Un par de agentes solitarios
Esa nueva música electrónica. Cada vez me ocurre más a menudo que la estoy escuchando y pienso "esto ha sido creado por alguien que suele escuchar y producir música con auriculares y que piensa en que nos la pondremos, si no exclusivamente, sí en buena parte con cascos". Ello suele ocurrir especialmente con eso que en la columna de aire estamos llamando por no encontrar otra forma, música para el baile mental . Nos referimos a esa música procesada y procesual, sintetizada y sintética, que apura las actuales posibilidades de lo digital, que ha surgido al calor de la nueva sensibilidad que proporciona el trabajo (muchas veces concienzudo, preciosista y hasta obsesivo) con el sonido mediante la tecnología doméstica y de bajo coste. De clara tendencia abstracta, que actúa sobre la mente tanto o más que sobre el cuerpo pero cuyas características tienen tanto de física sonora (por su el uso del ruido, el ambiente y la colocación de los elementos musicales menos quizá en el tiempo que en el espacio) como de simulación. Esta música también un poco jardín y arquitectura, campo de color y escultura, es diversa y no tiene más anclaje estilístico definido que su imprevisibilidad, pero sí tiene en común el estar pensada tanto para la escucha íntima y precisa con auriculares como en el estruendo mastodóntico y a la vez concreto de la pista de baile. Los nuevos productores concentran las dos principales maneras que tenemos de vivir la música hoy, quizá más solitarios que nunca antes.
[caption id="attachment_399" width="300"] For all tomorrow’s parties[/caption]
Así que cuando me encontré con un par de interesantes artículos (este y este otro) de Damon Krukowski (músico de Damon & Naomi y Galaxy 500, editor y escritor) sobre el asunto de la escucha de música con cascos, algo terminó de hacer clic en mi cabeza.
Krukowski se fija en las investigaciones de científicos como el físico William M. Hartmann o el astrofísico Edgar Choueiri y explica cómo nos afecta el uso de auriculares a la hora de escuchar. Para empezar, resulta evidente, el auricular elimina en buena parte o suprime del todo el ambiente exterior. Además, esa clase de escucha evita lo que se denomina Crosstalk (XT) o diafonía . ¿Qué es eso? Bueno, de forma natural los dos oídos escuchan más y mejor lo que suena más cerca de cada uno de ellos pero en la escucha de ambos digamos que también se cuela algo de lo que el opuesto puede oír con mayor claridad. Al usar cascos, se interrumpe la leve mezcla entre lado izquierdo y lado derecho, y ambos canales quedan separados (los dos oídos escuchan simultáneamente pero no conjuntamente), y eso nos sitúa en el centro espacial del sonido, que, en cierta forma, nos rodea. Por otro lado, el cerebro no encuentra ninguna variación de sonido a medida que movemos el cuerpo o la cabeza, como sería normal en la escucha natural, al aire libre. Y eso hace que nuestra mente procese la audición, no como si procediera de algo externo sino como si fuera algo creado por la propia imaginación. Vaya, que lo codifica como una construcción mental. O sea que al escuchar música con cascos, en cierta medida engañamos a nuestro cerebro y para él estamos fantaseando, soñando, pensando la música, no percibiéndola como algo que producen unos que tocan o es emitido por un reproductor de canciones. Lo percibe como si él mismo estuviera creando la música. Música mental. Muy interesante.
Posiblemente merezca la pena pensar bien en todo esto. Desde que hace casi 35 años el Walkman de Sony (invento cuya influencia en la música popular seguramente no ha sido suficientemente tenida en cuenta todavía) sacara la música de las casas y las discotecas a las calles, la carrera hacia una escucha privada, íntima, detallada y cerrada no ha dejado de aumentar. Con la multiplicación de los PC, primero, los reproductores de mp3 después y los teléfonos inteligentes y tabletas recientemente, junto con el crecimiento del ruido ambiente y la agresión circundante propia de la vida urbana (a ellos cabría añadir la escasez de aislamiento acústico de nuestras caras y precarias viviendas ), nuestra experiencia musical cada vez se vincula más a esa clase de escucha. Una escucha que, no está mal recordarlo, no sólo tiene unas características físicas y, según parece, psicológicas importantes, sino que también es una escucha solitaria, enajenada del mundo real.
Damon Krukowski explica que para él la experiencia "real" de escuchar siempre ha estado relacionada con el espacio imaginario del llamado "soundstage", o sea la escucha con altavoces donde la profundidad y anchura de campo en las que suena la música permite "visualizar" (más bien creerse que visualizamos) la colocación original de los instrumentos en una grabación. A él le parece que esta clase de escucha es la más natural porque te sitúa como oyente entre el público de un concierto. Pero a continuación plantea una idea que me parece clave sobre el tema cuando dice:
" No es la única manera en que la música ocurre en el mundo exterior; es lo que se consideraba típico –y reproducible por la tecnología de esa época- cuando se formó mi propio gusto musical. Puedo imaginar perfectamente que tal forma de oír pueda resultar menos realista que el sonido 3D o surround, o incluso la estricta separación izquierda/derecha de los auriculares, para todos aquellos que hayan empezado a escuchar música en un momento distinto del arco tecnológico –y teniendo una idea diferente sobre los límites entre observador y participante. Puede que los videojuegos, los vídeos grabados desde el propio punto de vista y los medios digitales de socialización hayan hecho más que los auriculares por derribar la cuarta pared del "soundstage".
