Rima interna por Martín López-Vega

Archipiélago Ritsos

24 octubre, 2011 02:00

La poesía del siglo XX no tiene capital. Podría haber sido Polonia (Herbert, Milosz, Rozewicz, Szymborska...). Pero entonces se lo podría discutir Rusia (Brodsky, Bobishev, Naiman, Rein, Ajmadulina... ninguno de los cuales, por cierto, está en la lamentable La hora de Rusia. Poesía contemporánea que acaba de editar Visor). Y, desde luego, Portugal (Jorge de Sena, Sophia de Mello, Eugénio de Andrade, Rui Knopfli...). Y son sólo algunos ejemplos. Un foco más de la mejor poesía en el segundo tercio del siglo XX fue, sin duda, Grecia. Citar a tres de sus poetas: Elytis, Seferis, Ritsos, es como citar tres islas de un archipiélago mítico.

Como en el caso de casi todos los países del mundo durante ese período, Grecia no era precisamente una balsa de aceite. En el siglo XX se sucedieron la dictadura de Ioannis Metaxas, la guerra de Albania, la ocupación nazi, la guerra civil y la dictadura de los coroneles. Yannis Ritsos, el poeta del que nos ocuparemos aquí, sufrió, por causa de su militancia comunista, la deportación y la presión durante la guerra civil (1948-1952) y durante la dictadura de los coroneles (1967-1971).

La obra poética de Yannis Ritsos es inabarcable. La editorial ateniense Kedros inició en vida del poeta la publicación de su poesía completa, cuya edición no ha sido completada aún: van trece volúmenes (si no se me escapa ya alguno más) de más trescientas páginas y tan sólo llegan a 1977 (Ritsos, nacido en 1909, moriría en 1990). Si además añadimos que según sus biógrafos, a su muerte dejó ni más ni menos que cincuenta libros de poemas inéditos, uno se puede hacer una vaga idea del tamaño de la obra a la que nos acercamos, al talento sobrenatural de un poeta que, leído poema a poema, nunca da, paradójicamente, otra impresión que la de contenido, esencial, irreductible.

Crisótemis, el poema que ahora edita Acantilado en traducción de Selma Ancira, es uno de los varios monólogos trágicos compuestos por Ritsos a partir de las grandes figuras de la tragedia griega. Con anterioridad habían aparecido La casa muerta, Áyax, Fedra y Sonata del claro de luna, monólogos del mismo ciclo (en edición bilingüe, algo que no suele hacer Acantilado: ¿por dar cuerpo a un libro que de otro modo no alcanzaría el número de páginas suficiente?

Entonces, ¿por qué no reunir todos estos monólogos en un volumen? La queja es sólo económica: la independencia de cada monólogo justifica este tipo de edición). Antes, en la Antología publicada en las Selecciones de Poesía Universal de Plaza y Janés en 1979, teníamos Helena. En catalán, L'Albí publicó, en traducción de Joan Casas, Tres poemes dramàtics, donde se incluyen Ismene, Crisótemis y Helena (la edición es de 2007). En Chile, Miguel Castillo Didier vertió Forma de la ausencia y Sonata claro de luna, además de algunos de los poemas breves, en un tomito editado por la Universidad de Chile en 1993. Esto por hablar sólo de los monólogos. Además, en las librerías pueden encontrarse aún los dos tomos dobles de los Testimonios (Icaria, ediciones de Román Bermejo), Epitafio (Diputación de Huelva, versiones de J. J. Tejero y Manuel García) Grecidad y otros poemas (Visor, traducción de Heleni Perdikidi) y el delicioso Sueño de un mediodía de verano, una especie de Helena o el mar del verano en versión griega (Fondo de Cultura Económica, traducción de Selma Ancira). Y, de nuevo en catalán, Tard, molt tard, de nit entrada (Café Central, traducción de Joan Casas). También en catalán, Eusebi Ayensa tradujo y comentó las Canciones de la patria amarga en De l'acrita al patriota (R.A.B.LL.B. /CSIC, 2003).

Ritsos es un inmejorable constructor de ambientes. Sus poemas, en los que desde la arquitectura hasta la densidad del aire parecen estar construidos en tres dimensiones, podrían habitarse. Construido el marco, el paisaje, el decorado, consigue crear una escena absolutamente significativa, reveladora. Ritsos no se limita a crear esos ambientes: quizás sería más exacto que lo que levanta en sus poemas es un instante del mundo, un instante construido con todos sus matices, poemas en los que podemos sentir la temperatura del aire, los olores del día, y, sobre todo, la inminencia de algo que está a punto de suceder, la inminencia de cambio. Ritsos detiene el mundo como en las mejores naturalezas muertas, pero mientras lo detiene sus personajes se mueven, el aire agita la hierba, el mundo espera atento, pero no quieto.



En sus monólogos trágicos, que deben tanto a los clásicos de la tragedia griega como a Shakespeare, pero que sólo podrían estar escritos por un poeta como Ritsos, se nos presenta a personajes arquetípicos de la tradición helénica que reflexionan sobre su trayectoria vital. Todos comienzan de la misma manera: con la descripción de la escena. Así arranca Áyax:

"(Un hombre corpulento, fornido, yace en el suelo entre platos rotos, cacerolas, animales degollados, gatos, perros, gallinas, corderos, cabras, un carnero blanco -de pie, atado a un poste, un burro, dos caballos. Viste un largo camisón blanco, roto, lleno de manchas de sangre, algo como una túnica antigua, que deja casi al descubierto su robusto cuerpo [...]".

Y así Crisótemis:

"(Plácida tarde de finales de verano. Soleada. Alguna que otra nube. Algo como el primer soplo del otoño. Una periodista joven, enviada por un importante grupo de publicaciones, remonta el antiguo y mítico cerro, atraviesa las puertas que ya nadie vigila, sube las escaleras de piedra y golpea el aldabón de la casa señorial que se halla casi en ruinas [...]."

Como se ve, Ritsos no busca la recreación arqueológica, sino dar vida a los mitos antiguos o, mejor, encontrar aquello que en ellos sigue vivo y desvelar también lo que ha cambiado, las arrugas en el rostro del mito y del mundo.

Áyax reflexiona y se dirige al mundo: "Aquí tenéis / vuestra obra. Disfrutadla". Se trata de monólogos fácilmente representables: tanto en el prólogo como en el epílogo, en prosa, Ritsos da suficientes pistas sobre cómo debe hacerse. El poema dura lo que va desde que llega el amanecer hasta que puede decirse que es pleno día. El monólogo de Áyax está también lleno de detalles y matices que lo atan al instante que el poema construye: "Mira, ahí, en la pared, / una mosca negra, negra, muy negra, crece, ennegrece el día, / bufa un aire negro, -cúbrela con la mano, mátala". Se dirija a quien se dirija, nunca falta la precisión matérica, sensorial: "Aun de noche, a la hora del amor, en la cama, de pronto / recordáis que las pinzas de la ropa se quedaron en el patio y / que, con la humedad, se pudrirán". Todo esto contribuye a dotar al monólogo de una vivacidad, de una textura, que sirven para situarnos ante nosotros al personaje en carne y hueso, sentir su aliento, empatizar absolutamente con él.

De la tragedia griega no sólo rescató Ritsos estos monólogos: también poemas corales como La masacre de Milo, Las mensajeras o Tiresias. Hablábamos al principio de los grandes nombres de la poesía griega como de un archipiélago. Pero Ritsos solo es un archipiélago numeroso de poemas sabios, tangibles, memorables.

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