Puigdemont

Puigdemont

Estos días no he hecho más que releer algunas páginas de

"Como alcalde de este pueblo que soy, os debo una explicación y os la voy a dar", decía José Isbert en su interpretación -perfecta- del alcalde franquista en Bienvenido, Marshall. Y la gente, en el cine, se carcajeaba de la sátira tan bien traída e interpretada. Reconocía al personaje. ¿Reconocen en Puigdemont, al madelman Artur Más (así lo bautizó Juan Marsé, "el traidor a la patria", ¡hay que joderse!), al Mosén Junqueras mintiendo cada vez que abre la boca, incluso cuando no es para hablar? No, no son cosas de reír estos personajes sin grandeza. Son un gran riesgo, sin paliativos. Los más audaces me dicen: "Son personajes de Almodóvar, hombres al borde de un ataque de nervios". Son personajes sin encanto, sin atractivo, sin carisma, sólo que han hecho de su vida y de su pasión vocacional la mentira constante. No son una broma mal parida, sino unos suicidas irresponsables que confunden valentía, audacia y osadía con indocumentación (no saben nada del contexto ni del texto en el que viven e ignoran la realidad real). Tampoco conocen a Odiseo (o Ulises, como ustedes quieran) ni han leído sus aventuras en Homero. Tal vez de oídas: ahí va la confusión. Ellos dirán que no importa porque ellos son los únicos dueños de las palabras y las palabras significan lo que ellos quieren: suya es la legalidad (la palabra y lo que significa), suya es la urna, suya es el referéndum, suya es la policía (no hay más policía que la suya). Carroll lo predijo y Kakfa lo codificó.

Cabrera Infante cuenta en su libro sobre cine que una vez estaba en una función en un local de La Habana. Era una película sobre chinos que a Cabrera le daba mucha risa, él que tenía tanto humor como el humo de sus tabacos. Cuenta que se reía y se reía en el cine con la película de los chinos y que, de repente, se dio cuenta que había un chino en la butaca de al lado que lo miraba asustado y muy serio. "Cubano", le dijo el chino a Cabrera cansado de verlo carcajearse, "cubano, no lía, que no son cosas de leíl". No, claro que no, no son cosas de reír lo que está pasando.