'La muerte de César' (1798), de Vincenzo Camuccini.

'La muerte de César' (1798), de Vincenzo Camuccini.

A la intemperie

Roma, la Eterna

El fantasma de la eternidad pervive en cada esquina de la capital italiana. A diez metros de nuestra mesa en la Hostaria Costanza, mataron hace ya unos siglos a Julio César.

26 junio, 2024 02:33

En cada esquina de la ciudad de Roma aparece el fantasma de la eternidad. Esa ciudad eterna rehace todos los días las historias y mitos del pasado, cosas que ocurrieron o sin suceder pasaron a la leyenda a través de la literatura y de la lengua de las gentes de todas las épocas.

Estuve la semana pasada observando en Roma, en sus esquinas, sus calles y sus plazas, una historia inmensa de la que conocemos lo más relevante. Con mi amigo el diplomático Moisés Morera, de la isla de La Palma, recorrimos el Teatro de Pompeyo hasta llegar a la Hostaria Costanza, un lugar muy amable e histórico donde se recibe y se come muy bien.

A diez metros de nuestra mesa hace ya algunos siglos mataron a Julio César. De ese episodio, con lo que dijo al morir el dictador y de lo que le contestó su asesino se ha levantado una de las historias trágicas que más bibliografía ha provocado en toda la historia de occidente y que más debate ha producido en todos estos años siguientes.

Matar al tirano, esa es la cuestión; conspirar para acabar con la dictadura, con la idea o la excusa de liberar al pueblo. Al fin y al cabo, la traición, ese engaño nefasto al que el ser humano se ha acostumbrado desde el principio de los tiempos y que con los años ha ido en aumento su sofisticación y su puesta en práctica, sea de manera personal o lo sea colectivamente.

“Tu quoque, fili mi?”, dice César en el momento de su asesinato; “Sic semper tyrannis”, dice el asesino. Esta segunda parte surge de la leyenda, no es exactamente histórico, pero ha quedado grabado en la eternidad de la historia gracias al asesino del presidente Lincoln, que la pronunció en el momento de darle el pistoletazo a uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos de América.

Jaurías incontables de turistas arrasan Roma buscando no saben qué cosas y, cuando las encuentran, tampoco saben qué cosas son las que han encontrado

Caminamos por el Teatro de Pompeyo Moisés Morera, nuestras mujeres y yo. Y hablamos, sobre todo, del concepto de la traición. Un traicionero actúa como un asesino: una vez que comete una traición puede cometer sin conciencia alguna todas las que quiera. Hasta que el hecho se convierte en costumbre de su alma.

He conocido a lo largo de mi vida traicioneros naturales que esperan el momento exacto para cometer su pecado contra el ingenuo que les ha otorgado, tal vez durante años, toda su confianza. La traición, como el crimen, es un hecho cotidiano en todas las culturas y se da conjuntamente con el asesinato en el principio mítico del ser humano; el asesinato y la traición, de la mano en el crimen de Caín sobre su hermano Abel, en el origen de los tiempos.

Ahí, en el Antiguo Testamento, un libro sagrado, podemos ver la colección de pecados terribles de los que es capaz el mono terrible y criminal que el ser humano lleva dentro desde su origen, cuando se levantó sobre las dos patas traseras por curiosidad, para ver más lejos, o por pura autodefensa. Todavía a una gran cantidad de seres humanos les duele la espalda: como especie no tenemos demasiado tiempo en el mundo que habitamos. Necesitamos muchos años más para que la adaptación al medio y a la costumbre nos vaya librando de nuestras minucias animales y nuestros dolores antiguos. Pero tengo la impresión de que el crimen de la traición es innato en el ser humano, un lobo para el hombre, según Hobbes nos ha enseñado.

¡Ah, la curiosidad! Jaurías incontables de turistas de todas las especies arrasan Roma buscando no saben qué cosas y, cuando las encuentran, tampoco saben qué cosas son las que han encontrado. La Fontana de Trevi estaba cercada una de estas mañanas romanas y normales por más de diez mil turistas de todas las especies, un asco de humanidad con pantalones cortos y la alegría del tonto en la sonrisa, como quien ha descubierto un tesoro que se llevara a casa en un montón de fotografías.

Turistas en las inmediaciones de la Fontana de Trevi, en julio de 2023. Foto: Bastien Roux / Dppi / Afp7 / Europa Press

Turistas en las inmediaciones de la Fontana de Trevi, en julio de 2023. Foto: Bastien Roux / Dppi / Afp7 / Europa Press

Salí de la plaza de la Fontana de Trevi herido, enfadado, casi gritando contra esa masa anónima que mi amigo José Esteban llama “los bárbaros del norte”, aunque entre ellos haya miles de orientales, japoneses, chinos, indonesios, todos con su sonrisa tontorrona en el momento de obtener la secuencia de la historia que no les importa no conocer.

Nunca he sabido por qué esa costumbre de fotografiar algún lugar extraordinario sin saber qué lo ha originado o por qué sigue ahí, viendo pasar los siglos, envejeciendo su mito y aguantando impertérrito la avalancha de inmisericordes analfabetos de todas las nacionalidades y razas del mundo.

Tal vez ya no tengamos remedio. Quizá la reflexión, sin que nos hayamos dado cuenta de ello, ya no forma parte de nuestro equipaje sentimental e intelectual. Tal vez nos hemos acostumbrado demasiado a la traición y al crimen. Y, desde luego, al mal gusto, creciente, absorbente, abrasivo, abusador. Para salir corriendo, Roma eterna, para salir corriendo, Atila por fin arrasándote.

Vista aérea de Hidra, Grecia, en 2018. Foto: dronepicr (CC BY 2.0). A la derecha, Charmian Clift retratada en 1941 por Frederick Stanley Grimes, ACP Magazines. Foto: State Library of New South Wales

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