Paul Newman en 'El buscavidas' (1961).

Paul Newman en 'El buscavidas' (1961).

Entreclásicos

El indomable Paul Newman

El mítico actor de Hollywood fue el rostro de aquellos hombres que detrás de la sonrisa de triunfador ocultan una derrota vital incontestable.  

8 octubre, 2024 01:51

Paul Newman debutó en el cine en 1954 con El cáliz de plata, "la peor película de la década", según sus propias palabras. Acompañado por Virginia Mayo y Jack Palance, interpretó a Basil, un artesano de Antioquía que cubre de plata el Santo Grial y esculpe en la copa el rostro de Jesús y sus discípulos.

Tras una temporada en la televisión sin grandes logros, Newman intentaba abrirse camino en la pantalla grande, pero el resultado fue catastrófico. Cuando en 1966 se estrenó la cinta en televisión, el actor pidió al público que no perdiera el tiempo con ella y se disculpó por haber participado en aquel despropósito, pero su consejo produjo el efecto inverso. El cáliz de plata, de Victor Saville, batió récords de audiencia.

Afortunadamente, la segunda película que protagonizó Paul Newman ha pasado a la posteridad como un clásico. Se puso en la piel del boxeador Rocky Graziano en Marcado por el odio (Robert Wise, 1956) y aplicó las lecciones aprendidas en el Actor’s Studio. Aunque sobreactuaba en algunos momentos, resultó convincente como un delincuente juvenil al que el boxeo salva de la cárcel.

Quizás transmite menos dureza que el auténtico Rocky, pero consigue captar su conflictiva personalidad y su escondida ternura, que se manifiesta con su amigo Romolo (Sal Mineo), un ladronzuelo inseguro y vulnerable.

En 1958, volvió a utilizar las técnicas interpretativas del Actor’s Studio en La gata sobre el tejado de zinc, de Richard Brooks. En esta ocasión, encarnó a Brick, un ex atleta traumatizado por el suicidio de su mejor amigo. Incapaz de superar la experiencia, se ha alcoholizado y su matrimonio con Maggie, la gata (una bellísima y ardiente Elizabeth Taylor), se tambalea, bordeando el naufragio.

Basada en la obra teatral homónima de Tennessee Williams, ganadora del premio  Pulitzer, la película es espléndida, pero en algunos momentos cojea. No es por culpa del director o los actores, sino de un guion alterado para ocultar la relación homosexual de Brick y su amigo.

Newman modula perfectamente el dolor psíquico de su personaje, pero la supresión de un dato importante de la trama arroja una sombra de extrañeza sobre su sufrimiento. Su confrontación con Burl Yves, que encarna a su padre, el patriarca enfermo de una próspera familia del Sur, y su relación con Elizabeth Taylor, una mujer herida apasionada, alumbra secuencias de gran intensidad en una historia marcada por las tensiones emocionales.

Paul Newman y Elizabeth Taylor en 'El gato en el tejado de zinc' (1958).

Paul Newman y Elizabeth Taylor en 'El gato en el tejado de zinc' (1958).

Ese mismo año, interpreta a Billy el Niño en El zurdo, de Arthur Penn. Billy no es un pistolero más, sino un joven inestable y desbordado por su leyenda. En su amistad con el ganadero John Tunstall, se aprecia su desamparo y su resistencia a convertirse en un adulto. Sabe que la muerte le pisa los talones, pero intenta burlarse de ella. Es su forma de soportar un destino que no ha elegido.

Al igual que los héroes de la tragedia griega, es un marioneta en manos del destino. Desearía vivir, pero el mundo le ha cerrado todas las puertas. En su angustia existencial se aprecia la rebeldía que ya se gestaba entre la juventud del todo el mundo en esas fechas y que estallaría en la década de los sesenta.

Dirigido por Martin Ritt, Newman trabajó por primera vez con Joanne Woodward en El largo y cálido verano, basada en El villorrio, la novela de William Faulkner. Woodward acababa de ganar un Oscar por Las tres caras de Eva (Nunnally Johnson, 1957).

Aunque inicialmente no congeniaron, Woodward y Newman se casaron ese mismo año. Newman se divorció de su primera mujer, con la que había engendrado tres hijos, lo que le creó una enorme culpabilidad, pero ese comienzo tormentoso no impidió que su segundo matrimonio durara cinco décadas.

De ideas progresistas, la pareja se involucró en campañas políticas a favor del Partido Demócrata, se opuso a la Guerra de Vietnam, se solidarizó con la lucha del movimiento LGTBI y respaldó diversas iniciativas para proteger los derechos humanos. Más adelante, Paul Newman descartaría el papel de Harry el Sucio, pues el personaje le parecía un matón fascista.

En 1960, protagoniza Éxodo (Otto Preminger), basada en el best-seller de Leon Uris. Hijo de un comerciante judío no practicante y de una húngara católica, Newman hizo una interpretación correcta en una superproducción acartonada y con escaso aliento épico.

