en colectivo ayudados por el lumpen de la CUP, restos degenerados de la histórica FAI de antaño. Como Paul Joseph Goebbels, el jefe de la propaganda de Hitler y del Partido nazi, mienten mil veces, a sabiendas de que mienten mil veces, porque saben que una mentira que se repite mil veces termina siendo una verdad que ninguno de los que mienten a sabiendas van a desmentir. Mientras tanto, como el Irma, van destruyendo todo lo que costó levantar palmo a palmo durante la transición, cediendo y pactando, mintiendo y sedando la fiebre glotona del independentismo genio y filibustero. La causa: todo por la patria, que es de los patriotas (los que no, son traidores, ya ha empezado el mambo, como dice la CUP una y otra vez). Como bien dice mi autor de cabecera Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo, "el patriotismo es el primer refugio de los canallas". La manía del origen y la pertenencia, ese vicio y oficio de primates, decía Borges...