Los poetas Adam Zagajewski y Rainer Maria Rilke

Los poetas Adam Zagajewski y Rainer Maria Rilke

Entreclásicos

Zagajewski y Rilke: en busca del ángel terrible

Zagajewski apunta que la vida de ese vagabundo sin hogar que fue Rilke es un ejemplo de consagración infatigable a la palabra poética.

7 noviembre, 2023 02:25

¿Qué quiso decir Rilke al escribir en Elegías de Duino: “Todo ángel es terrible”? En una carta, el poeta esbozó una explicación, no sin ignorar que el poeta no siempre es el mejor exégeta de sus propias palabras: “El ángel de las Elegías es aquella esencia que se ofrece como fiadora parar reconocer en lo invisible una categoría más elevada de realidad. De ahí que sea ‘terrible’ para nosotros, porque nosotros, que somos sus amantes y transformadores, estamos sin embargo adheridos a lo visible”.

Las Elegías de Duino no son un simple bosque de símbolos, sino unos ejercicios espirituales que fundan una apertura para aproximarse a lo invisible. Pero, ¿qué es lo invisible? Un misterio que podemos intuir o atisbar en el mundo exterior, pero que solo se revela en su sentido más profundo, en lo más recóndito de nuestra intimidad, cuando mediante una ascesis intelectual logramos desprendernos de los conceptos que oscurecen nuestra comprensión del ser.

El poeta polaco Adam Zagajewski escribió un pequeño ensayo sobre Rilke (Releer a Rilke) para explorar las claves de su obra. Zagajewski apunta que la vida de ese vagabundo sin hogar que nació en la periferia del Imperio Austrohúngaro es un ejemplo de consagración infatigable a la palabra poética. Para Rilke, la poesía no es una herramienta, sino una misión existencial. Rilke no se considera un artífice o creador, sino un espíritu que cultiva la escucha. El poeta es la caja de resonancia del ser, no su demiurgo.

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Introvertido, solitario y algo mitómano, Rilke se inventó unos orígenes aristocráticos y aceptó la protección de grandes damas de la nobleza, mostrando un tibio interés por los acontecimientos de su época. Poeta puro alejado de los avatares políticos y sociales, solo se asomó a la actualidad de su tiempo para hablar escuetamente sobre la Primera Guerra Mundial y la dictadura de Benito Mussolini. En un primer momento, exaltó el conflicto bélico, reiterando las tesis hegelianas sobre el carácter fructífero de la violencia entre las naciones, pero enseguida rectificó y manifestó su horror ante el espectáculo de los campos de batalla sembrados de cadáveres.

En cuanto a Mussolini, le dedicó palabras de alabanza, pensando que encarnaba el sentido artístico de la política, pero su entusiasmo se enfrió muy pronto. Rilke no era un analista, sino un poeta con una visión de los hechos condicionada por criterios estéticos. Encerrado en sí mismo, su mirada solo fue clarividente cuando investigó el sentido de la palabra poética. La búsqueda de la belleza no le pareció un lujo, sino la forma más radical de acercarse a la verdad.

Las 'Elegías de Duino' no son un simple bosque de símbolos, sino unos ejercicios espirituales para aproximarse a lo invisible

Rilke recurrió a la poesía para que una rosa, un arroyo o la vieja columna de un templo nos revelaran lo que son, más allá de esas apariencias que solo dejan una huella efímera en la retina o un surco fugaz en la memoria. Desde su punto de vista, la Revolución Industrial cosifica la naturaleza, rompiendo el diálogo entre el hombre y el mundo. Un bosque ya no es un espacio para pasear y meditar, sino una fuente de recursos. Parece absurdo contemplarlo o cuidarlo. Solo cabe explotarlo.

Zagajewski señala que Rilke no viajaba por placer, sino para acumular experiencias y depurarlas mediante una evocación serena. Era su forma de preparar el sustrato de su poesía. De sus viajes por Toledo, Ronda, Roma o El Cairo, extrae los “guijarros que después encontramos en el espléndido mosaico de las Elegías de Duino”. Con miedo a amar y ser amado, Lou-Andreas Salomé más que una compañera fue para él una maestra espiritual y una diosa a la que adorar, “una especie de Diotima inteligente, graciosa y moderna”. Con ella viajó a Rusia, “una tierra misteriosa que le proporcionaría cierta esperanza en el futuro de la humanidad”.

