Hace un año dediqué una de estas columnas a hablarles de Charmian Clift y los dos libros que de esta autora australiana lleva publicados Gatopardo: Cantos de sirena y Los buscadores de loto. Por entonces acababa yo de leer el primero, que me encantó, y decidí aplazar un año la lectura del siguiente.
Ya en otras ocasiones les he dicho que, cuando descubro a un autor que me gusta, tiendo a dosificar la lectura de sus libros. Soy lo contrario de esos lectores compulsivos que hacen inmersiones casi monográficas en los autores que los deslumbran, leyéndose de un tirón todo lo que encuentran de ellos. Me parece una forma de matar a la gallina de los huevos de oro, pues uno se arriesga de este modo a aburrirse del autor en cuestión, a detectar demasiado pronto sus debilidades y obsesiones, sus maneras y sus trucos. El caso es que, reprimiendo mi glotonería, trato siempre de dejar un intervalo entre la lectura de dos libros de un mismo autor. Y recomiendo hacer lo mismo a todo el mundo.
Pero les contaba cómo, dejando un año por medio, he leído estos días Los buscadores de loto, de Charmian Clift, y qué delicia. A lo mejor ha llegado a sus oídos que el libro trata de la estancia de Clift y su marido, el también escritor George Johnston, en Hidra, la pequeña isla griega en la que, con muchos apuros, decidieron instalarse y comprar una casa, a mediados de los años cincuenta.
Con una mirada aguda, humorística y mordaz, Charmian Clift traza con mano maestra la épica errante de los buscadores de la autenticidad
Si es así, puede que esta información les haya llegado envuelta en la leyenda sesentera de esa isla, con Leonard Cohen como mascarón de proa de toda una colonia de artistas, bohemios, diletantes y esnobs que, como moscas a la miel, acudieron atraídos por el prestigio chic que no tardó en adquirir la isla.
Sepan en ese caso que, si bien fue buen amigo de Charmian y George, ni Leonard Cohen ni ninguno de los nombres que hoy se asocian a los años dorados de Hidra –que si Sophia Loren, que si Mick Jagger– asoman por estas páginas. Lo que se encuentra en ellas es la crónica vivaz, persuasiva, honestísima, del intento de una pareja de escritores (y sus tres hijos) de salirse de los roles prescritos y amagar una forma de vida alternativa, al margen de los parámetros urbanos y de la competitividad de la vida moderna, en contacto con la naturaleza y los aspectos más elementales de la existencia.
El intento tropieza con el acelerado proceso de gentrificación a que da lugar, en la isla escogida, la fama creciente de su encanto, y la catastrófica circunstancia de que sea escogida como escenario de una costosa producción cinematográfica norteamericana (La sirena y el delfín, de Jean Negulesco, 1957).
Con una mirada aguda, humorística, mordaz pero por completo exenta de altivez y de resentimiento, Charmian Clift describe en la segunda mitad de su libro unas dinámicas –las del turismo de masas y su vanguardia pija– que entretanto se han universalizado y de las que, quien más quien menos, todos venimos siendo partícipes.
Traza además, con mano maestra, la épica errante de los buscadores de la autenticidad, siempre a la zaga de paraísos intactos que su propia presencia incoherente contribuye a degradar, actuando de reclamo de aquellos muchos para los que la autenticidad se ha convertido en un objeto de consumo, en el atributo de experiencias que se pueden consumir y almacenar.
Clift es una narradora maravillosa. Los buscadores de loto es una lectura altamente recomendable para estas fechas, y se brinda al lector español no sólo muy bien traducida, sino con un certerísimo prólogo de Nadia Wheatley, autora de una muy reputada biografía de Clift.