A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Después de la fiesta

6 diciembre, 2017 13:53
Pabellón de Madrid en la FIL

Pabellón de Madrid en la FIL

Tengo para mí que Madrid (el Ayuntamiento de Madrid) ha perdido otra gran ocasión de lucirse en el mundo. Esta vez fue en Guadalajara, México, en un espacio único en todas las literaturas de lengua española: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ante más de 800.000 visitantes, mucha gente joven y gente que vive el libro como si fuera tan necesario como el pan. Ninguno de los pequeños o graves errores puede achacarse a la organización, ni a la dirección de la FIL, que tiene unas normas muy flexibles (pero exactas) para que siempre se produzca el milagro de los libros durante los días de la Feria. Todo es cuestión, sí, claro que sí, de "pulso profesional": cuando esa virtud no se tiene, aparecen las goteras por todos lados, desde los escritores invitados quejándose por cosas mayores o menores, hasta las evidencias categóricas de representación (de escritores de Madrid o que viven en Madrid). Más de la mitad de esos escritores "elegidos" para representar no son representativos de Madrid, porque todavía, al menos todavía, no soportan ni su representación personal como escritores.

En este y otros sentidos, hubo dimisiones previas a la FIL por desacuerdos con el comisario de la muestra, que durante la celebración dejó mucho que desear, demostrando una y otra vez falta de empatía, incluso con los invitados, sectarismo, incompetencia y hasta falta de educación y saber estar. No conozco, y tampoco me interesa mucho después de lo que he visto y oído, el currículum de este gestor cultural que carece por completo del conocimiento preciso para estar en la FIL y para dialogar con sus organizadores mexicanos que, por el contrario, han probado una y otra vez su eficacia absoluta en la realización de este gran milagro cultural del mundo hispánico. Me asombra ahora, una vez más, el silencio, incluso cómplice, de quienes se quejaban, por todas las esquinas de la FIL de Guadalajara y sus hoteles y fiestas, del susodicho comisario (del que incluso decían que se comportaba como un policía y que no estaba en absoluto a la altura del episodio que estábamos viviendo). No me gustan los silencios de este género: me parecen hipócritas y, ya digo, cómplices en el error cometido.

Bien, hablemos del Pabellón de Madrid: un tubo negro por fuera y blanco por dentro con el verso de León Felipe "Ganarás la luz" y la palabra Madrid. El interior, sin embargo, y esto me parece lo único divertido del asunto, semeja a una plaza de toros, con sus vomitorios, sus tendidos, su albero (blanco, esta vez), y una parte superior llena de libros. Bien, si no me equivoco, madera, plástico blanco y tela negra. ¡Madrid! Tela negra por fuera en el coso: como decía Jorge Fabricio Hernández, escritor madrileño de México, un mexicano escritor de Madrid, "el pabellón por fuera parece una capilla de los Testigos de Jehová" y por dentro, digo yo, un coso taurino. A José Esteban, que es como un cronista extraoficial de Madrid desde hace una tonelada de años, le preguntaron unos amigos mexicanos que donde se iba a sentar: "En el tendido siete", contestó el escritor galdosiano.

Para colmo, todos estamos enterados de que el arquitecto a quien se le encargó la obra es el mismo que hizo la casa del susodicho comisario de Madrid en la FIL. Sin concurso público ni nada (luego hablan de la derecha). No entro en los contenidos de Madrid en la FIL, porque lo menos que se puede decir es que en la mayoría de los casos eran inadecuados y fuera de contexto. Exigidos e impuestos por el comisariado. En fin, los tres primeros días, gloria política y personal de Carmena, que se quejó en rueda de prensa y en público de que un importante periódico que se encargó de dar mucha altura informativa a la FIL y a Madrid, no nombrara en ninguno de los artículos de información y opinión pública en ese periódico de referencia a la propia Carmena, ella, y al Ayuntamiento. Fuera de lugar, a todas luces, la alcaldesa de Madrid. Y bien que lo siento.

Bueno, ya: hay muchas más críticas, pero ya está bien. Lo peor de estas reuniones de escritores es que unos a otros nos regalamos nuestros libros, con los que hay que cargar después de la fiesta y meterlos de cualquier manera en la maleta para no leerlos tal vez nunca. A Fernando Savater le hicieron un merecido homenaje ante más de mil quinientas personas. Ya me contó una vez alguien, hace años, que a Savater le regalaban tantos libros cuando asistía a fiestas intelectuales y editoriales de este género que tenía que abandonarlos en el interior de los armarios de su habitación de hotel como si hubieran sido olvidados. Hace años, a Yevtushenko, el poeta ruso que llenaba los estadios en los recitales de sus poemas, le regalaron en Managua más de dos mil libros de poesía (ya se sabe que cada ciudadano nicaragüense es un poeta, antes y después de Rubén Darío) que tuvo que esconder debajo de la cama de su habitación. Me cuentan que la camarera que entró a arreglar su habitación se llevó todos los libros a su casa y se hizo con ellos una buena biblioteca, gracias a la cual se convirtió en una espléndida lectora. ¡Las "parajodas" de la vida!

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