A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Belisario

12 diciembre, 2018 10:14
Belisario Betancur

Belisario Betancur

"Se está muriendo gente que no se había muerto nunca", repetía de broma cada vez que fallecía algún cercano o conocido. Belisario Betancur, un tipazo, repetía esa frase que venía, eso me decía, directamente de García Márquez, siempre gran amigo suyo. La primera vez que me dijo esa frase fue en una feria del libro de Santiago de Chile, tras un recital poético de Nicanor Parra. El poeta chileno hizo esperar a un auditorio enfebrecido por su inminente visita. Yo estaba sentado al lado de Belisario y hablábamos de cosas y literaturas. Y entonces me dijo: "Se está muriendo gente que nunca se había muerto", la misma "mamadera de gallo" que Silvia Lemus, la viuda de Carlos Fuentes, me repitió hace unos pocos días en Guadalajara, México, al final de un almuerzo en honor de Orham Pamuk.

Belisario murió hace unos días y yo he ido a buscarlo en mis memorias ya escritas para agradecerle en público y por escrito lo que hizo siempre por mí. Le encantaba que le dijera que, de estudiante universitario, me gustaban mucho sus artículos y sus crónicas en el periódico Pueblo de Emilio Romero y algunas en el ABC. Le encantaba que le dijeran que era un gran escritor. Esa amistad se la debo a mi amigo Conrado Zuluaga, que fue quien me lo presentó en Bogotá hace ya cientos de años. Belisario se mostró amable conmigo, condescendiente en los errores e imprecisiones que yo cometía en la conversación y patriarcal, tal como era, a la hora de relatar algún episodio histórico y reciente de la historia de Colombia y el narcotraficante Pablo Escobar.

Un día me llamó por teléfono a mi hotel, en Bogotá, y me invitó a comer en el Jockey Club. "Te mando a mi chófer", me dijo. Cuando llegué al exclusivo club, me encontré con algunos notables colombianos. Se trataba de una reunión de los miembros del consejo rector de la Fundación Santillana. Belisario dirigía como un jefe de orquesta, hablaba y daba la palabra a la gente que quería hablar, mientras comíamos. Fuera de ese juego estábamos el amabilísimo doctor Patarroyo, invitado también, y yo, que asistíamos silentes e interesados a la reunión llena de cifras y sustancia. A los postres, fue cuando Belisario le dijo a Jaime Posadas, director de la Academia Colombiana de la Lengua, que quería proponerme como académico de honor en esa institución. Posadas asintió con entusiasmo y seis meses más tarde los dos me propusieron para ser académico colombiano de honor, cosa que llevo desde entonces con un honor sumo y lleno de interés. "Lo importante en Colombia no es ser presidente de la República, sino expresidente de la República", me dijo un día tomando café en el Tequendama Belisario Betancur. "Me mataron al pobre ministro de Justicia e intentaron matarme a mí también, en dos ocasiones", me confesó. "Una vez les falló la bomba y no pasó nada. La otra escapé porque el chófer, por razones de seguridad, cambió el itinerario. La bomba estalló en el lado justo por donde yo tenía que pasar", me dijo. Eso fue cuando ejercía la presidencia de la República de Colombia y no quiso aceptar los chantajes de Pablo Escobar, que incluso le ofreció pagar la deuda externa de Colombia si lo indultaban de todos sus crímenes, contados y constatados por miles. Belisario, ya expresidente desde hacía bastantes años, me lo contaba como alejado de la acción, como si nunca hubiera vivido en profundidad los episodios que relataba, como si no hubiera sido él uno de los protagonistas de aquella historia. Con distancia y atención, recordando con datos, pelos y señales lo que, desde luego, había sido el acto más terrible de su presidencia. Y luego pasaba a hablar de literatura, como si tal cosa, aunque no fuera exactamente tal cosa.

Conrado Zuluaga me contó que, gracias a Belisario, conoció a García Márquez muchos años después de que el propio Conrado se convirtiera en el mejor y más estudioso crítico de la obra y la personalidad del colombiano de Aracataca. Conrado Zuluaga tenía un ejemplar de Cien años de soledad que, de tanto leerlo, manosearlo, cifrarlo y pintarle colores, llaves y líneas geométricas ya era otro libro distinto, y único, de Cien años de soledad. Belisario los presentó, en la puerta de la Fundación Santillana, en Bogotá. Gabriel García Márquez ojeó (y hojeó) con una atención creciente aquel libro lleno de jeroglíficos añadidos por el estudioso. "Pida", les dijo, "¿en cuánto me vende este libro?", preguntó. "Ni por todo el oro del mundo", replicó Zuluaga. Entonces, Gabo cogió el libro en sus manos y estampó su firma en las páginas de crédito. "Y también, Gabriel", escribió.

Belisario: un amigo cercano que se va. Un tipo lleno de historias e historia él mismo. El privilegio de haberlo conocido tan de cerca y de manera tan cómplice me trae al recuerdo estos cuentos que acabo de escribir para ustedes. Ya no hay gente como Belisario, ni en Colombia ni en ninguna parte. Se está muriendo gente que nunca se había muerto y que nunca creímos que se fueran a morir.

Image: Ignacio Padilla, el maestro de la física 'cuéntica'

Ignacio Padilla, el maestro de la física 'cuéntica'

Anterior
Image: El escritor francés David Diop gana el premio Goncourt de España

El escritor francés David Diop gana el premio Goncourt de España

Siguiente