Rima interna por Martín López-Vega

La política de Abraham Gragera

14 enero, 2013 01:00
He tenido siempre la impresión de que el primer libro de Abraham Gragera (Madrid, 1973), Adiós a la época de los grandes caracteres (Pre-textos, 2005) no fue, pese a su éxito entre los novatos -y no tanto- del gremio, que se lanzaron a imitar sus tics, bien entendido. Había en ese libro cierto descaro renovador que no por ello dejaba de ser tremendamente respetuoso, sin embargo, con la tradición (el libro comenzaba, además, con una cita de Lucrecio). Gragera demostraba en aquel libro conocer bien el peso de las palabras y el modo de aligerarlas de ese peso. Muchos se dejaron llevar por ciertas rarezas de aquel libro convirtiéndolas en tics pseudoposmodernos, cuando en realidad no eran tales rarezas, sino el producto de una lectura honda y reveladora de la tradición. Adiós a la época de los grandes caracteres revelaba un profundo estudio del lenguaje y de su capacidad de autorregenerarse, al mismo tiempo que un uso nada chistoso de la ironía: la de Gragera es de esas que empiezan por uno mismo, por las cosas de uno (y el lenguaje es una de las esenciales), la ironía es una máquina de infrarrojos que revela qué cosas damos por ciertas sin serlas del todo, o que se anticipa a lo previsible para buscar soluciones nuevas. Terminaba un poema de aquel libro: “Ya verás como siga así este tiempo. Van a proliferar las elegías”.

Siete años después, El tiempo menos solo (Pre-textos) profundiza en el mismo sendero. La misma preocupación por liberar a las cosas de su carga de lenguaje, por sanear, desescombrar (“Cómo hablaré de ti sin alegorizar / estás tan connotada / ahí, junto al arbusto / cómo describiré la nada / acogedora noche en su término justo / el rebaño de brumas que se te viene encima / el ladrido distante / del viento de noviembre, dime / con qué rima”, comienza la serie titulada “La oveja”). Hay, sin embargo, un cierto intento de anclar la mirada a maestros elegidos, guiños a los clásicos que enlazan directamente con aquellos vía menos Cavafis que Herbert y poemas de amor hondos en su sencillez. Copio uno de mis poemas favoritos del libro, el titulado “A la altura, a medida”:

En museos, en libros de arte, trato de adivinar siempre en qué cuadros les gustaría vivir a las personas que admiro, los seres que amo, aquellos que recuerdo por soñar

todavía. A veces los descubro entre la multitud, en ceremonias campesinas, y a veces los convierto en ciudadanos de una ciudad ideal, la pincelada viva de una naturaleza

muerta, o unas simples figuras en un paisaje simple, cuyo único deseo es quedarse un poco más ahí, de pie, frente a los campos vacíos, como si el hombre fuese sólo

la forma humana del tiempo, y no la forma temporal del hombre el tiempo que los ha soñado así, a la altura de la siembra, a medida de la siega.


Hay en el libro poemas menos abstractos, si se quiere, como “Remoto figurado”, otro de los grandes poemas del libro, reflexión existencial llevada con las justas gotas de emoción y reflexión. Pero la pintura es el correlato de la poesía favorito en el que Gragera se mira para preguntarse qué le falta a la poesía, qué ha perdido. El empeño de su poesía no es otro que restaurar lo humano, buscar intuiciones con que construir un mundo habitable. El tiempo menos solo, que no habla ni una sola vez de política, es todo él un libro de política y cada verso, un artículo de una nueva constitución humana.

El tiempo menos solo es, como ya lo fuera Adiós a la época de los grandes caracteres, un libro breve, que apuesta más por abrir caminos que por agotarlos. Los aquí apuntados son sólo algunos de un libro cuya lectura, que va a tardar en agotarse, (y no sé si se va a entender lo que quiero decir) me ha hecho sentirme menos solo.

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