En plan serie por Enric Albero

Mosaic. La mujer del cuadro

9 febrero, 2018 09:43

Durante una comida familiar Petra Neill (Jennifer Ferrin) y la prometida de su hermano, la autora de libros infantiles y multimillonaria, Olivia Lake (Sharon Stone), discuten sobre si el neoimpresionismo es arte o simplemente, un estudio de cómo el ojo humano percibe la luz, una corriente que la escritora asocia más a la ciencia que a la práctica artística entendida como resorte emocional. Sin embargo, más adelante, veremos que uno de los cuadros que atesora Lake en esa ‘sala roja’ que alberga su colección se corresponde con ese estilo. La posesión de esa obra revela, pues, la doblez de su carácter.

Sobre la luz y la dualidad trabaja, precisamente, la última ficción serial filmada por Steven Soderbergh y escrita por Ed Solomon, un relato cuyo desarrollo buscaba ampliar las posibilidades de la narrativa audiovisual, multiplicando las tramas y permitiendo al espectador que, a través de una app, pudiera seguir la historia en función de sus intereses. Sin embargo, aquí solo podemos ver los seis episodios que conforman la temporada y que ofrece HBO España (si quieren saber más sobre el proyecto inicial y su desarrollo, sírvanse ustedes mismos). Así que por mucho que me gustara ver cómo funciona el rollo ‘elige tu propia aventura’ en versión 3.0, lo que nos ocupa es Mosaic ‘la serie’ y no Mosaic ‘la app’. Let’s go.

Como si esto fuera Autopista hacia el cielo y nos guiara Michael Landon: vayamos hacia la luz. La trama arranca en el presente para, tras una primera secuencia en la que un agente de policía interroga a un sospechoso con pinta de culpable, retroceder cuatro años y situarnos en el principio del fin de Olivia Lake. Decir que Mosaic es una historia más sobre un caso de asesinato y su posterior resolución  sería como afirmar que El caso Winslow (David Mamet, 1999) es una película infantil. Durante ese flashback que ocupa aproximadamente un tercio de la serie (hasta el primer cuarto del tercer episodio), Soderbergh trabaja la luz de una manera peculiar. En primer lugar, establece un juego cromático binario utilizando un filtro azul y otro ocre, el primero para escenas diurnas y el segundo para las nocturnas. Toda la parte referida a ese pasado está rodada como si miráramos a través de un catalejo, con los bordes de la pantalla redondeados y con tendencia al desenfoque. Esa tintura fotográfica y las demás opciones (el desenfoque para el flashback, la claridad del presente) le sirven al autor de Traffic (2000) para reflexionar, entre otras cosas, sobre cómo funciona la mecánica de la memoria. En el capítulo quinto, Joel Hurley (Garret Hedlund) dice “no sé si el recuerdo es real o si veo esas imágenes porque es lo que me han contado”. Mediante las decisiones de puesta en escena antes mencionadas, el director de El halcón inglés (1999), que vuelve a ejercer como cinematographer bajo el pseudónimo de Peter Andrews, identifica el recuerdo con la irrealidad y apunta que la rememoración del pasado no es más que una construcción que nada tiene que ver con los hechos que realmente ocurrieron, hasta el punto de que dos inocentes acaban pagando por un asesinato que no cometieron - el segundo de ellos, además, convencido de su culpabilidad.

Soderbergh explota diferentes recursos visuales para trabajar sobre la percepción del pasado propio aplicados al personaje de Joel: el trayecto de vuelta a Summit le hace recordar el anterior (de nuevo vuelve el juego con los colores); en su conversación con Frank Scott (Jeremy Bobb) observamos dos posibles reacciones ante lo que su amigo le cuenta (¿cuál es la real? ¿Acaso no pueden ser complementarias?); el juego de montaje con la voz interior del personaje invita a pensar en la locura; hay varias conversaciones con Petra en las que ella está fuera de foco (un recurso que se utiliza en otras ocasiones asociado siempre a Joel), lo que transmite la sensación de extrañamiento de alguien que, a medida que se conocen nuevos datos del caso, está cada vez más fuera del mundo (de un entorno que parece un cuadro puntillista visto desde cerca; esto es, indefinido) y cada vez más ensimismado.

Dos tonalidades, dos fotografías, dos sospechosos, dos tiempos, secuencias que vemos dos veces… Mosaic juega continuamente con el punto de vista; de hecho, el libro infantil que hizo famosa a Oliva Lake puede ser interpretado de dos formas distintas en función del protagonista que se elija: el oso o el cazador. Así que, dependiendo del personaje sobre el que se focaliza la narración y de las idas y venidas temporales, veremos un mismo momento desde emplazamientos distintos: el interrogatorio en el pasillo con el que se abre la serie se recupera en el episodio quinto desde el ángulo opuesto; la comida familiar, primero con Olivia cargando con el peso de la escena y después con un primer plano de Petra… De hecho, aún estando frente a una historia coral, resulta llamativo que en la versión serial el protagonismo se reparta a partes iguales entre Olivia Lake (los dos primeros episodios), el agente Nate Henry (4 y 5) y Petra Neill (3 y 6). Y no menos interesante es observar cómo esa estructura binaria rige sobre la composición de la mayoría de personajes: Eric Neill (Frederick Weller) pasa de estafador a víctima; Joel de locuaz aspirante a artista a tipo trastornado; Olivia va del enamoramiento al desamparo; Petra de justiciera a trepa; el agente Alan Pape (Beau Bridges) de servil asalariado a colaborar contra sus empleadores…

