A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Cinco días de euforia

26 septiembre, 2018 13:16
José Balza

José Balza

Terminó el Festival Hispanoamericano de Escritores, en Los Llanos de Aridane, Isla de La Palma, donde estuve cinco días de gloria. Por eso no escribí aquí mi intemperie de la semana pasada: el ataque de euforia, el ambiente lúdico, las enseñanzas de los escritores a los alumnos de los Institutos de La Palma que se acercaron a Los Llanos, la conversación oxoniense de José Manuel Fajardo, traductor y novelista, con su amigo y traducido el gran Patrick Deville, uno de los más importantes escritores de Francia en el momento actual, la remembranza de José Esteban del Galdós más cercano, el cántico celestial de José Balza en el peor momento de Venezuela, el humor imperturbable de Juan Carlos Chirinos, la historia de la gauche divine y la Barcelona de los 60 y 70 que hizo en público y a la intemperie, en la Plaza de España, Luis Goytisolo, la sabiduría perpetua de Gonzalo Celorio, la suavidad profunda de Mónica Lavín, la voz acariciante de Carmen Posadas, los escritores canarios repartidos como anfitriones en las mesas de los escritores extranjeros y el resto de los españoles, haciendo de anfitriones de los invitados de fuera... Y, sobre todo, la gente de Los Llanos, la gente de La Palma que vino a oírnos y a vernos. Euforia, pues, en estado puro.

Todo empezó como un experimento, cuando mucha gente predecía un fracaso que no se produjo ni un minuto. Todo empezó por ese fracaso imaginario y por la queja de algunos que decían que para qué, qué en La Palma y en Los Llanos nadie leía, qué para qué un quiosco de libros en medio de la fiesta si nadie iba a comprarlos. Y se agotaron todos... La gente, tantas veces denostada, se agolpó para ver, hablar con ellos y escuchar a los escritores. Pura vida, pura euforia.

Cada uno habló de lo suyo y todos hablaron bien. Reclamé de una vez el Premio Cervantes para el venezolano José Balza, una de las excelencias de nuestras literaturas que, sólo por su novela Percusión, merece el galardón máximo de nuestras letras. Me divertí todo el tiempo con una euforia loca, dentro del paraíso de La Palma, dejando que los escritores subieran al Astrofísico de Canarias en el Roque de los Muchachos y se asombrarán del tesoro excepcional que tenemos en esta isla mágica. Y, para colmo, además del buen tiempo, como decía Hemingway de París cuando era una fiesta suya, Rafael Rebolo, un científico e investigador a punto del Cielo Nobel, y Jorge Casares, descubridor de agujeros negros desde ese mismo Observatorio insular, nos dieron en público una lección magistral que fue regalo de los dioses del lugar isleño y bendito donde todavía sigo, ahora recuperándome lenta y suavemente al sol del ataque de euforia de estos cinco días de gloria.

Hablé con él novelista Celorio de nuestro gusto por el flamenco, de cómo conocí hace siglos en la Venta de don Jaime, en Madrid, junto a Caballero Bonald y José Esteban, a un Chiquito de la Calzada, joven y palmero, y con hambre genético antes de llegar a la fama merecida, de cómo allí conocí a Emilito de Diego y a un adolescente que tocaba la guitarra como los dioses y que luego sería llamado por los siglos de los siglos Paco de Lucía. Hablé y hablé y hablé como un loco despavorido en la euforia de mis amigos y ahora me he prometido tres días en silencio total para recuperar la normalidad. Escribo ahora todavía en la euforia, en el paraíso terrenal de la Hacienda de Abajo, en el balcón de mi habitación acariciada por palmeras y platanales gigantes, y recuerdo la anécdota que contó en el Festival mi amigo el excelente novelista mexicano Alberto Ruy Sánchez, llamado por los amigos "el Pollo", y por los íntimos "el Pollo Estepario".

Una vez, en Cuba, caminaba Alberto por el Malecón cuando vio venir una mulata de cintura sublime y muy flexible. Se bamboleaba al son de las olas, como si estuviera sincronizada con el mar. Y entonces apareció un negro cubano en una bicicleta que miro a la mulata y se detuvo unos metros adelante para verla más de cerca caminando al son del mar. Cuando ella pasó a su altura, sin inmutarse un solo segundo y sin perder el ritmo marino de las olas, el negro zumbón le dijo de un golpe: "Oye, negra, no muevas tanto la cuna que me despiertas al nene". Señores y señoras, ¡viva la cultura popular y viva la literatura culta!.

Aunque ya no estoy para los trotes de mover cunas de nadie, alabé al Gran Arquitecto y bendije el momento en que, junto con el director del Festival, el escritor Nicolás Melini, se me ocurrió hacer, a través de la Cátedra Vargas Llosa y el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane y de Acción Cultural Española, este bendito atrevimiento del Festival más eufórico de mi vida.

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