Un año después, llega a las pantallas uno de sus grandes papeles: Eddie Felson. Dirigida por Robert Rossen, El buscavidas fue un fracaso comercial, pero hoy se considera un gran clásico. Newman aprovechó su personaje, un amoral y arrogante jugador de billar, para realizar una precisa radiografía del fracaso en un país que divide a la sociedad en perdedores y ganadores.

Eddie perderá ante el Gordo de Minnesota (Jackie Gleason), una leyenda del billar, pero volverá a enfrentarse con él por una poderosa motivación: aliviar su conciencia. Sabe que ha empujado al suicidio a Sarah, su amante. Interpretada por Piper Laurie, Sarah es una mujer frágil e inteligente que no soportará una vida basada en la mentira, la manipulación y el amor al dinero.

El buscavidas desprende una atmósfera existencialista, similar a la de las novelas de Camus y las obras de Beckett. Filmada en blanco y negro, se aproxima al fatalismo de la nouvelle vague, con esos antihéroes impregnados de nihilismo, cuyo descontento se canaliza de forma autodestructiva. Después de su victoria sobre el Gordo de Minnesota, Felson solo será una conciencia atormentada por los estragos que ha causado. Su triunfo será un canto del cisne exento de poesía y grandeza.

En 1962, Paul Newman volvió a protagonizar una película basada en una obra de Tennessee Williams, Dulce pájaro de juventud, donde interpretó a un actor fracasado que regresa a su ciudad natal, donde solo encuentra hostilidad y desdén. No es un film tan redondo como La gata sobre el tejado de zinc, pero completa el retrato del Sur esbozado en obras anteriores. En 1963, Newman encarnó a un joven e inverosímil premio Nobel de Literatura en El premio (Mark Robson), una película simpática e intrascendente que imitaba el estilo de Hitchcock.

En 1966, trabajó por primera y única vez con Hitchcock en Cortina rasgada. El director inglés aceptó su presencia por imposición de la productora, pero no ocultó su descontento. La inclusión de Julie Andrews en el reparto solo agravó el clima de malestar que se apoderó del rodaje. Hitchcock hubiera deseado otra pareja protagonista, más creíble en sus papeles de científicos involucrados en una trama de espionaje durante los años de la Guerra Fría.

Aunque la película fue un fracaso comercial y se consideró un Hitchcock menor, hoy en día se aprecian con más nitidez sus virtudes. Hay escenas memorables, como el brutal asesinato de Gromek (Wolfgang Kieling), un agente de la Stasi al que Newman y una campesina (Carolyn Conwell) asfixian introduciendo su cabeza en el horno de una cocina.

No son menos destacables el angustioso viaje en un falso autobús de línea, que una organización secreta utiliza para transportar a personas que pretenden fugarse a Occidente, o el breve encuentro con una condesa que fantasea con viajar a Estados Unidos.

Con Harper, investigador privado (Jack Smight, 1966), Newman demostró que
podía actualizar y revitalizar el cine negro. Harper no es tan duro y amoral como Sam Spade, pero su psicología es más compleja. No se conforma con sobrevivir. Necesita darle un sentido a su vida y solo lo consigue con su trabajo. Sus casos resueltos no constituyen grandes hazañas, pero al menos demuestran que la inmundicia siempre sale a flote.

Un detective no es un faro moral. Sin embargo, sus pesquisas desprenden una tímida luz, semejante a la de una pequeña linterna en un sótano. Durante unos instantes, la oscuridad retrocede y se esboza un rayito de esperanza. Harper no es tierno ni sentimental, pero persigue obstinadamente la verdad. Ahí reside su paradójica grandeza, oscurecida por sus grandes dosis de egoísmo y frialdad.

Boxeo y huevos cocidos

Harper es un personaje inolvidable, pero no tan carismático como Luke Jackson, el joven rebelde y autodestructivo de La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg,
1967). Escoltado por un magistral George Kennedy, Newman protagoniza escenas que ya forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones, como la épica ingesta de cincuenta huevos duros, el desigual combate de boxeo y la explosión de sensualidad de Joy Harman, que lava un coche ante unos presidiarios aislados del mundo y sus placeres.

Drama carcelario con toques de comedia, el film nos muestra las entrañas de la América profunda, con sus policías brutales, sus penales inhumanos y sus prejuicios morales. En algunos momentos, la peripecia de Luke evoca la Pasión de Cristo. Con los
brazos extendidos sobre un banco después de comer cincuenta huevos, su cuerpo exhausto preludia su sacrifico final, cuando prefiere morir a claudicar ante sus verdugos.

Paul Newman en 'La leyenda del indomable' (1967).

Paul Newman en 'La leyenda del indomable' (1967).

En Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969), Paul Newman forma una exitosa pareja con Robert Redford. Es difícil imaginar una combinación más atractiva de belleza masculina, simpatía y talento interpretativo. En 1973, volverían a actuar juntos en El golpe, de nuevo bajo la dirección de George Roy Hill. Ambas películas fueron un éxito y enseguida adquirieron la condición de clásicos atemporales.

