A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Somerset por unos días

28 marzo, 2018 10:00
Somerset Maugham

Somerset Maugham

Estuve unas noches durmiendo en una casa de madera, en Farallón, una playa de Panamá, donde Omar Torrijos tenía su refugio de descanso. La edificación, al borde mismo de la orilla del mar, era de dos plantas, con pasillo interior a la intemperie rodeando el segundo piso y con un patio donde desayunamos champán con jugo de naranja junto a la dueña de la casa, la escritora y ginecóloga Rosa María Britton. Esa noche todo comenzó con una calma que, según la doctora, era preludio de una gran tormenta. Así ocurrió. Por momentos, y en medio de aquella vorágine tropical llena de agua, con el mar revuelto de repente, yo creí que la casa se venía al suelo y que íbamos todos a terminar en el mar chapoteando como cada uno pudiera para mantenernos a salvo. La tormenta duró sólo unas horas en las que se encendía el cielo unos segundos por la luz de los relámpagos y la tierra retumbaba desde sus ancestros como si los gigantes de un mundo oscuro y remoto tocaran todos juntos sus enormes tambores. Era una música tan pacífica como la mar que al día siguiente, reluciente y soleado, vimos nada más despertarnos. La casa seguía en pie y había música popular en la emisora de radio que la dueña de la casa había encendido desde el amanecer. Ahora era cuestión de habla. La doctora nos explicó a mi mujer y a mí que unos dos kilómetros a la izquierda de la casa, y en la misma orilla del mar, estaba "la cueva" de Omar Torrijos, donde el general se escondía "a descansar" cada vez que necesitaba pensar.

Torrijos era un cruce de tigre con mulo, un empecinado que vio la manera de colarse para siempre en la Historia del mundo con una frase que llevó a cabo: "Yo no quiero entrar en la Historia, quiero entrar en el Canal". Empecé una novela, Boulevard Balboa, que tiene lugar en Panamá, y no sé si terminaré de escribir alguna vez. Omar Torrijos es uno de los protagonistas porque además es una sombra viva que sobrevuelan la historia más o menos reciente de su país, Panamá, y de toda América. Es leyenda conocida su determinación de volar el Canal de Panamá si los gringos no "le hubieran devuelto el Canal a Panamá". La doctora decía, un poco sarcásticamente, que el Canal no había sido nunca de los panameños, lo que era verdad y al mismo tiempo no verdad, pero así son las cosas de la vida en las novelas y cuentos de Somerset Maugham. Con toda franqueza, en esos días felices de Farallón, recorriendo la playa de arena de lado a lado, deteniéndome a ver desde la orilla la casa de Torrijos, desayunando champán con jugo de naranja recién exprimido y fumando un habano de los mejores mientras paseaba por la playa, y de vez en cuando remojaba mi cuerpo en las aguas cálidas de aquel Pacífico casi Caribe, pero al otro lado del Canal, me sentí aunque fuera por un día Somerset Maugham preparándose para escribir alguno de sus cuentos exóticos.

No he vuelto a Farallón, y hace tiempo que no estoy físicamente en Panamá, pero de vez en cuando echa a andar en mis recuerdos una suerte de episodio que corresponde a algún capítulo todavía no escrito de la novela en progreso lento, que tiene que ver con estos días en los que me sentí tan cerca de Somerset Maugham, que casi me creía que era aquel escritor que fue tan popular y hoy yace olvidado salvo para quienes seguimos pensando en la eternidad de su literatura y lo seguimos leyendo.

De Farallón salió Omar Torrijos a enfrentarse con su muerte repentina. Su avión chocó con un monte del centro del país al dirigirse a un pueblo en que tenía que hablar en público: Coclesito. La leyenda sobre Torrijos y su muerte sigue viva: que si lo mató la CÍA, que si lo liquidó su "niño malo", Manuel Antonio Noriega, que lo mataron sus más cercanos en una conspiración que no tenía ni pies ni cabeza, que si fue un accidente, que el piloto midió mal y el mal tiempo acabó en aquel siniestro.

Eso es parte ya de la historia, pero a veces me sumerjo mentalmente en la historia que aún está a medio escribir y descubro en los enormes archivos de mi memoria viva instantes, hechos más o menos imaginarios, enriquecidos por el tiempo, que me hacen ver que no he estado ni estoy en el mundo para no hacer nada. La última entrevista en vida de Torrijos se la dio a Mario Vargas Llosa, antes de salir de Farallón para Coclesito. Y se cierra el círculo de este relato que tiene varias ramificaciones literarias llenas de ficción.

Somerset por unos días, entonces. Fue un privilegio vivir aquella tormenta en Farallón, sentirme Somerset en aquel Pacífico caliente, tan parecida a la tierra sobre la que escribió un día Paul Bowles. Al final, esos círculos del privilegio respiran en los recuerdos y salen a flote, como un gozo, en cualquier repentino instante de la tarde del escritor.

Image: Ready Player One: la vida imaginada

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