El Jabato: la gloria de los segundones
El Jabato, un íbero indomable engendrado por Víctor Mora, fue un recordatorio permanente del anhelo de libertad del ser humano, incapaz de resignarse a vivir bajo el yugo de la tiranía
Siento especial aprecio por los héroes del cómic que ocupan un segundo plano, lejos de los grandes mitos. ¿Quién no ha oído hablar de Astérix o el Capitán Trueno? El Jabato no es un desconocido, pero no goza del reconocimiento de los grandes paladines que han encontrado un hueco de honor en la imaginación, simbolizando el arrojo y la generosidad en estado puro. Astérix alcanzó la gloria combatiendo incansablemente a los romanos. Bajito y enclenque, su ingenio y su coraje le permitieron resistir a un adversario formidable. Julio César nunca pudo ocupar su aldea. Es cierto que Astérix y sus vecinos cuentan con la poción mágica, pero sin la inteligencia del pequeño galo ese recurso se habría malgastado en disputas domésticas –los galos son propensos a las trifulcas- y en inútiles alardes de fuerza. Las hazañas de Astérix han empañado la memoria de otros héroes de papel embarcados en una desigual lucha contra Roma. Dado que soy español, me corresponde reivindicar a El Jabato, un íbero indomable engendrado por Víctor Mora, creador también de El Capitán Trueno, anterior en el tiempo. El Jabato irrumpió en los quioscos españoles el 20 de octubre de 1958, con una aventura titulada “Esclavos de Roma”. El azar quiso que naciéramos el mismo día y el mismo mes, pero con una diferencia de cinco años, pues yo vine al mundo en 1963. No voy a mentir. Esa coincidencia enciende mi simpatía hacia el personaje. Esta clase de simetrías son fruto del azar, pero cuando tocan algo de la propia biografía parecen signos del destino.
La primera aventura de El Jabato se regaló con el número 107 de El Capitán Trueno. El Capitán Trueno había visto la luz en 1956, contando con un dibujante de lujo: el genial Ambrós. El Jabato fue dibujado por Francisco Darnís, otro dibujante de incontestable talento. Eso sí, ambos tuvieron que recurrir a colaboradores, pues el ritmo de producción que imponía una cita semanal de no pocas páginas resultaba irrealizable para un solo dibujante. Bruguera parecía competir consigo misma, pues lanzó dos personajes con características similares. La editorial impuso el nombre del héroe íbero contra el criterio de Víctor Mora. El tiempo le dio la razón a la editorial, pues el nombre se ganó de inmediato el aprecio de los lectores. El Jabato fue el hermano menor del capitán Trueno, pero sería injusto despacharlo como una creación de segundo orden. Frente al cruzado que luchaba contra el Islam para preservar la hegemonía cristiana, el íbero encarnaba el desafío de un pequeño pueblo contra un imperio. Sin connotaciones religiosas, sin patriotismo de cartón piedra, sin retórica susceptible de ser explotada por el régimen franquista.
Es cierto que el Islam era un imperio en el siglo XII, fecha escogida por Víctor Mora para ambientar las aventuras del Capitán Trueno, pero la lucha contra él desprendía una connotación indeseable en la España de la época. Era fácil caer en la tentación de asociarlo a esa anti-España de la que hablaba la dictadura. Supuestamente, Franco se había alzado para defender la civilización cristiana occidental y, aunque empleó a mercenarios marroquíes, luchaba contra las “hordas extranjeras” que pretendían destruir la identidad católica de nuestro país. Conviene recordar que el Capitán Trueno debutó peleando contra el “moro” en los Santos Lugares en compañía de Ricardo Corazón de León, uno de sus mejores amigos. En cambio, el Jabato se enfrentaba a Roma. No al “imbécil de Julio César”, por utilizar una expresión recurrente en Astérix, sino a la Roma decadente y asediada por los bárbaros. Al contemplar sus peleas contra las legiones romanas, no había que esforzarse demasiado para identificar sus combates con las peripecias del maquis, activo hasta 1965, cuando José Castro, “el Piloto”, murió cerca de la presa de Belesar, en Galicia, mientras intercambiaba disparos con la Guardia Civil. El Jabato, otro rebelde, fue un recordatorio permanente del irrenunciable anhelo de libertad del ser humano, incapaz de resignarse a vivir bajo el yugo de la tiranía. El Jabato nunca se cansa de exaltar la libertad. Cuando Claudia, su futura prometida, se ofrece a pagar el precio de su libertad, contesta: “¡Un íbero no acepta la libertad de nadie! ¡La conquista cuando la oportunidad se presenta!”. En la España de 1958, esas palabras podrían haber servido como frases de un manifiesto antifranquista. Obnubilados por su incurable estolidez, los censores no apreciaron su carga subversiva. Conviene recordar que Víctor Mora, su creador y militante clandestino del PSUC, pasó por las cárceles franquistas, acusado de comunista y masón.
