Stanislavblog por Liz Perales

Cómo medir el éxito

7 febrero, 2013 01:00

Pregunto, busco, leo, comento... sobre los “éxitos” de la cartelera madrileña y compruebo que el término se usa con un significado distinto dependiendo de quién hable y a qué tipo de obra se refiera. Si la obra se representa en un teatro público, el éxito viene determinado por un criterio bastante endogámico -lo que la crítica y los medios hayan dicho de ella y la estimación que le dan los colegas de profesión-. Si la obra se representa en un teatro privado, el éxito lo suele refrendar el nivel de ocupación de la sala y el tiempo de permanencia de la obra en cartel, o sea, el público.

Para muchos el gran éxito de esta temporada ha sido La vida es sueño, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), que alcanzó un índice de ocupación del 100% en el Teatro Pavón. Se estrenó el 18 de septiembre y se bajó el cartel el 16 de diciembre, dejando a mucha gente con las ganas de ver a Blanca Portillo en el personaje del príncipe Segismundo. La obra tuvo a la crítica de su lado y registró un total de 27.612 espectadores.

Aparentemente estos datos sitúan en buen lugar a la producción del clásico de Calderón, pero un productor privado exigiría “medirla con el público”, porque el tiempo que ha estado en cartel no es sufiiente. ¿Y cómo se mide? “Una obra que dura toda una temporada es un éxito evidente”, coinciden varios empresarios de paredes, o lo que es lo mismo, una obra que es capaz de alcanzar los 150.000 espectadores en la temporada. Parece que la CNTC estudia reponerla el próximo año.

En estos momentos los profesionales tienen buena opinión de Maridos y mujeres, en el teatro de La Abadía, ciertamente una de las obras más recomendables de la cartelera, que también ha gozado de una crítica unánime en este sentido. Se estrenó el pasado 17 de enero y permanerá en cartel hasta el 24 de febrero. Las entradas hay que comprarlas con anticipación (22 euros). Pero con una sala de 211 butacas, cuando baje definitivamente el telón apenas la habrán visto 6.000 personas. Dicen en el teatro que por compromiso con otras producciones no la repondrán. ¿No merecería esta obra saltar al circuito privado y medirse realmente con el público?

Si hablamos de musicales, el límite de los 150.000 espectadores por temporada se queda muy corto, el género exige llegar al medio millón. El Rey León se estrenó en octubre de 2011 en el Lope de Vega y a fecha del pasado 6 de enero lo habían visto 820.000 espectadores (en 500 funciones). Son también las entradas más caras (de 25 a 90 euros) y en estos momentos hay disponibilidad para verlo a partir del mes de abril. El espectáculo es un goce para los sentidos, escapa a la idea de musical de gran tramoya y es, por el contrario, un trabajo inspirado en el arte del títere (su directora Julie Taymor es una maestra del género) que aquí alcanza su máxima expresión.

Para Julia Gómez Cora, directora de la empresa que produce El Rey León, Stage Enterteinment en España, “nuestro musical necesita más de un millón de espectadores. Pero es más importante el plazo de tiempo en el que se obtienen estos espectadores. Los musicales tienen unos costes semanales muy altos y se necesitan como mínimo 5.000 espectadores semanales para cubrirlos. El porcentaje de ocupación no puede quedar por debajo del 70% “. A ella le bastan uno o dos días para saber si sus producciones alcanzarán esas cifras. “La venta del día después del estreno es siempre la más alta de todas, el límite a donde llegue definirá el tamaño del éxito. Las previas que se hacen ya nos dan un buen indicador. En Broadway hay musicales que evitan un fracaso seguro cerrando al día siguiente de su estreno, algo para lo que hay que tener mucha experiencia y frialdad pero que es muy necesario si se quieren evitar pérdidas mayores”.

Sorprende que la crítica apenas se haya pronunciado sobre las obras que más tiempo llevan en la cartelera madrileña: Toc Toc, El cavernícola y Espinete no existe. Nancho Novo lleva cuatro temporadas en el Fígaro, donde ha ofrecido más de 1.000 funciones de El cavernícola. Lo han refrendado 624.000 espectadores. Se trata de un monólogo, de Rob Becker, muy divertido, con un punto canalla que a Novo le va como anillo al dedo, y representado en 32 países. Otro monólogo que lleva siete temporadas en el Pequeño Gran Vía es Espinete no existe, de Eduardo Aldán, del que los medios casi nunca le han prestado atención, cuando ha registrado medio millón de espectadores.

Y respecto a Toc Toc, se representa en el Príncipe Gran Vía de forma consecutiva desde hace cuatro años, ya supera las 1000 funciones y ha sido vista por 500.000 espectadores. No logro comprender la popularidad alcanzada por esta comedia, cuyo humor se me escapa. Pero ahí está, siendo la escogida del público mientras sufre la indiferencia de la crítica que apenas ha reparado en ella, algo a lo que dice estar acostumbrado su productor, Alejandro Colubi: “ellos (los críticos) van por un lado y yo por otro. Pero lo que interesa es el público”. Y mientras éste siga hablando como hasta ahora, lo probable es que Toc Toc siga la próxima temporada.

Así pues tenemos dos criterios para medir un éxito: El del teatro privado, que aplica un criterio cuantitativo, basado en la popularidad de un espectáculo, es decir, en el número de espectadores que lo aplauden. Y el del teatro público, que sigue un criterio basado en opiniones de la crítica e informaciones de los medios de comunicación. Son criterios coherentes con los intereses de unos, los empresarios, y de otros, los políticos. A unos les interesa la opinión de la gente del común, a otros sólo la opinión de unos pocos que tienen “voz”.

Obviamente, un éxito teatral perfecto sería aquel que viniera refrendado por el público y por el reconocimiento de la crítica y de los colegas de profesión. Pero de estos yo recuerdo pocos, sólo me viene a la cabeza Arte, dirigido por Josep Maria Flotats, Luces de bohemia, de José Tamayo.

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