Música viva en Piantón
El festival de la localidad asturiana consigue que la música de alta ambición artística se convierta en una experiencia de vida para una comunidad
Aunque no sé cómo exactamente, estoy seguro de que la música, su forma de ofrecerse y recibirse, está cambiando a toda velocidad, igual que tantas otras cosas. Sigue habiendo discos y ficheros de solo audio, pero cada vez menos. La música, al menos la que nos importa, es cada vez más una experiencia, algo que, más que oírse, se experimenta. O se vive. Hay mil formas de hacer viva la música. La semana pasada, experimenté una: el Festival Internacional de Piantón. Lo dirige Elena Montaña junto con su marido Íñigo, que es mi hermano, lo cual me pone en situación incómoda, pero no me resisto a contar cómo es este festival, porque creo que ilustra la cuestión.
Piantón es una pequeña parroquia del concejo de Vegadeo, la parte asturiana de la desembocadura del río Eo. La gallega es Ribadeo. No tiene más de 200 habitantes. Buena parte de ellos, no solo asisten a los conciertos, sino que viven el festival por fuera y por dentro. Forman parte del coro participativo que actúa dos veces, alojan a los músicos profesionales en sus casas (incluida la del cura, que cede, además, la iglesia), se ocupan como voluntarios de las labores de producción y algunos contribuyen, además, a financiar el presupuesto, que es muy pequeño.
Los músicos de este año son: un grupo de música entre antigua y folk (The Wandering Bard), un quinteto de metales (Giralda Brass), un cuarteto de clarinetes (Axo Quartet), el dúo Cuerda Vocal y el acordeonista Alejandro Ares. Íñigo Guibert y Virginia del Cura dirigen el coro. Además de España, los músicos vienen de Reino Unido, Portugal y Turquía. Se les paga el viaje y se les proporciona estancia y comida, pero no cobran caché. Vienen porque son amigos de Elena, porque les gusta vivir una semana en un lugar que es una delicia o porque están cansados de dar conciertos con barrera, en los que público y artistas quedan cuidadosamente separados (como las fieras y los visitantes en el zoo) y los músicos tienen aún más rígidamente separadas las regiones de su día: ensayo / concierto / vida. En Piantón, todo eso se pasa por la túrmix.
Los músicos lo son el día entero y la frontera entre intérprete, espectador y organizador se desdibuja. Además de tocar en los conciertos el instrumento del que son virtuosos, los músicos se arrancan con algún otro instrumento cuando se tercia, cantan en el coro junto con los lugareños, comen juntos todos los días y salen una noche en pasacalles a rondar a los ganadores del concurso Balcón Florido, porque otra manera que tienen los piantoneses de participar en el Festival es engalanando esos días sus balcones y, si ganan, asomándose a ellos a escuchar una serenata. El de Piantón es un Festival muy modesto de dimensiones y estructura, pero consigue que la música de alta ambición artística se convierta en experiencia de vida para una comunidad.
En los once conciertos, que viajan también a otros pueblos de la comarca, suenan desde Hildegarda de Bingen y Enrique VIII de Inglaterra hasta Bach, Albéniz, Falla, Vaughan Williams o el Padre Donostia. También los contemporáneos (de todo género): Del Puerto, Fontecha, Britten, Bernstein, Morricone, Los Beatles, Paquito D'Rivera y varios más. Abundan las transcripciones y adaptaciones, a menudo obra de los propios intérpretes, que explican siempre en lenguaje llano cómo ven la música que van a tocar.
Además, cada año se encarga una obra para ser estrenada por el Conjunto Festival, formado por todos los músicos y miembros del coro. La de este año, Cantos de la memoria, de Hermes Luaces (Premio Internacional de Composición Reina Sofía 2011), sonó maravillosamente en ese coro de vecindad, ese conjunto de musicazos de mente abierta y esos espacios peculiares de la Iglesia de San Esteban (de dos naves paralelas e iguales, una con altar y otra sin). La obra me pareció un estupendo ejemplo de música experiencia, perfectamente ajustada al espíritu de este festival donde la música se organiza, se toca, se canta, se escucha y se vive entre todos. El día del estreno, Hermes, que tiene las ideas muy claras, me dio su visión del oficio de músico: «En realidad, un compositor no trabaja con sonidos. Trabaja con personas». La frase tiene mucho recorrido y, además de para el compositor, sirve para el músico intérprete y para el músico espectador. Creo que por ahí van los tiros.