[caption id="attachment_944" width="242"] Maruxa Vilalta[/caption]

Hace unos meses llegó a las librerías  El exilio teatral republicano de 1939 en México (editorial Renacimiento, colección Biblioteca del Exilio), en la que Juan Pablo Heras y Paulino Ayuso figuran como responsables editores. La obra se integra en una ambiciosa investigación que dirige en la actualidad Manuel Aznar, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y en la que participan especialistas de varias universidades americanas, europeas y españolas integrados en el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL). El proyecto aspira a ofrecer el estudio más completo que se ha hecho hasta la fecha sobre los autores y artistas de la escena exiliados tras la guerra civil.

El tomo citado se refiere a México, como se sabe uno de los países que más y mejor acogió a los exiliados españoles, pero se preparan trece más que recorrerán los otros puntos geográficos en los que se asentó la diáspora española de la escena. El libro me trae a la memoria al profesor Ricardo Domenech, quien en un momento de mis estudios me animó a investigar este asunto; él fue uno de los primeros en prestar atención a los exiliados, creía que la historia del teatro español del siglo XX estaba incompleta si no se los tenía en cuenta.

El interés del estudio, en mi opinión, no radica únicamente en confeccionar un mapa de los dramaturgos, directores, actores, escenógrafos... españoles;  interesa evaluar la influencia que tuvieron estos artistas en el país azteca, donde algunos pudieron representar sus obras y encontrar un nuevo público o integrarse de lleno en la industria del espectáculo de allí o en sus universidades.

Sin embargo, el drama fue que la mayoría no lo consiguieron. Al decir de Juan Pablo Heras, "el impacto de los exiliados en México es a día de hoy innegable pero no necesariamente positivo ni enriquecedor". La llamada Edad de Plata española había generado un buen número de literatos, pero no se había revelado esa explosión creativa en el teatro español. Y lo que los exiliados iban a poner de manifiesto en México era precisamente las deficiencias y los problemas estructurales que había venido arrastrando el teatro español. Únicamente Margarita Xirgu y Lorca fueron adoptados por los interesados en la renovación teatral en México, pero ellos precisamente no estuvieron allí (Xirgu fue con su compañía antes de la guerra).

Así pues, el reconocimiento lo obtuvieron muy pocos, e incluso en los círculos teatrales mexicanos se despertó  un rechazo hacia lo que se convino en llamar "la escuela española". Esta escuela era sinónimo de un estilo de interpretación que recordaba el de las compañías que visitaron el país en el primer cuarto de siglo y que se distinguía por "estar lleno de trucos, de vicios, de entonaciones amaneradas...", en testimonio del actor Carlos Ancira.

Por otro lado, el ambiente político y social que encontraron los exiliados al llegar a México no fue tan proclive como se piensa. Es verdad que el gobierno de izquierdas de Lázaro Cárdenas ofreció  muchas facilidades para su acomodo, pero el país dedicaba grandes esfuerzos a forjar su identidad nacional agarrándose a la etapa prehispánica y rechazando la época  del virreinato como parte de su historia, actitud que todavía pervive. Y estos emigrantes políticos eran "españoles".

Alejados de su tierra, la tragedia de los autores y artistas teatrales fue que también  perdieron a su público, lo que en teatro es casi perderlo todo. Reconquistarlo iba a ser una tarea difícil, por no decir imposible. A los dramaturgos se les iba a exigir argumentos acordes con su nueva realidad, a los actores y directores un estilo interpretativo que siguiera las tendencias del teatro mexicano nacional que se pretendía edificar. Debían adaptarse a los gustos del público mexicano y solo aquellos que lo hicieron, o que incluso acabaron formándose allí, lo consiguieron.

Es innegable la  gran acogida que tuvo el teatro infantil de Magda Donato y Salvador Bartolozzi, o los escenógrafos Manuel Fontanals y Miguel Prieto. O los libretos para danza de Bergamin. La actriz Amparo Villegas mantuvo su relevancia. La autora que mayor influencia ha ejercido en México a partir de los años 70, fue Maruxa Vilalta, fallecida el pasado año, que precisamente se formo en la universidad azteca. Destacaron otros autores, como María Luisa Algarra, José María Camps y Juan Miguel de Mora, y tuvieron una aceptable acogida como dramaturgistas León Felipe y Álvaro Arauz. Y entre los directores destaco, muy por encima de Rivas Cherif, Álvaro Custodio, cuya triunfo estuvo ligado precisamente a su capacidad de adaptación a las tendencias dominantes.

Por supuesto que hubo una extensa nómina de autores y artistas refugiados,  como el hoy celebrado Max Aub, o Luisa Carnes o Manuel Andújar, pero fueron autores sin escenario, pues sus obras se escenificaron escasamente y, por tanto, apenas tuvieron influencia. Y solo la de muy pocos esta publicada. Es este precisamente otro de los objetivos de esta magna investigación, según dice Manuel Aznar en el prólogo al recurrir a un verso de Pedro Garfias, -España que perdimos, no nos pierdas: "El exilio escénico parece en buena medida 'irrecuperable' como hecho escénico, en absoluto debemos resignarnos a recuperarlo como hecho literario y, en este sentido, la presente serie de volúmenes constituye una aportación que ojalá sirva en el futuro para abrir nuevas vías de investigación a los más jóvenes".