Víctor Mora sitúa el comienzo de la historia del Jabato en el año 73 a.C., poco después de la muerte de Espartaco. La serie no despunta por su exactitud histórica. Las fechas bailan constantemente. El Jabato es cristiano… tres décadas antes de Cristo. A veces se cita a Nerón; otras, a Trajano, Tito o el imaginario emperador Sulla. Para los romanos, el Jabato y sus compañeros son bandoleros, peligrosos proscritos a los que intentan cazar una y otra vez. Para los pueblos invadidos, serán libertadores con un arrojo singular. En España, actúan como guerrilleros, emboscándose en los caminos y las montañas. Fuera de ella, combaten a los tiranos, algunos francamente extravagantes y exóticos. Al igual que Hergé, Mora dejaba a sus personajes al filo del abismo, suspendidos de un arbusto, o en una oscura mazmorra, creando la angustiosa sensación de que había llegado su fin. El Jabato es un sencillo campesino que comienza a luchar contra los romanos cuando matan a uno de sus vecinos, un hombre bueno y venerable. Esclavizado y obligado a combatir en la arena del circo, organiza una rebelión de gladiadores. A partir de entonces, su destino será vagar por el mundo, luchando contra toda clase de déspotas. Sonriente, optimista y desprendido, solo utiliza la violencia cuando no le queda otra alternativa. Nunca le vemos matar a nadie. Sus luchas pueden ser cruentas, pero jamás fatales. Víctor Mora nos ahorra esas truculencias que abundan en el cómic actual, auténticas orgías de sangre que solo producen horror y hastío. Su intención es exaltar valores, como la amistad, la generosidad, el sacrificio, la lealtad y el perdón. En Los sicarios de Kiro, un álbum en color, el Jabato expresa su ideario, pensando que le quedan pocos minutos de vida. Taurus y él se hunden en unas arenas movedizas tras intentar salvar a dos de sus enemigos, sin importarles que hayan intentado acabar con sus vidas en varias ocasiones: “Siempre hemos tratado de luchar en beneficio de quienes más lo necesitaban… Los débiles… Los que no podían valerse por sí mismos… Morimos ahora por haber tratado de salvar a dos hombres, que aunque eran unos miserables, no podían ser abandonados a su suerte… ¡Moriremos, por tanto, como hemos vivido!”. Taurus también acepta su destino con serenidad: “Nunca pensé morir de esta manera… ¡Pensé morir luchando, a pecho descubierto, contra una docena de enemigos! Pero quiero que sepas que no me importa acabar así… si estoy contigo. ¡Hemos sido siempre buenos compañeros y ni la muerte podrá separarnos!”. Víctor Mora no oculta su intención pedagógica. No le interesa suscitar pasiones morbosas. Sabe que escribe para un público joven y considera improcedente cualquier concesión al cinismo, la frivolidad o la crueldad. Además, la censura de la época tampoco lo hubiera tolerado. La censura siempre es abominable, pero evitó que los niños españoles de mi generación crecieran entre barrocas explosiones de violencia. Quizás debamos atribuir ese mérito a la siempre misteriosa astucia de la historia.
El Jabato detesta la superstición y el fanatismo religioso. Su mente es racional y serena. No se limita a utilizar la fuerza. Siempre tiene ideas brillantes para afrontar los desafíos. Abraza a los hombres de todos los colores, condenando el racismo y la xenofobia. Enamorado de Claudia, una joven patricia romana, es fiel en sus afectos y, aunque siempre acude en socorro de una mujer en apuros, nunca se muestra condescendiente o machista. Al igual que el Capitán Trueno, el Jabato encarna valores democráticos e ilustrados frente al autoritarismo del régimen franquista. No me habría extrañado encontrarme con ellos en las manifestaciones que pedían amnistía y libertad. Eso sí, su indumentaria habría provocado estupefacción. El Jabato llevaba una falda roja y se protegía las piernas con grebas metálicas. Calzaba sandalias de cuero y se cubría el torso con una coraza de escamas. Probablemente, hoy lo confundirían con un manifestante del Día del Orgullo Gay, provocando la indignación de los que hoy le consideran un icono de la masculinidad. Los que reivindican su figura desde posiciones escasamente democráticas no han comprendido al personaje o solo se han quedado con los aspectos más superficiales.
