A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Una temporada en San Francisco

24 enero, 2018 09:59

No pierdo la esperanza de cumplir uno de mis deseos más escondidos: pasar una temporada de mi vida en San Francisco, un año o año y medio. Escribiendo y reconociendo a fondo una de las ciudades más literarias y cinematográficas del mundo. He estado tres veces en San Francisco, y las tres veces quedé fascinado por la ciudad y por la gente, la belleza urbanística, el trato humano, la vida. Un día, en uno de esos viajes, busqué el famoso restaurante John's Grill, en la calle Ellis, donde es sabido que solía comer Dashiell Hammett, muy cerca de donde trabajaba, en la Agencia Pinkerton. Desde ese momento, y en lo que duró el viaje (unos diez días), me hice "socio" del local y allí me enteré de muchas cosas que hoy son historia y enigma del propio Hammett y de su restaurante: El novelista comía en el segundo piso del restaurante y, a veces, en una mesa al fondo del primer piso, mesa en la que yo me sentaba con mi mujer a comer lo mismo que Hammett comía con frecuencia: una carne a la brasa especialmente buena, tomates fritos o a la brasa y verduras también a la brasa. Me sentía en la gloria. Después me contaron allí mismo que el dueño del restaurante había comprado el halcón maltés de plomo que Huston encargó (junto a otros cuatro de yeso) para hacer la película. Esa pieza mítica fue robada del mueble con cristales en el que estaba expuesta en ese segundo piso y no apareció más. Hay novelas y ensayos sobre el asunto, muy conocido.

Otro de esos días luminosos, fui a la librería City Lights, en la Avenida Columbus, para conocerla y tentar, si era posible, la suerte de conocer a su propietario, el poeta Lawrence Ferlinghetti, mítico personaje, único superviviente de la generación beat, gran poeta y editor de un sello editorial de gran prestigio literario: City Lights, Luces de la ciudad, como la librería. Insistí en verlo después de estar un rato largo revolviendo libros (de escritores españoles, dos mujeres, Almudena Grandes y Carmiña Martín Gaite) y me subieron a un desván donde estaba el gran poeta entre papeles y libros. No sabía una palabra de español, apenas saludar. Se mostró tan amable durante nuestra entrecortada conversación, sacudida por carcajadas o sonrisas de incomprensión por mi inglés asombrosamente inteligente, y finalmente lo invité a tomarnos una botella de buen vino en una tienda cercana de Francis Ford Coppola. Me dijo que estaba muy viejo para caminar, y era verdad, pero que si la traía nos tomaríamos unos vasos en su despacho y así fue. Un rato agradable. Contó algunas cosas de Allen Ginsberg, Kerouac, Cassidy y algunos otros poetas beat. Lo contaba todo un poco atropellado, emocionado a veces, con añoranza, mientras yo pensaba, al oírlo hablar y recitar poemas en inglés, a qué esperaban los suecos para otorgarle el Nobel. Hoy creo que ya no se lo van a dar jamás, después de habérselo dado a Dylan, el poeta que mejor ha sabido condensar todas las influencias beat en el momento actual. Contra muchos de mis amigos, estuve de acuerdo con que Dylan fuera Nobel. Aunque casi todo el mundo ha oído sus canciones, poca gente ha leído sus poemas que, incluso traducidos al español, no pierden ninguna fuerza expresiva ni poética.

Por las tardes, bajaba hasta la costa de la ciudad y me sentaba en un bar frente mismo del mar a tomar una botella de vino blanco, riesling de California, del Valle de Napa y unas ostras del Pacífico. Aquel momento era el cielo. Una y otra vez iba allí, pasados los muelles de San Francisco, para ver aquel extraño fenómeno óptico del que me enamoré apasionadamente. Ocurría todos los días cuando el sol iba desapareciendo por Occidente para aparecer, de inmediato, al otro lado del Pacífico, en el Oriente lejano del Japón. Conforme bajaba el sol, caía la luminosidad y todo se veía mejor. Frente por frente estaba La Roca, y ahí estaba el fenómeno: la roca de Alcatraz, que fuera legendaria y real cárcel durante mucho tiempo, parecía acercarse a la costa a la caída del sol. A mí me gustaba mucho ese juego de luces, de claros y sombras, de acercamiento vespertino de la Roca hasta el lugar donde yo, como un visir occidentalizado, daba lenta y sabrosa cuenta de las ostras y los tragos de vino blanco frío. ¡Ah, San Francisco!, ¡cuántos recuerdos, cuántas crónicas tengo escritas y archivadas de mis tres viajes hasta tu milagrosa esencia! Otro día contaré mi viaje turístico con Carlos Barral a Castro, el gran barrio gay de San Francisco, y la cómica irritación de mi amigo y maestro ante la multitud de homosexuales de todo tipo que pululaban por el bar donde caímos a tomarnos una cerveza y... a ver el ambiente. ¡Ah, San Francisco, cómo te añoro!

Image: Ricardo Menéndez Salmón: No me interesa la esperanza, me parece reaccionaria

Ricardo Menéndez Salmón: "No me interesa la esperanza, me parece reaccionaria"

Anterior
Image: Muere la poeta nicaragüense Claribel Alegría

Muere la poeta nicaragüense Claribel Alegría

Siguiente