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Rilke buscaba el centro de todas las cosas, donde esperaba hallar una vía de acceso a lo invisible, morada de los ángeles terribles. Aunque llevó una existencia errabunda, nunca echó raíces, quizás porque su única patria era la imaginación. No la fantasía, sino ese mundo interior que -según William Blake- constituye la verdadera realidad. Rilke no desdeñó la materia, pero entendió que solo era la manifestación de un infinito inasequible a la razón. La poesía no podía explicar ese infinito, pero sí escuchar su rumor y recrearlo mediante imágenes, símbolos, metáforas y analogías. No es posible tener una experiencia directa de las cosas últimas. De ahí que la misión del poeta sea hacer de puente entre lo inefable y la palabra.

Rilke no es aficionado a la introspección y la subjetividad. Su ambición es entender el ser por medio de la belleza. “La belleza no es / sino el nacimiento de lo terrible; un algo / que nosotros podemos admirar y soportar / tan solo en la medida en que se aviene, / desdeñoso, a existir sin destruirnos”. Lo terrible es lo invisible y aquí cada uno puede buscar una equivalencia que explique un término tan difuso: el ser, la totalidad, lo divino. Rilke se abstiene de proporcionar respuestas.

Rilke dedicó palabras de alabanza a Mussolini, pensando que encarnaba el sentido artístico de la política, pero su entusiasmo se enfrió muy pronto

Como señala Zagajewski, se limita a enunciar las cuestiones esenciales, como “quiénes somos, qué es la muerte, son los amantes unos privilegiados, qué puede ofrecernos el arte”. Las preguntas quedan suspendidas en el aire, pero al menos hay una certeza: la vida en la tierra es un don, no una desgracia. “La séptima” elegía así lo proclama:

Estar aquí es glorioso.
Vosotras lo sabíais, muchachas,
sí, también vosotras, las aparentemente desposeídas
que os habíais hundido,
supurantes o abocadas a la inmundicia,
en las callejas más viles y sórdidas de las ciudades.
Sí, porque cada uno tuvo su hora,
quizá ni siquiera una hora entera
sino algo apenas mensurable en el orden del tiempo,
un intervalo casi perdido entre dos instantes
en el que tuvo un ser propio
y lo fue todo,
con las venas henchidas por la existencia.

El ángel terrible de las Elegías de Duino no se ha desvanecido, como otros mitos reducidos a polvo por el tiempo. Sigue ahí -afirma Zagajewski- “para preservar algo que la era moderna -tan pródiga en muchos otros campos- nos ha arrebatado o tan solo ocultado: los momentos de éxtasis, por ejemplo, instantes de asombro, horas de mística ignorancia, días de solaz, la encantadora quietud de leer y meditar”.

La concepción del decir poético de Zagajewski es muy similar a la de Rilke. El polaco escribe que “la poesía es la búsqueda del fulgor. / La poesía es un camino real, / que nos lleva al punto más remoto, más encumbrado, más allá”. Zagajewski se sitúa en un lugar intermedio entre la escucha silenciosa y la expresión artística. Sus poemas son una síntesis de atención y voz, contemplación y acción. La escucha nunca es estéril. Nos revela que el silencio es elocuencia y la luz, una experiencia mística. El mundo es mucho más de lo que se aparece. Por eso el poeta es un visionario. Sabe que hay algo más allá del horizonte visible, pero no puede explicarlo. De ahí que siempre esté peleando con los límites del lenguaje.

Zagajewski se sitúa entre la escucha silenciosa y la expresión artística. Sus poemas son una síntesis de atención y voz, contemplación y acción

Su anhelo más profundo es casi irrealizable: materializar una ausencia, hacer presente lo invisible, mostrar la paradójica solidaridad entre materia y espíritu. Opositor a la dictadura comunista que oprimía Polonia, Zagajewski se exilió, pero la caída del totalitarismo no implicó el advenimiento del kantiano reino de los fines, sino la llegada de una sociedad imperfecta, con nuevas formas de intolerancia y corrupción. Las utopías no acontecen en la historia, sino en un dominio intangible. “Hay algo más a lo que no podemos dar nombre -asegura Zagajewski-. Pero este innombrable me da esperanza”.

El ángel terrible de Rilke es terrible porque nos sitúa ante una belleza que nos sobrepasa. Esa visión podría aniquilarnos, pero en realidad es la promesa de un porvenir más humano. Como escribió Heidegger en ¿Y para qué poetas?, “ser poetas en tiempos de penuria significa: cantando, prestar atención al rastro de los dioses huidos. Por eso es por lo que el poeta dice lo sagrado en la época de la noche del mundo. Por eso, la noche del mundo es, en el lenguaje de Hölderlin, la noche sagrada”. La noche sagrada donde Rilke y Zagajewski escuchan arrebatados el luminoso aleteo del ángel terrible, heraldo de un reino donde la noche del mundo se transforma en un corazón encendido.

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