Claudia no es una boba enamorada. Hija de un senador romano y cristiana, asume llevar una vida errante para acompañar al Jabato. Solo se queda en Roma para ayudar a los cristianos, ferozmente perseguidos por emperadores decadentes y corruptos. Lejos de experimentar celos, cuando otra mujer se enamora de su prometido, busca su amistad, desactivando el conflicto. Valiente e inteligente, salva al Jabato y a sus amigos en más de una ocasión. Taurus es el inseparable amigo del Jabato. Un coloso barbudo y tragaldabas que viste como un bárbaro, con pieles de animales sin tratar. Su bigote, estilo Dalí, le da el aspecto de forzudo de circo. Es evidente que Claudia se parece a Sigrid, la novia del Capitán Trueno, y Taurus a Goliath, pero se diferencian en algunas cosas. Sigrid es una reina y siempre actúa con majestuosidad. Nunca olvida sus responsabilidades. Claudia es más espontánea y no se preocupa tanto de las apariencias. Goliath es algo menos bruto que Taurus y su parche de pirata le da un aspecto francamente simpático. Ambos son dos glotones insaciables. Víctor Mora quizás no quiso alterar demasiado una fórmula que había funcionado tan bien con el Capitán Trueno: la figura del amigo entrañable y leal hasta la muerte. Mucho más tarde se incorporaría a la serie el hilarante Fideo de Mileto, un poetastro acompañado por una lira y una corona de laurel. Es inequívoca la alusión a Tales, el primer filósofo. Nacido en Grecia, Mileto compone larguísimos poemas con los que tortura a sus amigos. Taurus a veces le arroja la lira a la cabeza o intenta destruirla, pero no dudará en arriesgar su vida para salvarlo en situaciones de peligro. A pesar de su cobardía, Fideo hará exactamente lo mismo, propinando golpes certeros con su instrumento. El Jabato elogia su sabiduría, pero a veces se muestra escéptico con el valor de sus poemas. Sus críticas siempre son benévolas y nada hirientes.
Otro personaje tardío es Tai-Li y su tigre Bambú. Tai-Li es un niño asiático que desempeña un papel parecido al de Crispín, el joven escudero del Capitán Trueno. Huérfano y en proceso de maduración, ofrece al Jabato la oportunidad de ejercer de padre y tutor. A veces, Tai-Li aparece con un mono llamado Bongo. Se ha reprochado a Víctor Mora que cometiera anacronismos, algo que no hizo con el Capitán Trueno. El Jabato llegará a enfrentarse con un Tyrannosaurus Rex. Con el tiempo, el dibujo y la trama decayeron, quizás por culpa de un ritmo de trabajo enloquecedor. Pese a todas sus imperfecciones, el Jabato merece ser recordado y celebrado como un oasis de colores en medio de un paisaje en blanco y negro. En unos años donde ser español significaba vivir una anomalía política y social, levantó la voz contra los sátrapas que sometían a los pueblos y los fanáticos que inculcaban el miedo en las conciencias, propagando supersticiones y falsedades. No fue un pacifista, pero nunca se sintió atraído por la violencia. Luchó porque no le quedó otro remedio. Si le hubieran dejado tranquilo, habría dedicado su existencia a labrar la tierra y charlar con los vecinos. Indudablemente, se habría casado y habría tenido hijos, pero su condición de proscrito le abocó a deambular por la tierra como un nómada, siempre huyendo del poder imperial de Roma. Creo que algunas noches, cuando intentaba conciliar el sueño cerca de una fogata, sintió la añoranza del hogar que nunca pudo formar y quizás alzó la vista hacia las estrellas, preguntándose si Dios lo había abandonado. Yo siempre estaré en deuda con El Jabato y con otros héroes de papel. Me proporcionaron los mejores momentos de mi infancia, especialmente cuando murió mi padre y la vida se reveló como algo áspero e ingrato. Si existe realmente otra vida, solo pido un trocito de alfombra donde poder tumbarme con un tebeo de El Jabato, un tazón de leche con Nesquik y un perro sobre el que poder apoyar la cabeza. No me importaría pasar la eternidad acompañado por el íbero que desafió al poder más grande de su época, asumiendo un destino salpicado de peligros, privaciones e incertidumbres.