'La última noche en Tremor', sonrojante serie lisérgica de la novela de Mikel Santiago
Oriol Paulo dirige un 'thriller' de ocho episodios protagonizada por Javier Rey, Ana Polvorosa y Guillermo Toledo.
Aclaraciones previas
El último trabajo de Oriol Paulo para Netflix se basa en la novela del escritor Mikel Santiago La última noche en Tremore Beach, novela que no he leído. De hecho, y después de ver esta miniserie de ocho larguísimos episodios, si alguna vez me ven con el susodicho libro bajo el brazo avisen a la policía: será la señal que utilizaré para dar a entender que me están obligando a hacer cosas en contra de mi voluntad.
Este preámbulo iba a servir, también, como justificación, pues tras alcanzar el ecuador de la serie la infrecuente alianza entre el sentido común y mi pudor había desplegado ante mí una alfombra roja por la que mi conciencia debía abandonar el enésimo circo de tres pistas orquestado por el director de Los renglones torcidos de Dios (2022).
Sin embargo, absurdamente aferrado a la honrilla deontológica y azuzado por el sentimiento de culpa asociado a dejar las tareas a medias, terminé por indigestarme con las casi diez horas de metraje de esta producción inenarrable. Sigan leyendo bajo su propia responsabilidad.
La cultura del spoiler
La última noche en Tremor es una de las variantes que pueden adoptar los sueños húmedos de esos pequeños censores que son los responsables de relaciones públicas de las plataformas. El encadenado de giros de guion que abraza como una argolla de aire la estructura narrativa de esta serie es el pretexto que las compañías de streaming emplean para hacerte firmar un documento que te impide revelar informaciones que, al parecer, estropean el disfrute de la audiencia.
El spoiler se ha convertido en una herramienta para desterrar los análisis profundos y, de paso, para ayudar a un montón de series de televisión de endeble andamiaje a pasar como entretenimiento sin más. Con todo, nos valdremos de los rodeos, las paráfrasis y el humor comparativo para desmontar la nueva yincana narrativa de Oriol Paulo que llega después de la no menos abracadabrante El inocente (2021).
La última noche en Tremor cuenta la historia de Álex de la Fuente (Javier Rey), un compositor de bandas sonoras con la inspiración flácida que se refugia en el pequeño, mínimo, pueblo costero de Tremor para ver si las musas le levantan el ánimo y la carrera. Divorciado y con dos hijos que viven con su madre en Ámsterdam, de natural solitario y un tanto osco, Álex apenas cede parte de su tiempo a las amistades, que se reducen a sus únicos vecinos, Leo (Guillermo Toledo) y María (Pilar Castro).
Una noche tormentosa, de vuelta a casa tras una cena agradable, un rayo atravesará el cuerpo del fornido protagonista. Desde ese momento, como si le hubiesen recargado la batería del inconsciente, Álex empezará a tener visiones sobre un futuro nada alentador ni para él ni para sus allegados.
La base argumental se espeja en alguno de los tópicos más explotados por Stephen King, el del escritor en crisis/aislado que empieza a sufrir alteraciones mentales. Ahora bien, superado el planteamiento, es como si el escritor de Maine se hubiese puesto a teclear después de haber sido invitado a un buffet libre de LSD y el resultado se lo hubiesen dado a Juan Gómez Jurado para que le diera una última vuelta. Porque claro, no basta con que las visiones de Álex incluyan una lluvia de peces (sic), imágenes del pasado o la visita de un vecino con el vientre decorado con un agujero de bala.
No, no es suficiente. Esa disociación vinculada tanto al bloqueo creativo como al impacto del rayo viene aquí aderezada con la presencia de narcotraficantes venezolanos, crímenes ocultos enterrados en el pasado y una víctima de una violación múltiple… Y toda esa gente, to-da, vive en el mismo, pequeño, mínimo, pueblo de Tremor. De hecho, no sería raro encontrar en su censo, ocultos bajo otros nombres, a Elvis Presley o a Jesús Gil, incluso, ya puestos, a Kurt Barlow.
Cabecita loca
A medida que la trama avanza sabremos que las visiones de Álex son hereditarias. Su madre, interpretada por una Nora Navas que parece estar preguntándose todo el rato qué he hecho yo para merecer esto, ya tenía ese instinto premonitorio y el hijo pequeño del compositor también empieza a manifestarlo.
Pues bien, esa deformación de la psique le sirve a Paulo para jugar con el espectador y subirlo a una montaña rusa pilotada por Pier Nodoyuna que no respeta ni el rigor del punto de vista, ni la causalidad ni la lógica. Pongamos un ejemplo. En el quinto episodio (Mamá), Álex asiste a una terapia regresiva en la que trata de recordar cuál puede ser el origen del trauma que le provoca sus alucinaciones.
Repasa entonces la relación con su madre, una mujer autoritaria que poco menos que le ató a un piano para que el chico que entonces era alcanzase las metas que ella le había fijado. Pese a estar en la mente de Álex se nos cuentan cosas que él no presenció, pasajes que le ponen más picante a un relato con más golpes de efecto que el Correcaminos en un pinball, sacrificando la coherencia narrativa en aras del espectáculo.
Aquí ni siquiera podemos hablar de suspensión de la incredulidad, puesto que cada pasaje puede hacerse pasar por una visión del protagonista a conveniencia. Todo vale. Podríamos detenernos en un sinfín de anomalías. Dos personajes sufren un aparatosísimo accidente de coche. Uno de ellos, sin cinturón, muere. El otro sale del vehículo con un par de rasguños y al día siguiente está listo para interpretar el concierto de Aranjuez sin saltarse una nota.
También podemos hablar de lo fácil que resulta escapar de un psiquiátrico en el que te acaban de encerrar por amenazar con un arma a media docena de policías. O de lo innecesario que es que, una y otra vez, nos repitan lo de la beca para viajar a Londres que Álex dejó escapar y las traumáticas consecuencias que tuvo aquello. Por no hablar de que todo el background referido al personaje de Judy (Ana Polvorosa), la nueva novia de Álex, no hace falta alguna para desarrollar su historia amén de ser escandalosamente oportunista.
Al final, La última noche en Tremor, y dado que hay tantas cosas que no podemos revelar, podría verse como una versión de La zona muerta pasada por el filtro de Los Serrano rodada por un Brian de Palma con cataratas.
Pesadilla en el parque de atracciones
Con todo, las peores decisiones de esta miniserie cuyos acabados lucen como un Tesla recién estrenado (aquí se ha metido dinero por un tubo) se concentran en el cuarto episodio.
Un capítulo en el que se aborda una violación múltiple, casi una reproducción del caso de 'la manada' en tierras francesas, en el que la espectacularización de las imágenes, planos subjetivos de la víctima incluidos, provocan un bochorno que nos obliga a pedirle a Netflix que aumente la velocidad de reproducción a 10x. A esas alturas, el discurso sobre las segundas oportunidades y la sanación de los traumas para vivir en paz y armonía ya nos la refanfinfla.
Una señal más de que la estética pirotécnica de Paulo -nótese la profusión de drones y tomas áreas o su querencia por las pelucas y los maquillajes prostéticos- no se detiene ante nada. Un episodio abyecto dentro de una serie irrelevante.