A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

El mono caníbal

15 noviembre, 2017 09:48
Anthony Hopkins en el papel de Hannibal Lecter en <em>El silencio de los corderos</em>

Anthony Hopkins en el papel de Hannibal Lecter en El silencio de los corderos

En 1973, Oscar Kiss Maerth vino a Madrid invitado por su editor, Carlos Barral, para presentar a los medios informativos su libro El principio era el fin, un ensayo donde desarrollaba su herejía científica: el origen de la Humanidad era el canibalismo. De modo que, según Kiss Maerth, somos monos caníbales evolucionados hasta el día de hoy. Venía Kiss Maerth precedido de una leyenda de austeridad cerrada y sin rendijas. Vivía en el norte de Italia, en una comuna fundada por él en la que se permitían pocas cosas, según esa misma leyenda, y "el sabio" era el ejemplo supremo. Yo lo conocí en el Hotel Wellington de Madrid y, a los dos minutos, me di cuenta que, al menos la mitad del mito, era mentira. Se soplaba unos vermuts vespertinos de estilo internacional y, a pesar de su fama de austero, fumaba como un carretero empedernido. Vestía, eso sí, como un monje tibetano y su aspecto, de hombre grande, llamaba la atención en el lobby del hotel. De manera que aquel tipo había revolucionado a la ciencia y a los científicos con su libro sobre el canibalismo y nuestro origen y había quedado para siempre, por eso mismo, condenado por la comunidad científica al infierno tan temido. Parecía darle lo mismo: su libro se tradujo del alemán al inglés y de ahí a todas las lenguas del mundo y se convirtió en un gran bestseller, que le permitía beberse todo el vermut que quisiera y a la hora que le diera la gana.

Nadie admitió las tesis de Oscar Kiss Maerth sobre al origen de la Humanidad, pero tenía millones de seguidores en aquella época y en cualquier parte del mundo el exótico falso monje era recibido con vítores y aplausos cuando no con mucha expectación. He vuelto a leer algunos capítulos del libro del monje, muchos años después de haberlo leído por primera vez, y he vuelto a pensar en ese mismo origen humano, en el eslabón perdido, en cómo saltamos y a qué vacío o precipicio sideral para llegar a ser lo que hoy somos. No podemos olvidar, en este momento, la "ficción" literaria de Thomas Harris titulada Hannibal Lecter, que fue llevada al cine por Jonathan Demme, e interpretada magistralmente por Anthony Hpkins, bajo el título de El silencio de los corderos. Se ha insistido mucho sobre el relato de ficción de Harris, sobre todo en qué es una ficción, pero la realidad viene muchas veces, y desde luego en este caso, a dar la razón a Kiss Maerth: Hannibal el Caníbal somos cualquiera de nosotros si las condiciones, y nuestra psicopatía contenida y reprimida por las leyes y la civilización, nos lo permitieran. Ese es nuestro origen genético: monos que se comían a otros monos, monos que tenían en gran estima gastronómica el cerebro de sus congéneres. También recuerdo, en medio de esta historia, aquella historia de la película Mondo caen, en la que ciertos pueblos asiáticos, en muy buenos restaurantes de lujo de aquella parte del mundo, devoraban como una sublime exquisitez el cerebro aún caliente de monitos recién muertos y preparados para el evento gastronómico.

En cuanto a la ficción de Lecter, se ha dicho y escrito que el "modelo real" del que Harris tomó su personaje era una suerte de médico llamado Alfredo Balli Treviño, que cumplía veinte años de condena en una cárcel de Monterrey, Nuevo León, México. Pero hay ejemplos múltiples de asesinos caníbales que, de uno u otro modo, mataron a algunas personas para luego cocinarlas y devorarlas como un manjar de dioses. Casi todos acabaron en la cárcel, y por eso conocemos sus historias que han sido recopiladas, una tras otra, en reportajes sorprendentemente espeluznantes. No son tres casos excepcionales ni, que sepamos, hay millones y millones de caníbales humanos que quieren comerse a otros humanos, pero son ejemplos suficientes, en cantidad y calidad, para dar cabida a la reflexión de las tesis de Kiss Maerth sobre el origen del hombre.

Ya dije que el "sabio" nunca fue tenido en cuenta por la comunidad científica. Pero el hombre caníbal existe, más allá de leyendas y de hombres-lobos convertidos en asesinos en noche cerrada. Lobos salvajes: "el hombre es un lobo para el hombre", confirmó el pensamiento de Hobbes. Hobbes, el gran filósofo: no descartemos esa idea, sublimada en el lobo. El hombre es un salvaje para el hombre: sólo la civilización, la represión y el olvido del animal que llevamos dentro, nos ha llevado a cotas de respeto que, me temo, se están perdiendo a una velocidad suicida. Por eso he leído de nuevo a Kiss Maerth. El libro no está descatalogado, como yo creía hasta hace algunos meses, sino que sigue vendiéndose como un libro sagrado maldecido por la ciencia. ¿Puede desmentir la ciencia, los científicos y todos los que se dedican a pensar en el hombre y su origen, que el mal que nos inunda no es aquel mono caníbal que se ha ocultado en el silencio tras muchos siglos de progreso y civilización? No, no puede. La ciencia explica, o trata de hacerlo, la tragedia humana como un conflicto eterno que lucha entre el bien y el mal. La ciencia razona. Pero cuando el hombre se ve en condiciones extremas, por ejemplo, en Los Andes, tras un accidente de avión, ¿qué hace para sobrevivir si no regresar a su origen, olvidando toda la educación y la civilización de tantos siglos?

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