En plan serie por Enric Albero

The Marvelous Mrs. Maisel. Una comedia musical

2 marzo, 2018 09:37

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Rachel Brosnahan en The Marvelous Mrs. Maisel[/caption]

Todavía recuerdo el descojone de mis compañeros de piso cuando lo dije. Ellos, unos tipos que estudiaban cosas de provecho como telecomunicaciones o arquitectura, entendían que aquello era una evidente gilipollez. Star Wars tiene un esquema de western”. Las carcajadas llegaron hasta Alderaan. Esquema de western. Esa frase, convertida en muletilla presuntamente amistosa, me persigue. Las risas fueron tornándose más cómplices a partir del cuarto chupito de tequila, pero la anécdota sigue aflorando como una mancha de petróleo en el mar cuando hablamos de cine (tema que evito a toda costa).

Esa asociación, que para mis amigos aún hoy sigue siendo risiblemente extraña, entre la saga creada por George Lucas y las películas del oeste, también la encuentro en uno de mis títulos favoritos de siempre, que no es otro que Los tres mosqueteros (George Sidney, 1948). Mi predilección viene dada, antes que nada, por la novela de Alexandre Dumas que devoré con avidez a temprana edad, al igual que me bebí con los ojos Las aventuras de Dick Turpin, La flecha negra, Enrique de Lagardere, Ivanhoe y el resto de ejemplares de la colección Historias de Bruguera -esa que a la novela original añadía un resumen en formato cómic cada tres páginas- que mi abuelo almacenaba en su casa.

También vi muy pronto la película de Sidney, aunque en aquel momento me dediqué a disfrutar de las piruetas de Gene Kelly, a temer a Lana Turner y a sentir mucha, muchísima simpatía por el Athos de Van Heflin (o vaneflin como todavía sigue pronunciando mi yo de 97 años), encerrado en aquella bodega hasta drenar la última botella de clarete. Más tarde, cuando profesores como Jenaro Talens, Vicente Sánchez-Biosca o Juan Miguel Company me enseñaron a trepanar imágenes y me obligaron a preguntarme por qué una secuencia había sido filmada de una manera determinada y no de otra, empecé a detectar las obvias conexiones entre el clásico de la MGM y el cine musical (sé que todo esto suena a explicación de profesor rancio). Las escenas de acción estaban coreografiadas como si de un baile se tratara; Sidney, que ya contaba en su filmografía con Levando Anclas o Escuela de sirenas, filmaba utilizando grandes escalas que permitían ver las evoluciones de sus ‘bailarines’ y la música de Herbert Stothart hacía el resto.

Todo este preámbulo asociativo viene a cuento porque una comedia como The Marvelous Mrs. Maisel está felizmente contaminada por el género que ayudó a forjar la leyenda de figuras como Fred Astaire, Cyd Charisse o Busby Berkeley. Ambientada en el Nueva York de finales de los 50, narra la historia de Midge Maisel (Rachel Brosnahan), amante, esposa y feliz madre de familia (judía) que, de la noche a la mañana ve como su marido, un ejecutivo aspirante a cómico, la abandona. Ese vuelco existencial le servirá para transformarse, primero de manera inopinada y después a conciencia, en humorista.

Amy Sherman-Palladino y Daniel Palladino manejan a la perfección los códigos de la screwball comedy: los diálogos punzantes y las réplicas veloces, la presencia de un personaje femenino como figura central alrededor del cual gravitan los conflictos, la subversión de convenciones asociadas al matrimonio y a la vida familiar, la emancipación de la mujer y su entrada en el mundo laboral, la aparición de problemas relacionados con la clase social… Todas esas constantes que se repiten durante los ocho episodios que forman la serie de Amazon están, además, regidas por un tempo muy concreto y marcadas por estilemas que remiten directamente al musical. Sin necesidad de recurrir a números ni a canciones, el imaginario de la serie se mira en un género cuyo punto álgido se dio, precisamente, durante las décadas de los 40 y los 50. El desprejuiciado soundtrack marca la cadencia y da el tono; las salidas del Gaslight, filmadas casi siempre en plano general y convenientemente musicadas, insinúan un baile que no se produce (¿no les recuerdan, en algún momento, al paseo de Gene Kelly mientras canta bajo la lluvia?); el diseño de producción se mira en el colorismo de los musicales clásicos a pesar de que buena parte de la historia sucede en antros oscuros de Greenwich Village,… Gestos visuales que remiten a unos códigos muy específicos.

También hay conexiones de carácter semántico. Como señala Áurea Ortiz, el personaje de Midge Maisel está lejanamente basado en Joan Rivers, una de las grandes cómicas de los 50 y los 60, heredera de pioneras como Lucille Ball, otra gran estrella de Hollywood que participó en musicales como El desfile de las estrellas (George Sidney, 1943) o Ziegfield Follies. Este vínculo entre la comedia y el musical a partir de figuras cruciales no es el único: aunque ficción, la ganadora del Globo de Oro a Mejor Comedia se pega a la realidad de la época y convierte al monologuista Lenny Bruce, interpretado por Luke Kirby, en uno de sus secundarios clave. En 1974, la vida de Bruce fue llevada a la pantalla por Bob Fosse, el gran renovador del musical en la década de los 70 con tres títulos fundamentales como Noches en la ciudad (1969), Cabaret (1972) y All That Jazz (1979). Fosse, que fue cocinero antes que fraile, actuó (y coreografió) a las órdenes de los maestros Donen (Tres chicas con suerte) o Sidney (Bésame, Kate).

