Gary Snyder, el pionero zen
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Cuando hablamos de naturaleza en todas sus variantes (incluida la que hoy nos ocupará, la “escritura de la naturaleza”) en un contexto estadounidense, hay que tener en cuenta que esa palabra, “naturaleza”, tiene unas connotaciones muy distintas para un habitante de los Estados Unidos de las que tiene para nosotros. De un lado, en el inconsciente norteamericano la naturaleza es, con mucha más fuerza, lo opuesto a la civilización; no un lugar al que retirarse, sino un lugar que conquistar, el hábitat por excelencia del pionero, que sigue siendo una figura mítica y que impregna aún muchos de los usos y costumbres del país (¿se acuerdan de los anuncios de Marlboro?). Tal vez no sea ya tierra por conquistar, pero sí un lugar en el que ponerse a prueba, donde demostrar y demostrarse sus propias capacidades de supervivencia, su propia esencia. Esto mismo hay que tenerlo en cuenta para entender del todo la obra de un Thoreau, padre espiritual de la escritura de la naturaleza. Por otro lado, y como consecuencia contemporánea de lo mismo, es algo que debe ser preservado, pues en la pervivencia de esa última frontera radica la supervivencia misma de ese mito del pionero y con él, de toda la nación. De esa necesidad de mantener como vivos e inalterados espacios de naturaleza salvaje surgió la red de parques nacionales de Estados Unidos, una red, de nuevo, que tiene poco que ver con la nuestra, pues mientras que aquí, mal que bien, se atendió las necesidades de quienes vivían dentro de los límites de los nuevos parques, allí simplemente se les expulsó. En lo que ahora son parques nacionales de naturaleza supuestamente intocada vivían antes en equilibrio con la naturaleza y explotando sus recursos (de una manera razonable que hacía que la idea de las reservas naturales fuese completamente innecesaria) los nativos americanos, confinados, cuando se crearon estos parques, a sus propias reservas, todo –naturaleza, nativos- convenientemente envasado al vacío y colocado en su estante con la mezcla adecuada de conservantes, colorantes y demás aditivos.
Gary Snyder (San Francisco, 1930), poeta y ensayista, es uno de los máximos exponentes de esa escritura de la naturaleza. En España teníamos una antología de su obra titulada La mente salvaje (Árdora) que era uno de esos pequeños secretos que los amantes de la poesía se susurran a voces. Agotada aquella, se publica esta nueva, muy aumentada, que pasa de ser una pequeña muestra a una antología amplia, seria y acertada de la obra de uno de los más influyentes escritores norteamericanos de ahora mismo.
La almendra de la obra de Snyder es su convivencia con y en la naturaleza; su relación con ella y sus habitantes en busca de entendimiento. Del impresionismo inicial ha ido evolucionando, como se puede ver en los ensayos y poemas aquí recogidos, a una conciencia ecológica más honda. Snyder se distingue de la última hornada importante de escritores de la naturaleza (la que podría estar representada por Brenda Hillman, por ejemplo, mucho más arriesgada en lo formal y comprometida en lo político) en una mayor simplicidad lingüística y también en un espíritu algo más eremítico y vagabundo de la naturaleza que recibe mucho de la influencia de otros beats y especialmente del padre de todos ellos, Kenneth Rexroth, pionero en sus vagabundajes por las montañas californianas, en la incorporación de cierta influencia del budismo muy presente en Snyder y también en la influencia de la poesía china clásica, sin la que es difícil entender la economía de medios y la claridad de intenciones de la poesía de Snyder. Precisamente este año se ha publicado en Estados Unidos The Great Clod, un libro mítico pero inédito conocido entre los seguidores de Snyder como “The China Book” y que recoge sus prosas sobre China desde hace cuarenta años, incluyendo una buena ración de inéditos. “Mangos de hacha” es uno de los poemas que se incorporan ahora a la antología española:
Una tarde de la última semana de abril
cuando enseñaba a Kal cómo lanzar una hachuela
-medio giro y se clava en el tocón-
se acuerda de la hachuela
sin mango, en el taller
y va a buscarla, y la quiere para él.
Un mango de hacha roto detrás de la puerta
es lo bastante largo para una hachuela,
lo cortamos a medida y lo llevamos
con la cabeza de hachuela
y la hachuela entera, al tajo de madera.
Allí empiezo a dar forma al viejo mango
con la hachuela, y la frase
que primero aprendí de Ezra Pound
¡me viene a la mente!
“Al hacer el mango de un hacha
el modelo no está lejos.”
Y le digo a Kai:
“Mira, daremos forma al mango
comparándolo con el mango
del hacha con la que cortamos.”
Y se da cuenta. Y yo lo vuelvo a oír:
Está en Wen Fu, de Lu Ji, siglo cuarto d.C.
“Ensayo sobre literatura”, en el
prólogo: “Al hacer el mango
de un hacha
cortando la madera con un hacha
el modelo está en verdad al alcance de la mano”.
Mi profesor Shih-hsiang Chen
lo tradujo y lo enseñaba años atrás
y yo me doy cuenta: Pound era un hacha,
Chen era un hacha, yo soy un hacha,
y mi hijo un mango, que pronto
también dará forma, modelo
y útil, pieza de cultura,
y así seguimos.
Una de las contradicciones importantes de Snyder y otros poetas de su quinta es que mientras que han ido a buscar la influencia del budismo zen han actuado de forma similar a quienes trazaron los límites de los parques nacionales y han ignorado de una forma casi completa las epistemologías nativas, las de aquellos que les antecedieron en el trato con lo salvaje y sus cosas. Traigo aquí una canción de los nativos norteamericanos que, comparada con el poema de Snyder, es especialmente significativa. Dice así un poema sobre el hacha recogido entre los Pies Negros de Algonkin:
¿No es hermosa mi hacha?
La tallo, la grabo,
mi rostro se ilumina.
Esta hacha está contenta de existir.
Yo soy el hacha:
al fabricarla
me estoy fabricando a mí mismo.
Hay sin duda una contradicción grave en quien defiende proteger la naturaleza y se ha olvidado de cómo la habitaron, pensaron y cantaron las tribus que antecedieron a la suya; entre quienes van a buscar a la China del siglo IV lo que sus compatriotas exterminaron en la tierra que pisan. Snyder es con todo un buen poeta, y su labor de activista es sin duda importante en el contexto norteamericano contemporáneo. Esta antología preparada por Nacho Fernández Rocafort es lo suficientemente honda y extensa como para dar cuenta de ella y hacernos reflexionar sobre el modo en que habitamos la naturaleza, todavía como si fuéramos, nosotros, algo distinto y opuesto a ella. Hay que dejar que haga gimnasia la parte salvaje de nuestra mente.