Rima interna por Martín López-Vega

La vida en ámbar según Esther Muntañola

18 febrero, 2013 01:00

En la nota final a Flores que esperan el frío (Trea), su segundo libro de poemas, escribe Esther Muntañola (Madrid, 1973) que “Mi proceso de trabajo implica sólo publicar si considero que lo que he escrito supera la lectura en el tiempo”. Tal vez una justificación por los nueve años que han transcurrido desde que diera a la imprenta su primera entrega, titulada En favor del aire. Innecesaria, en cualquier caso; cada poeta tiene su ritmo y el tiempo que, es cierto, acaba por juzgar si un poema merece o no la pena, suele tomarse unos cuantos años más para decidirse... En cualquier caso, se agradece la cortesía, que no todos los poetas tienen con sus lectores (algunos, por el contrario, somos bastante pesados).

Una tensión fundamental atraviesa estos nuevos poemas de Muntañola, enmarcada certeramente por las citas que ha elegido como pórtico a su libro (de Auden y Bachmann): la necesidad de vivir el día de hoy, con sus virutas de tedio y sus ráfagas de alegría, usando como linterna el oro guardado de los instantes felices pasados. Y en medio de todo eso, el corazón de duda que late siempre en la poesía auténtica. El libro dura lo que dura una historia de amor:

Al amanecer crece luz blanca
entre los edificios, luz en ámbar,
luz tendida
sobre el cielo abarcable de los amantes.

En tanto,
en todo este vacío despiadado,
llevamos a solas el cuerpo a casa.

La obstinación de la vida cada mañana.

El poema que he citado se titula “Yo ya no sé si tengo tu boca”, especialmente significativo: no hay prácticamente ningún poema de este libro que no sea, de forma más o menos disimulada, un poema de amor. “Todo el universo obedece al amor”, decía La Fontaine, y esa certeza, entre presencias y ausencias, atraviesa todos estos poemas.

“Éramos hermosos. Nuestra piel olía a vida escandalosamente”, termina el poema que da título al libro, uno de los varios poemas en prosa que contiene. Esther Muntañola busca en sus poemas lo esencial, decir mucho con pocas palabras. Eso tiene algunos problemas: uno de ellos es caer en la obviedad (tal vez peque de ella el último verso del poema que he citado; quizás desarrollando algo más el poema podría haberse comunicado eso mismo sin necesidad de dárnoslo tan masticado en el último verso, a modo casi de moraleja); el otro, el chiste fácil (como el final de “Advirtiendo una grave enfermedad”). La economía de recursos evita la brillantez, busca hablar en voz baja, susurrar unas pocas conjeturas, sensaciones. Muntañola habla de la luz ámbar que acecha en el semáforo del mundo, recuerda que siempre, siempre hace un momento que estaba para nosotros en verde y siempre, siempre está a punto de ponerse en rojo.

Dice Berta Piñán en el prólogo a este libro que los mejores momentos del libro “nos emocionan desde el detalle mínimo, los que logran sorprendernos y también esos otros que no renuncian a comprometernos, a interrogarnos”. Ciertamente, Flores que esperan el frío es un libro que probablemente no diga nada al lector acelerado, pero que dará a aquel que sepa acostumbrarse a su ritmo, acunarse en su cadencia, puertas que dan a muy a dentro en forma de sutiles detalles. Como esa piel que olía a vida escandalosamente y que según Berta Piñán (y comparto su opinión) basta para justificar el frío. El semáforo está en ámbar, y Muntañola lo ha detenido ahí. A otra cosa no aspira la poesía.

Image: La artista Eva Lootz, la galerista Elvira González y la Fundación Juan March, Premios Arte y Mecenazgo 2013

La artista Eva Lootz, la galerista Elvira González y la Fundación Juan March, Premios Arte y Mecenazgo 2013

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Cristina Fernández Cubas

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