Esa forma dual también afecta al género en el que podríamos inscribir la serie. Durante sus dos primeros episodios, tenemos la sensación de estar presenciando una heist movie (versión timadores), una modalidad por la que el realizador de Atlanta siente predilección tal y como certifican la trilogía de Ocean’s o la más reciente La suerte de los Logan (2017). Sucede que lo que iba a ser una estafa a gran escala, se transforma, primero, en una desaparición y, posteriormente, en un asesinato. Esta evolución gradual facilita que la serie vaya mutando hasta convertirse en un noir canónico. La desaparición de Olivia Lake de una habitación que ofrece inequívocos indicios de que en ella ha ocurrido un acto violento, convierte el caso en una investigación por homicidio que desemboca en el hallazgo de un (falso) culpable que, dada su relación con la ley, prefiere llegar a un acuerdo con la fiscalía y pasar cuatro años en la cárcel en lugar de pagar la hipoteca de una celda para toda la vida. Cuando, tres años después, el cadáver de la escritora vaya apareciendo por fascículos, el caso se reabrirá para dar con el verdadero asesino.

Mosaic es una serie que muda en noir porque pone en jaque el funcionamiento de una sociedad aparentemente normal y profundamente podrida (regla de escritura: evitar el uso reiterado los adverbios terminados en –mente; ya ven que huyo de los consejos, rápidamente). A un nivel más superficial, no hay institución que se salve: abogados defensores y fiscales pactan la pena de los reos para ahorrarse un juicio (que el detenido sea inocente, es lo de menos); para desenmarañar el caso, el bueno de Nate Henry (Devin Ratray) sabe que la única solución pasa por filtrar pruebas a la prensa; el desarrollo del trabajo policial está más cerca de una chapuza a lo Mortadelo y Filemón que de la ciencia-ficción de CSI; los sueldos de los agentes de la ley son tan bajos que cualquiera con dinero les puede contratar…

Podríamos seguir con el listado, pero al final llegaríamos a la frase que todo lo resume: “esa gente nunca cae”. La teleficción de HBO cuestiona no solo el ordenamiento social, comandado por unas élites situadas más allá del bien y del mal, de la justicia y de las leyes, sino cómo ese modelo ha contaminado ideológicamente al resto de clases sociales: Petra no busca hacer justicia, sino beneficiarse de la posición de poder que ha conseguido gracias a los datos que ha ido recabando. Esas élites representadas por Tom Davies (Michael Cerveris) o, en menor medida, Michael O’Connor (James Ransone), tienen a su alcance todos los recursos que el dinero puede proporcionar (o sea, TODOS) para alcanzar sus objetivos, ya sea adquirir una propiedad cuyo suelo está atestado de metales preciosos, comprarse a un policía como agente de seguridad o salir indemnes de cualquier delito porque siempre encontraran o la manera de evitar cualquier implicación o, en su defecto, un cabeza de turco.

A pesar de su resolución satisfactoria, y muy probablemente a causa de su genética híbrida entre serie y app, esta producción de HBO invita a especular con un sinfín de posibilidades que a lo largo de los seis episodios que hemos podido ver solo quedan apuntadas: ¿qué es el símbolo con las 4 flechas y dónde puede llevarnos? ¿Quién es ese Cameron al que nunca vemos y al que se apunta como sospechoso? ¿Es solo una excusa o es el otro camarero que curra con Joel? Sea como fuere, Steven Soderbergh sigue fiel a su estilo en lo visual y en lo temático – ahí están las citas a la cultura popular, desde autores de cómic a The Wire (David Simon, 2002-2008) pasando por Plan de Escape (Mikael Hafström, 2013) o El hobbit: la desolación de Smaug (Peter Jackson, 2013)- tal y como ratifica ese cierre con Petra Neill observando un cuadro de Oliva Lake realizado por una niña en el que el retrato y la modelo son tan similares como un Ferrari y una excavadora: un plano final que insiste sobre el funcionamiento de la representación y el recuerdo en relación con la realidad (¿me parece haber oído una linda cacofonía?); la imagen que tenemos de alguien o de algo no deja de ser una construcción que aun hundiendo sus raíces en la realidad puede no parecerse ni remotamente a ella. Como apunta el crítico Carlos Losilla en relación a cierta tendencia muy presente en el cine contemporáneo: “la realidad pierde su condición ontológica y pasa a ser el modo en que se muestra a través de nuestros ansiosos filtros mentales”. Pensar Mosaic a partir de esa premisa es bien. Tienen una semana.

 

Image: Prometeo encadenado

Prometeo encadenado

Anterior
Image: Adiós a Andrés Berlanga

Adiós a Andrés Berlanga

Siguiente