A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Para aclarar las cosas

20 septiembre, 2017 09:52
Carlos Barral

Carlos Barral

Y para ajustar cuentas: para eso se escriben unas memorias. Las de los escritores son particularmente sangrientas, tanto como las de Churchill, de las que he leído algunos tomos. Por eso (y por política) le dieron el Nobel de Literatura. Paul Theroux, el escritor de viajes, encontró un día, en una librería de Boston, un libro suyo dedicado a su maestro y amigo V.S. Naipaul, también Nobel de Literatura. La furia de su memoria escribió un libro como respuesta al desprecio que su amigo le había hecho. Escribir memorias: se necesita un ego grande (los escritores, en este sentido, tenemos un ego más grande que el más ególatra de los argentinos), un gran archivo de recuerdos para aclarar las cosas y ajustar cuentas con los sucesos de una vida nunca bien explicada y con gentes que, en esa misma vida, han intervenido como fantasmas que aparecen y desaparecen, pero están siempre presentes.

Todo el mundo tiene sus demonios personales y estos quedan atrapados en la memoria, por rencor (del bueno o del malo) o por simple recuerdo. Una noche, en casa de Elizabeth Burgos, en Madrid, le preguntamos al poeta cubano Gastón Baquero cómo creía él que sería recordado Fidel Castro en las enciclopedias del futuro. Baquero, que era un genio en recursos y trampas intelectuales guardó silencio unos segundos y luego habló, como un oráculo: "Dictador caribeño que vivió en Cuba en tiempos de Lezama Lima". Para Baquero, el legado literario de Lezama era la memoria histórica que iba a quedar, y no la locura del tirano que azotó la isla de Cuba y Cuba entero por casi medio siglo.

Carlos Barral decía de las memorias escritas (y escribió tres tomos, cada uno de ellos muy bueno) servían para aclarar las cosas y te llevaban a la cárcel o te dejaban en la misma puerta del presidio. Por una definición, creo que lo llamaba "cara de hiena", un figurín catalán lo llevó al juzgado y le pidió veinticinco millones de pesetas de la época, que entonces era una cifra de alta cilindrada. Barral se amargó con aquella espada de Damocles sobre su cuenta corriente que, por lo demás, siempre estaba en números rojos. Se llevó a la tumba la deuda, pero lo que queda no es la sombra salvaje del gesto del figurín, sino la propia memoria del poeta, que todavía sigue leyéndose. A Thomas Wolfe, como a otros muchos escritores histriónicos y ególatras (pero geniales, Casanova incluido), le interesaba tanto el éxito comercial de sus novelas como el legado de su memoria. Vivió obsesionado con que, en el futuro, cuando él ya hubiera muerto, la gente lo siguiera leyendo y, por lo menos hasta mi generación, la cosa le salió bien. Para ajustar cuentas, pues, con los fantasmas y los demonios que nosotros mismos engrandecemos en nuestra vanidad escritora: para eso sirven las memorias. Y para ajustar cuentas con uno mismo, con el mundo y con la propia memoria escrita. Una vez leí una afirmación de un escritor que es uno de los mayores enfermos de vanidad que se conocen: que se necesitaba ser un gran ególatra para pensar que siendo escritor sus memorias servirían para algo. Bueno, ya iremos viendo.

Juan Goytisolo me dijo una vez que la literatura escrita era un ajuste de cuentas constante. Juan escribió sus memorias y con sus confesiones dejó perplejos y escandalizados a los meapilas de izquierdas y de derechas de este país. Contó todo lo que se le antojó, de sus afueras y de sus adentros más profundos, sacó a flote todos los diablos que llevaba dentro, confesó quién era y cómo era. Hablar de él y de sus memorias trae siempre malas consecuencias con algunos escritores que aparentan un progresismo y una moral de las que carecen, pero ahí está el legado de Goytisolo, controvertido y comprometido a través de sus memorias.

Es asombroso que profesionales de la edición hasta hoy día llamen la atención de los escritores sobre nuestras memorias y echen en cara, como un gran defecto de esa misma escritura memorialista, el ajuste de cuentas con este o con aquel fantasma, con aquel o con este demonio, las obsesiones personales de los escritores que escriben memorias. Todavía recuerdo el capítulo dedicado a "los intelectuales" vacíos (aunque él no los llama así) por Vargas Llosa en 'El paz en el agua'. No dejó títere con cabeza y puso a cada uno en su lugar. Esas memorias eran terribles, tal vez uno de los libros más importantes para entender y leer las novelas de Vargas Llosa, un libro de memorias que no ha leído tanta gente como ha leído sus novelas.

Las memorias, entonces: vale la pena ajustar cuentas; vale la pena aclarar las cosas del mundo, los demonios y la carne, los universos secretos, las vidas ocultas, las mentiras de la supuesta verdad y la verdad de las supuestas mentiras.

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