Entrar en la cocina donde actores y directores preparan las obras es una de las experiencias más interesantes que depara el teatro. He oído decir a algunos actores que prefieren el teatro al cine o la televisión por los ensayos pues, por muy pesados o erráticos que estos puedan llegar a ser, permiten una intimidad con el director y sus otros colegas que no se alcanza en los otros medios. Muchos directores no tienen inconveniente en abrir este secreto y privativo espacio de juegos e indagación escénica a extraños; otros, sin embargo, se resisten. Peter Brook pertenece a esta última categoría pero ha dejado, por primera vez desde hace 40 años, que las cámaras de su hijo Simon entraran en uno de sus ensayos para grabar el documental Tightrope. La cinta se presenta hoy en la Cineteca de Madrid, dentro de la programación del Fringe, al tiempo que también se exhibe por Canal + Xtra.



Tightrope se traduce por El funambulista, título que se refiere a uno de los números que Brook suele ejercitar con su troupe, el llamado “En la cuerda floja”. No he podido ver el documental completo, pero sí el fragmento que refiere este ejercicio. Es aparentemente muy simple, pero de una gran eficacia. Dos actores andan por una cuerda imaginaria, saliendo cada uno de un extremo de ésta y debiendo improvisar la acción. Brook, en compañía de músicos que acentúan sus acciones y de otros actores que se comportan como público, los observa, ríe, sigue con atención su relato, les deja hablar, hasta que terminan. Están, supongo, sobre la escena del Théatre de Bouffes du Nord; una alfombra alargada, por la que desfilan como si lo hicieran por un alambre, es el único elemento de atrezzo; la película conserva la estética y la iluminación de muchos de los espectáculos del gran maestro.



“¿Cómo hace uno real el teatro?”, se pregunta Brook, “es tan fácil caer en la tragedia o en la comedia... Lo verdaderamente interesante es estar en el filo mismo de la navaja, estar en la cuerda floja”. Que tu personaje no esté decidido de antemano, como en la vida misma, es algo imposible en el teatro, donde el actor conoce desde principio a fin la deriva de su rol. Pero ahí radica la complejidad de su labor, hacer convincente, verosímil, “real” lo llama Brook, su papel. Por ello, él encuentra tan atractivo este ejercicio de improvisación, en el que los actores deben echar mano de convincentes historias que no les hagan caer al suelo. Actores, por cierto, entre los que figura un español, César Sarachu.



Los 90 minutos que dura la cinta no están consagrados únicamente al número de En la cuerda floja, sino que intenta responder a la pregunta que más asediaba a su realizador: “¿Cómo puedo mostrar ese indefinible momento mágico cuando el teatro se convierte en algo vivo y real?” Es decir, ese momento en el que el actor cuente lo que cuente, haga lo que haga, cautivará al espectador. Para captarlo, decidió filmar con cinco cámaras ocultas. Así evitó interrumpir el proceso de ensayos y facilitó que el director y los actores se olvidaran por completo de que les estaban grabando: “Quería ofrecer una película que no comprometiera la integridad de la actuación para concentrarnos sólo en el proceso de ensayos, no en el resultado final. Quería captar la inmediatez del momento y, en última instancia, llevar al espectador hasta el corazón del proceso y compartir con él la experiencia teatral”, explica Simon Brook.



Filmada a lo largo de varias semanas, el realizador planificó la grabación a partir de los talleres que Brook acostumbra a impartir en su teatro parisino. De esta manera conseguía también que los actores y músicos que fueran a participar se sintieran seguros para probar cosas, para asumir riesgos, para no temer el fracaso. "La mayor amenaza para el filme", confiesa Simon Brook, "era hacer un documental predecible, quería ir más allá de la tradición estática y aburrida del teatro filmado".



Sobre Brook se puede encontrar mucha bibliografía. Además de sus clarividentes ensayos (El espacio vacío, La puerta abierta, The Shifting Point) y su reveladoras memorias (Threads of Time), muchos han sido los estudiosos e investigadores que se han acercado a su figura y su pensamiento (interesante The Open Circle, ensayo-entrevista de Andrew Todd y Jean Guy Lecat). El funambulista es un documento valioso y excepcional, porque descubre una faceta hasta ahora oculta: cómo trabaja Brook con sus actores, cómo exprime su talento, cómo los conjuga, qué ambiente crea…Y, además, porque el Brook que nos descubre es el del director en su madurez, el del viejo sabio. Si no recuerdo mal, es precisamente en sus memorias donde Brook compara su oficio con el de un cocinero exigente. Descubran aquí cómo es su cocina y de qué ingredientes se nutre.