Dos hombres y un destino ha aportado escenas inolvidables, como el paseo en bicicleta de Newman con Katharine Ross mientras suena la canción Raindrops Keep Fallin on My Head, o el trágico final fuera de cámara de Butch y Sundace ante una compañía del ejército boliviano.

El golpe no es una película menos mítica. Con un guion ingenioso, unos diálogos chispeantes y un Robert Shaw en estado de gracia en el papel del estólido y brutal mafioso Lonnegan, recrea la atmósfera de los violentos años 20, con todo su glamur, descaro y frescura.

En El juez de la horca (John Huston, 1972), Paul Newman cambia de registro. Ya no es un timador con un gran encanto personal, sino el juez de paz Roy Bean en un pequeño pueblo al oeste del río Pecos. Bean adquirió fama por su afición a la pena de muerte.

Anthony Perkins (izquierda) y Paul Newman (derecha) en 'El juez de la horca' (1972).

Anthony Perkins (izquierda) y Paul Newman (derecha) en 'El juez de la horca' (1972).

Algunos aseguran que ordenó ahorcar a 160 personas, incluidas cuatro mujeres, pero otros afirman que jamás envió a nadie al patíbulo. Roy Bean administraba justica acompañado por un oso amaestrado y amaba apasionadamente a la actriz Lily Langtry, interpretada por Ava Gardner. Newman encarna magistralmente al personaje. Su versión no es menos perfecta que la de Walter Brenan en El forastero (William Wyler, 1940). El juez de la horca es irregular, pero su tono crepuscular y nostálgico ayuda a olvidar sus imperfecciones.

Newman se desenvuelve bien en el cine de catástrofes, como Aeropuerto o El coloso en llamas, y en Buffalo Bill y los indios (Robert Altman, 1976) desmitifica convincentemente al famoso aventurero. Con el agua cuello (1975), la secuela de Harper, investigador privado, no está a la altura de la primera entrega, pero posee alguna escena interesante, como la angustiosa huida de una sala inundada hasta el techo, donde el detective está a punto de morir con una mujer.

En 1981, Newman interpreta otras dos películas menores, Distrito Apache: El Bronx (Daniel Petrie), y Ausencia de malicia (Sydney Pollack). Gracias a su brillante actuación, las dos historias, con escasa fuerza dramática, resultan más interesantes. Se nota la experiencia adquirida. Newman ha pulido su estilo y no cae en las exageraciones de los actores del método, propensos a la sobreactuación.

Un año después, protagoniza Veredicto final, de Sidney Lumet, con un guion de David Mamet y unos secundarios de lujo: Charlotte Rampling, Jack Warden, James Mason y Milo O´Shea. Newman es Frank Galvin, un abogado alcoholizado y al que han arruinado su carrera por intentar denunciar una trama de corrupción. En la primera escena, Galvin bebe una jarra de cerveza mientras juega al pinball. Su rostro sombrío es la viva imagen de la derrota. Es una de las mejores interpretaciones de Newman.

Aunque fue nominado al Oscar, la Academia volvió a ignorarle. De hecho, fue nominado
nueve veces y solo consiguió el premio en 1986 con El color del dinero. Dirigido por Martin Scorsese, prolongó la historia de Eddie Felson, el buscavidas que se llenaba los bolsillos en las salas de billar, engañando a los incautos. Con un joven Tom Cruise en el papel de pupilo, Newman actúa con sobriedad y naturalidad.

Eso sí, El color del dinero no es una película tan redonda como Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002), una obra infravalorada. Protagonizada por Tom Hanks, que ha confesado sentir un especial aprecio por el film, muestra la espléndida madurez de Newman, que interpreta a un gánster con un hijo conflictivo e incontrolable (Daniel Craig).

El veterano actor parece despedirse del público en la escena de su muerte, cuando asume su destino con estoicismo bajo una lluvia espesa e irreal. Productor, filántropo, piloto profesional de carreras, Paul Newman será recordado por su extraordinario talento para los papeles de hombres derrotados, pero que no ha perdido la esperanza de recuperar su dignidad. Sus dotes para el drama no son menos notables que sus cualidades para la comedia.

Sería difícil escoger un solo papel, pero creo que la mayoría de los cinéfilos siempre le asociarán a Eddie Felson, con su taco de billar deslizándose por el tapete y una botella de whisky J.T.S. Brown. Aunque su descaro insinúa que va a comerse el mundo, no es necesario esforzarse demasiado para advertir que su sonrisa no es la de un triunfador, sino la de un perdedor con miedo a exteriorizar su inseguridad.

Newman y su taco de billar son tan legendarios como Bogart con un smoking blanco o Marlon Brando y su gancho de estibador. Hollywood ha sido el principal proveedor de mitos de los últimos cien años y, entre sus grandes creaciones, siempre resplandecerá el indomable Paul Newman, desafiando al Gordo de Minnesota con una sonrisa y cigarrillo en la boca.