En plan serie por Enric Albero

Segunda Revolución Catódica

14 julio, 2017 14:44

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Dale Cooper (Kyle MacLachlan) se desdobla en la nueva de Twin Peaks[/caption]

Twin Peaks. Versión expandida

Gil Scott Heron se equivocaba cuando cantaba aquello de “revolution will not be televised”. En realidad, no solo está siendo televisada, sino que está sucediendo ante nuestros ojos, en nuestras pantallas. De hecho, estamos asistiendo a la Segunda Revolución Catódica y las dos, como un acontecimiento histórico que se repite cada cierto periodo de tiempo, tienen al mismo protagonista: David Lynch.

Si a principios de los 90 la aparición de Twin Peaks supuso un cambio radical a la hora de encarar la teleficción que vendría posteriormente, la tercera entrega de la saga, que tal y como vaticinó Laura Palmer (Sheryl Lee) llega 25 años después, está barriendo con cualquier estándar de producción, incluso con aquellos que nacieron bajo el amparo creativo de los 30 episodios originales que terminaron el 3 de junio de 1991.

El revolcón mental y discursivo que suponen los 9 episodios emitidos hasta la fecha de la teleserie creada por Lynch y Marc Frost casi obliga a tratar de dar cuenta de lo que está ocurriendo, de cómo, entre pasmo y pasmo, hemos alcanzado el ecuador de una nueva revolución televisiva (y se lo dice alguien que abjura del análisis apresurado impuesto por la actualidad, como si la inmediatez fuera el único valor al alza en este mundo en el que todo va demasiado deprisa).

Si en las dos primeras temporadas géneros como la soap opera y el procedimental se mezclaban, la lógica detectivesca interactuaba sin desentonar con soluciones oníricas y dos planos existenciales se cruzaban en una pequeña ciudad coronada por dos picos gemelos y rodeada de abetos Douglas; en este regreso, sus creadores -esta vez con plenos poderes- renuncian (casi) a cualquier tipo de acercamiento nostálgico y proponen un nuevo juego en el que siguen vigentes las viejas reglas pero se cambia el tablero.

La nueva Twin Peaks es expansiva. Lejos de encerrarse en el ficticio municipio del estado de Washington, se abre a otros espacios (Nueva York, Buckhorn, Las Vegas, Buenos Aires, …), multiplica las tramas (se reabre el caso de Laura Palmer, se investiga el asesinato de Ruth Davenport y las muertes de Sam Colby y Tracy Barberato,…), desdobla y hasta triplica a un Dale Cooper (Kyle MacLachlan) que debe recuperar su identidad y da rienda suelta al poderío visual del director de Inland Empire (2006), quizá el filme con el que más relación mantenga. Pero, además, la tercera temporada supone una ruptura total con el modelo de ficción televisiva imperante. El ritmo de los diálogos está en completa disonancia con la velocidad que imponen las series actuales. Su estética pivota entre el clasicismo, el teatro filmado, la contemplación y el experimentalismo más radical, tal y como se observa en el capítulo octavo ('Gotta light?'), en el que un arranque académico da paso a una canción (entera) de Nine Inch Nails para culminar en un flash-back que, lejos de explicar el origen de nada, dinamita la narración y recuerda tanto a la obra pictórica del propio Lynch como a la de cineastas experimentales como Stan Brakhage, Maia Deren o Peter Tscherkassky.

Y a pesar de la transformación de la serie, de esa voluntad manifiesta de hacer algo nuevo, no hay un desapego excesivo de las claves que se fijaron en sus inicios. Ahí están el humor absurdo (la desternillante secuencia de las llaves en la parte primera), la siniestra convivencia de lo rutinario con lo macabro (un trozo de carne en el maletero de un turismo) o los actores recuperados de las entregas anteriores, inteligentemente integrados en un casting que incorpora a actrices fetiche para Lynch como Naomi Watts o Laura Dern, que presta su cuerpo a una Diane que hasta ahora solo era intuición escondida tras una grabadora.

Tal vez, por todo lo anteriormente expresado, la producción de Showtime sea un engorro para un crítico (y para muchos espectadores, me temo). Lo más sencillo es reducirla al absurdo, tacharla de insatisfactoria en tanto en cuanto se nos aparece como un objeto irreductible, imposible de interpretar en su totalidad. Sin dejar de hurgar en su construcción, no está demás apartarnos de esquemas hermenéuticos trillados y jugar con aproximaciones diferentes, dejar que la propuesta del autor que mejor ha liberado el inconsciente sobre una pantalla pase por nosotros. Probablemente Twin Peaks sea tan buena porque es inasible, porque nos incomoda. Quedan 9 episodios, cuando acaben ya no veremos las series con los mismos ojos. Las revoluciones lo cambian todo. Incluso las televisadas.

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Escena sobre el ring de Glow[/caption]

Glow. Armas de mujer

Glow es un nuevo jalón en la Operación Nostalgia en la que parece haberse embarcado Netflix tras el incuestionable éxito de Stranger Things (Duffer Brothers, 2016-?). Liz Flahive y Carly Mensch le dan al botón de rebobinar hasta volver a los 80 para narrar la historia de un grupo de mujeres desamparadas que encuentran en la lucha libre y un productor/director de películas de serie B su única vía de supervivencia en la América de Reagan.