Parece cargado de razón y a la vez me resulta curioso porque para mí es leer esto y empezar a recordar (¡ah!) aquella primera escucha con cascos del Sgt. Pepper: ese primer chute junto a una pradera soriana con que flipar con la distribución y movimiento de los sonidos de aquella música viva pero no hecha en vivo. Y a partir de ese momento, el ya no poder parar de escuchar con cascos los discos de siempre de nuevo ni de probar los recién llegados, para descubrir todas esas pequeñas cosas, esas texturas, esos cambios de panorama o aperturas del estéreo y todos los demás monstruos mitológicos.
Pero Damon pulsa varias cuerdas en esta frase y sale un acorde cristalino e interesante. Dejando a un lado la cuestión de que muchos auriculares (también ya algunas apps, como él mismo cuenta) incluyen ciertas correcciones para evitar la sensación de separación entre los dos oídos, parece posible pensar que la escucha con auriculares haya ido generando ciertos cambios sustanciales en nuestra relación con el sonido y con la música. Y que la cuestión puramente tecnológica de la creación musical es en este punto muy relevante.
Mi experiencia personal me conduce hasta la idea de que los ingenieros de los estudios de grabación donde se produce esencialmente música pop o rock hacen un uso muy restringido de los auriculares a la hora de trabajar y tienden a evitarlos como el demonio a la hora de darle su definición específica a la mezcla. Lo que es o no importante en esas mezclas y en la misma composición es discriminado por personas en muchos casos con gran oído y conocimientos sobre sonido pero que escuchan y piensan con determinada tecnología que normalmente se identifica con el sonido estéreo exterior de cierta calidad. Su mentalidad seguiría siendo la de producir música para que sea puesta en la radio y suene más o menos bien en aquellas minicadenas estéreo, equipos de alta fidelidad, coches mal aislados, radio-CD de cuarto de baño y televisores con apenas un estéreo decente de hace ya unos agostos. De la misma manera, no parece difícil darse cuenta de cómo los productores que trabajan en sus propias casa o estudios domésticos (ordenadores con software), o los que hacen sesiones o directos como Djs, están completamente familiarizados con el tipo de complejo y artificial procedimiento auditivo que conlleva el contexto auricular y que se encuentran mucho más cerca de las experiencias de videojuegos, sistemas Surround y demás descritas por Krukowski. E incluso con la acostumbrada pobreza de mini-altavoces de teléfonos y demás gadgets donde a menudo intentamos algo así como escuchar música.
Me da que esto no es un asunto sólo para audiófilos o esnobs, ni para fans de una música determinada, ni tampoco para ingenieros de sonido. Es algo que está presente en la forma que tenemos todos de escuchar música y que se vuelve aún más complejo a medida que, como bien apunta Damon Krukowski, el oyente es más joven y emplea más novedades tecnológicas que tienen que ver con esa experiencia de la música y el sonido. Desde luego abre interrogantes sobre la propia percepción y degustación de la música, lo que como todo el mundo sabe, es lo mismo que decir sobre la creación de la música.
Preguntas tales como: ¿Está llevando nuestro hábito de usar auriculares a una forma más ilusoria de entender la música y el sonido? ¿Hasta qué punto las maneras de producir y mezclar la música pop de siempre no son discordantes con el momento auditivo y tecnológico actual? ¿Tiene algo que ver la relativa falta de sofisticación aural del pop-rock menos rebuscado con las cada vez más bajas horas que vive entre las más jóvenes generaciones? ¿Es descabellado pensar que (junto a otros factores) ciertos géneros musicales como el hip hop o el techno consigan romper mejor las barreras de cómo escuchan música hoy las personas de menos edad? ¿Hasta qué punto la misma escucha sostenida de la música con auriculares y todas esas nuevas experiencias sonoras (home cinema, 3D, etc.) están afectando a la creación musical del presente y del mañana? ¿Y cómo lo hará la producción de música en tal entorno acústico? ¿Como serán los lugares, los sistemas que aún no nos imaginamos y que alguna vez servirán para escuchar música? ¿Sueñan las mesas de mezcla de las discotecas con el dolby surround y el 3D de salas como las de cine pero para hacer sonar la música? ¿Hay un complot en marcha de los ingenieros en post-producción de audio? ¿Y, sobre todo, tiene Stockhausen algo que ver con todo esto?