Sandra Santana (Madrid, 1978) ha traducido a diversos autores del alemán y es, sobre todo, autora de un libro sugestivo y provocador, a su manera: Es el verbo tan frágil  (Pre-textos). Pero ella no se queja de esa fragilidad del verbo; busca sus costuras, experimenta con ellas. No se fia del lenguaje, pero, a falta de algo mejor, lo domestica. Sus poemas, más que usar el lenguaje, crean una zona de contacto en la que tratar de entenderse con ‘el sin los prejuicios que arrastramos de la tradición. Por más que recurra a ella de forma constante. Esa zona de contacto es permeable, y ella no está atenta a cerrar sus puertas, sino a tomar nota de lo que en ella ocurre.  Los poemas que adelantamos pertenecen a su libro en preparación Y pum! Un tiro al pajarito.

Las niñas correteaban libremente sobre el papel persiguiendo  al cisne medio desplumado y admirando la luz sobre la hierba cuando un ramalazo de viento las envolvió de pronto y se las llevó en volandas. 

Es que es impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura.

Platón

Uno y tres. La idea, la cosa y lo que no es la cosa, pero se le parece. O no se le parece, pero nos lleva de modo vertiginoso hasta ella. Ya lo dijo Kosuth: silla. Ya lo dijo Shakespeare: de esa madera están hechos nuestros muebles, de la intangible.

Inevitablemente en la ciudad se olvida de la vastedad de la tierra inhabitada. Los campos dibujan líneas de fuga hacia lo impensado.  La maceta que sale disparada desde el cuarto de hotel hacia el desierto. La mariposa que vuela de la bolsa de tela hacia los túneles del metro. La ceguera del pájaro al entrar en la habitación y chocar contra la estricta geometría de paredes y techos. Hijos que somos de Ulises, aquel orgulloso de poder batir a cualquiera segando con una buena hoz en un largo día sin comer desde el alba hasta el crepúsculo.  Existía un lugar en el que podían verse cruzar con insistencia las direcciones de un pájaro (en el cielo), un tren (atravesando la vías, bajo el puente) y un coche (por la carretera situada al frente). Sentía cierto alivio al avanzar mientras cada elemento continuaba su rumbo y la abandonaba (después de coincidir alargando al infinito un brevísimo instante) con la intuición de que en cualquier momento aquel encuentro podía volver a producirse.