Tres libros (y tres lecciones magistrales) para aprender a mirar el arte
- Mercè Ibarz (periodista), Patrick Bringley (vigilante y guía del MET) y Miguel Ángel Hernández (escritor y profesor) ofrecen tres modos bien distintos de acercarse a las obras de arte.
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Entró al arte atravesando La habitación roja de Matisse y de ahí no ha salido. Mercè Ibarz (Zaidín, Huesca, 1954), profesora, periodista cultural y cronista de exposiciones, invita desde este delicioso librito a mirar el arte “sin pantallas ni intermediarios”. A atreverse a entrar, a no dejarse intimidar, y para ello nos da las claves necesarias recorriendo sin pretensiones y con ánimo divulgador algunas pinturas, fotografías y exposiciones que han marcado su mirada.
Del pintor francés a Duchamp, el amigo D, que decía que somos los espectadores los que hacemos los cuadros; al autorretrato de Leonora Carrington, que le lleva a analizar la complejidad de mirar el surrealismo; a Simone Weil y Ludwig Wittgenstein, los dos referentes del título; a Njideka Akunyili Crosby, una biznieta de Leonora, dice; a Cartier-Bresson o a Hilma af Klint.
Con mucha anécdota personal, pasamos de las obras a las exposiciones, su material de trabajo durante años. De las grandes muestras internacionales de Van Gogh y Velázquez que marcaron a principios de los 90 un punto de inflexión (“empezaban a ser escenario de nuevas batallas”, “si me apabulla, empiezo a sospechar”) y el inicio del turismo cultural de masas.
La diferencia entre “curador” y “comisario”, las performances de Niki de Saint Phalle, Yoko Ono, Marina Abramovic, las redes... Todo está aquí. “No soy erudita del arte, soy una de sus amantes”, confiesa al final del libro. Y ese amor se nota en cada página. “Llegas a ver si miras”.
El libro de Patrick Bringley (1983) empieza en el sótano del Museo Metropolitano de Nueva York, con montones de embalajes vacíos. Pero lejos de lo que pueda parecer, la luz lo inunda todo en estas páginas.
La muerte de su hermano a los 27 años lleva a Patrick (25) a replantearse su vida y su trabajo en The New Yorker. Decide parar y, para ganarse la vida, convertirse en uno de los 300 vigilantes de planta del MET, “sintiendo tan solo tristeza y dulzura”. Allí estará 10 años vigilando y observando el arte y todo lo que pasa fuera y dentro de las obras.
Así sabremos que su hermano se parece al retrato de Tiziano, “brillante, irreductible, inmarcesible”, o que las personas pintadas en los cuadros del museo son 8.496. Su vida e inquietudes se entretejen con Brueghel, Vermeer, una estatua griega o un león egipcio. Y descubrimos así otra forma de mirar el arte.
Un acto de mirar que explora también el escritor y profesor de Historia del Arte Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) en este volumen de ensayos. Fechados entre 2009 y 2024, los textos se distribuyen en cuatro apartados: Imágenes (punzantes), Tiempos (retorcidos), Espacios (desplazados) y Memorias (alteradas).
Su propio reflejo en un daguerrotipo le sirve para explicar la acción de ver y analizar cómo siempre estamos en la imagen: “imposible quitarse de en medio”. Y así, proyectando sombras y reflejos, ha tratado él mismo de acercarse a las imágenes en textos de catálogo (Javier Pérez, Pablo Genovés) e intervenciones “al límite de la crítica”, en los que se respira lo autobiográfico y la ficción.
Junto a Walter Benjamin, Susan Sontag y Roland Barthes. Wittgenstein también está aquí, cerrando el círculo. Enseñándonos a mirar.