Si la mayoría de producciones de la plataforma peca de una dilatación excesiva -léase la estiradísima Por 13 razones o la interminable Iron First, con arcos dramáticos propios de la Odisea, pero con menos tensión que un capítulo de Los osos amorosos- Glow brilla gracias a su concisión. Diez episodios de poco más de 30 minutos para ir al grano, sin grandes descubrimientos formales, pero sacándole partido a la claridad narrativa y a un look y una ambientación cuidados al detalle. En ese sentido, está pulida al máximo.

El batiburrillo de referencias ochenteras nos masajea el corazón: las citas al James Bond de Roger Moore y a Rocky, las canciones de Roxette, Journey o Patti Smith y la elevación a los altares de Brian De Palma, van estirándonos la sonrisa. Aunque se trate de la enésima versión del relato de superación (Karate Kid también juega en esta liga), la introducción de una perspectiva femenina y feminista que reivindica la normalidad de comportamientos invisibles en el cine mainstream de aquella época (y de esta), tales como la lactancia, la menstruación, el aborto o la carga del peso de la crianza -por citar solo algunos-, dota de carga de profundidad discursiva a un relato sencillo y efectivo. Los desnortados hombres que aparecen en Glow -víctimas de sus propias inseguridades- palidecen ante una ejercito de luchadoras encabezado por Ruth Wilder (Alison Brie) y Debbie Egan (Betty Gilpin) que acaba tomando las riendas de su propio espectáculo ante el despiste generalizado de sus supuestos superiores. Sin demasiadas arengas y desde la naturalidad, apelando a la camaradería femenina y a lucha conjunta (véase la secuencia en la que cantan el rap sobre el ring en el séptimo episodio), Glow gana enteros. Si encima se cierra con el ‘Invincible’ de Pat Benatar, no se obvian temas peliagudos (la drogadicción generalizada) y se ajustan cuentas con los Reagan, mucho mejor.

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Cersei Lannister (Lena Headey) en el Trono de Hierro[/caption]

Juego de Tronos. Stark Wars

Tratar de anticipar qué sucederá en Juego de Tronos, esa serie que entierra personajes como Clint Eastwood se sacudía el polvo del poncho en las películas de Sergio Leone, es un atrevimiento incluso para los devotos de George R.R. Martin. Y es que ni siquiera ellos pueden estar demasiado seguros de lo que ocurrirá en la séptima temporada que, en la madrugada del domingo al lunes, estrena Movistar + (Movistar Series Xtra). Dado que el ritmo creativo del escritor de Bayonne parece estar reñido con el tempo televisivo, David Benioff y D.B. Weiss, showrunners de la producción de HBO, han tenido que andar su propio camino. Recordemos que de los siete libros que compondrán Canción de Hielo y Fuego se han editado cinco -uno de ellos doble- y que Martin ha empleado cinco y seis años respectivamente en entregar las partes cuarta y quinta. Dicho de otro modo, la serie terminará antes que el original literario (nada que no sepan).

La sexta entrega de la saga se cerraba con uno de los mejores capítulos emitidos hasta la fecha. El episodio dirigido por Miguel Sapochnik arrancaba con un montaje paralelo -y las referencias al final de la primera parte de El padrino (Francis Ford Coppola, 1972) no son gratuitas- en el que Cersei Lannister (Lena Headey) consumaba su venganza contra el Gorrión Supremo (Jonathan Pryce), dando carpetazo a golpe de fuego valyrio al gran tema de la temporada: la lucha del poder político contra el poder religioso (contienda que, no se olviden, terminaba con el suicidio del rey Tommen). Mientras, en el resto de los Siete Reinos, Oleanna Tyrell (Diana Rigg) firmaba su alianza con Ellaria Sand (Indira Varma) para que Altojardín y Dorne acaben con los Lannister. Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) y su ejército de dothrakis, con la ayuda de la flota naval de los Greyjoy, iniciaba su travesía hacía Poniente para reclamar el Trono de Hierro. En Invernalia, Jon Snow (Kit Harrington) y Sansa Stark (Sophie Turner) se reunían para recuperar el bastión familiar y así afrontar la guerra que se avecina y el invierno que ya ha llegado. En Los Gemelos, su hermana Arya (Maisie Williams) degollaba a Walder Frey (David Bradley) saldando cuentas por la Boda Roja, mientras Bran (Isaac Hempstead Wright), en una de sus visiones, descubría el origen de Jon Snow: utilizando un recurso de montaje que pasa de la cara del bebé que Lyanna Stark ha engendrado con Rhaegar Targaryen al rostro del nuevo Rey en el Norte se revelaba su verdadera identidad.

Todos los indicios señalan que la séptima será la temporada de la gran batalla, pero ya hemos dicho que aventurar el futuro de Juego de Tronos es tan arriesgado como apostar por cuál de sus personajes llegará a la edad de jubilación. La respuesta, en sus pantallas. Stay tuned.

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