Así pues, tanto por las relaciones contextuales y de carácter histórico, como por las huellas estilísticas que permean en la puesta en escena, detrás de las risas que provoca The Marvelous Mrs. Maisel resuena el eco de los grandes musicales.

Recontextualización

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Las actrices Rachel Brosnahan y Alex Borstein en un momento de la serie[/caption]

Si en Luna nueva (Howard Hawks, 1940) el conato de revolución feminista que iniciaba Rosalind Russell terminaba siendo neutralizado, 77 años después las cosas han cambiado demasiado como para que los finales sigan siendo idénticos. Bajo la ligereza insinuada por ese envoltorio de caja de bombones cara, se esconde una operación de resignificación que no debería pasar desapercibida (ese choque entre la apariencia y el contenido también es muy interesante: lo que vemos es ‘bonito’, lo que se nos cuenta, no). Mediante el involuntario desembarco de Midge Maisel en el mar de los escenarios, la teleficción creada por Sherman-Palladino muestra un caso práctico de emancipación femenina desde cero. Midge tiene que reconstruir su vida después de asumir que los parámetros que configuraban su cotidianeidad le habían sido impuestos y nada tenían que ver ni con sus intereses ni con sus deseos. Su talento cómico le servirá para denunciar esa situación de esclavitud genérica y para poner en solfa los roles asignados, sin preguntar a nadie, por una organización social dominada por los hombres (blancos heterosexuales). Su tenacidad y el apoyo de una outsider como Susie Myerson (Alex Borstein) tratarán de procurarle independencia económica, y la progresiva toma de conciencia de su ‘nueva’ personalidad hará que se libre de cualquier prejuicio (moral y sexual).

Una vez más, una mujer en el centro de la ficción, buscando liberarse (esa secuencia en la que se quita el sujetador-corsé) por sus propios medios y sin necesidad de tener a un hombre al lado (atención a la reacción de su exmarido tras ver su actuación). En definitiva, Midge Maisel destruye un estereotipo acuñado en virtud de la repetición y propone un nuevo modelo de mujer. Por eso, situar la serie a finales de los 50 permite no tanto denunciar unas pautas conductuales habituales en la época, ni siquiera alertar sobre la vigencia de esas actitudes, como reescribir esa Historia desde la ficción, reivindicando a las primeras mujeres que se enfrentaron al sistema y proponiendo un final alternativo: desde el presente podemos contar historias de mujeres que sí lo consiguieron, historias de mujeres de las que nunca se habló, historias de mujeres que, existieran o no, había que inventarlas, había que mostrarlas.

Humor vs poder

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Jane Lynch y Rachel Brosnahan[/caption]

Del baño de vitriolo tampoco se libran ni la religión ni la burguesía acomodada, las dos estrechamente unidas. Aunque puede que la condición judía de las dos familias que conforman el universo de Midge esté tratada desde el cliché, no es menos cierto que se abordan temas como la importancia capital del dinero, la necesidad de crear(se) una mitología personal asociada a la historia del judaísmo o la asunción de las imposiciones absurdas (o los estigmas sociales) derivadas de un credo cuyas sanciones solo parecen operar cuando se aplican al sexo. Todo ello queda puesto en tela de juicio por la serie. Un ejemplo: la separación de los Maisel es una catástrofe, pero que tu futuro exsuegro deje a tus hijos sin casa no parece un acto condenable según los preceptos de la fe.

Las clases pudientes tampoco quedan bien paradas. La oposición ambiental entre el Upper West Side y los garitos de Greenwich Village es también un enfrentamiento ideológico, hasta el punto de que los miembros del vagón de preferente se disfrazan para visitar el furgón de cola de la sociedad. Si en un espacio reina la hipocresía, en el otro nadie mide sus palabras, así que las fuerzas del orden son las encargadas de poner coto a todos y todas las que dicen lo que la gente con más de dos baños en su vivienda no quiere oír.

Pero, además, The Marvelous Mrs. Maisel reivindica el humor como arma contra el poder. En su tramo final, cuando Midge cambia su intervención para arremeter contra la que, por esos momentos, es la diva cómica del momento, Sophie Lennon (Jane Lynch), se posiciona. La sátira no puede ser vista con el exotismo de quien visita un zoológico, una broma hecha por pobres que los ricos pueden presenciar sin ofenderse (perdón por la simplificación). La serie legitima el humor como instrumento crítico, como una herramienta que solo vale si se utiliza contra aquellos que detentan el poder, ya sea un marido, un sistema opresor o una cómica que falsea su realidad para ganar más dinero.

Estamos, también, ante una teleficción que defiende la necesidad de expresarse libremente y de asumir las consecuencias de esos actos valientes en el seno de una sociedad pacata e hipócrita. En ese sentido, y después de asistir entre perplejos y furiosos a episodios como los de Fariña, Valtonyc o Santiago Sierra en ARCO, la serie que emite Amazon Prime Video se erige como un inesperado alegato en favor de todos aquellos a los que se silencia por manifestarse sin cortapisas a través de su obra. Que una serie afincada en los 50 ‘sea’ tan actual debería ponernos sobre aviso si no lo estamos ya.

P.D.: Rachel Brosnahan es una estrella.

 

Image: Feminismos reunidos

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