Stanislavblog por Liz Perales

Hamlet en chandal y acechando entre cortinas

22 febrero, 2016 11:30

[caption id="attachment_1168" width="510"] Israel Elejalde, Ángela Cremonte y Cristobla Suárez en el Hamlet de Miguel del Arco. Foto: Ceferino López[/caption]

Pocas son las compañías españolas que generan tanta expectación con cada nueva producción como la de Miguel del Arco. Así ha sucedido con el estreno en La Comedia de Hamlet, y eso que, como todo el mundo sabe, la obra original es larga, cuenta una historia bastante inverosímil, y está protagonizada por un personaje extraño y deprimido, algunos creen que un loco. Esta producción es una reescritura concentrada de la obra y la dirección de Del Arco ofrece un buen número de hallazgos servidos por un equipo de actores profesionales y entregados; sin embargo, su ambiciosa versión pierde intensidad por el camino, como si no hubiera podido materializar del todo sus propósitos.

Desde el primer momento sabemos que estamos con un texto síntesis del original, que se apoya en una dirección escénica ambiciosa y compleja, con ecos de Donnellan. Los actores realizan un trabajo físico e interpretativo exigente,  a un ritmo ágil,  jugando con una audaz escenografía. En las primeras escenas no daba crédito a tan excepcional y veloz galope, casi diabólico, con una escena pisándose a la otra. Pero cuando la obra cruza su ecuador, justo antes de que el escenario se convierta en un basurero de cadáveres, el espectáculo parece alejarse de ese cauce brioso y arriesgado para seguir por una senda más convencional, cayendo poco a poco en un adagio fatigoso vomitando las resoluciones de las diversas tramas. Y no es hasta el extraordinario duelo de esgrima entre Hamlet (Israel Elejalde) y Laertes (Cristóbal Cuevas), uno de los mejores que he visto en teatro, que la obra se viene arriba y por fin alcanza su final.

Me ha parecido que el director ha declarado que esta versión pretende introducirse en la mente de Hamlet para seguir la evolución que le lleva a ser un homicida. Bueno, de eso trata la obra precisamente; y hay versiones anteriores que han conseguido plasmar muy bien esta idea, como la extraordinaria de Robert Lepage, Elsinor, la cual no respeta ni estructura ni tramas. Hacer una versión de cualquier obra de Shakespeare siempre es muy arriesgado: lo que sobre todo hace grande a este autor es su lenguaje, su poesía. Shakespeare hace decir a sus personajes un torrente arrebatador de palabras de una intensidad dramática sobrecogedora y de gran belleza que,  incluso, en las traducciones al español mantiene su impacto. Del Arco ha manejado múltiples traducciones del original y, al final, las ha desestimado para trabajar con el texto en inglés. Quizá por ello consigue que su versión, aunque acorta notoriamente los parlamentos y elimina escenas, consigue preservar momentos de gran lirismo; pero ¿por qué no exprimir más los incidentes? Ya metido en faena, ¿por qué no una síntesis mayor de las tramas que evitara la agonía narrativa del final?

Merece la pena detenerse en el dispositivo escenográfico (Eduardo Moreno), simple pero efectivo,  de elegante composición, basado en cortinas que se abren y se cierran y en la proyección de videos (Joan Rodón). Pocos elementos tan inspiradores para un Hamlet como las cortinas, tras ellas salen, se envuelven o se esconden los personajes y tras ellas se oculta Polonio, el primero en caer asesinado, y tras ellas tiene lugar la célebre representación teatral. Los actores corren y descorren las cortinas a su conveniencia para pasar de una escena a otra, para abrir y cerrar espacios imaginarios, acentuando el ritmo con el ruido y el movimiento que hacen.  Los videos se proyectan en ellas, y amueblan, decoran e inspiran esos espacios, amén de una iluminación muy elaborada (Juanjo Llorens).

Del Arco omite el comienzo de la obra, cuando los centinelas Marcelo y Bernardo hablan de una aparición fantasmagórica del padre de Hamlet. El director opta por presentarnos al príncipe con el torso y pecho desnudo y apenado por la muerte de su padre, e inmediatamente después asistimos a una excepcional segunda escena: Hamlet y Ofelia (Ángela Cremonte)  en una cama, jóvenes enamorados que verán interrumpida su pasión por los consejos de Polonio, padre de ella (José Luis Martínez), y de su hermano Laertes. Padre e hijo advierten a la joven que Hamlet es un príncipe y que, por tanto, no puede hacer su voluntad. También se nos informa de que Laertes se va a Francia. Todavía no hemos visto al fantasma.

Siempre tengo gran curiosidad por cómo hará su presentación el espectro cuando veo una producción de Hamlet. El fantasma es lo que impulsa y desencadena la acción en esta obra, y según sea la aparición de este calibro si la lectura del director es que Hamlet está chalado, un paranoico que ve cosas donde no las hay (tipo Steven Berkof en Villanos), o es un hombre que simplemente da pábulo a los sueños, a los milagros, a las apariciones... y, por tanto, es de los que se explica la vida teniendo en cuenta también esos mensajes misteriosos y ocultos.

El  fantasma de Del Arco pertenece a esta última categoría. Aparece en un momento de vigilia de Hamlet, como si fuera producto de un sueño,  y después del monólogo en el que el protagonista critica la actitud de su madre, Gertrudis, por no haber respetado el luto. El director hace emerger al fantasma de la oscuridad y con el mismo aspecto del rey Claudio, porque lo interpreta el mismo actor (David Freire). Más tarde comprobamos en una escena en la que Claudio reza en la iglesia que Del Arco  identifica a Claudio como el asesino de su hermano.

Pero esta acusación no es evidente en la obra de Shakespeare, en realidad todo Hamlet se basa en vengar un asesinato a partir de sospechas infundadas acerca de un presunto asesino. Y, encima, para subrayar esta idea, el autor decide probar la acusación de una manera nada científica:  le basta una representación teatral del supuesto asesinato para dar por cierto que el rey Claudio es el culpable, a la vista del cabreo y el arrebolamiento que le produce la obra.  Recurrir a una ficción (teatral) para probar un hecho real es un juego dramático formidable, pero no pasaría un examen básico de Derecho penal.

Para un actor hacer el protagonista de esta obra es una especie de pasaporte a la consagración, el papel que los grandes intérpretes esperan hacer alguna vez en su vida. Así, que  Elejalde, tras haber interpretado con éxito El misántropo, sube un gran peldaño en su carrera. Ofrece momentos emocionantes, con parlamentos bien dichos (pasa muy bien la prueba de fuego: monólogo ser o no ser), y compone un personaje de amplio espectro: enamoradizo, deprimido, irónico por momentos, y más cabal que lunático, incluso cuando se hace pasar por loco. Pero su personalidad es difusa y creo que a ello contribuye su aliño indumentario: ¿Cómo podemos creer que es un príncipe si va vestido con un chandal de homeless?

Cuando se anunció esta producción uno de los activos era Carmen Machi para el papel de Gertrudis, la madre de Hamlet. Desconozco la razón de que no esté en el elenco, y que haya sido sustituida por Ana Wagener, una actriz solvente. Encontré brillante y creíble a Ángela Creonte como Ofelia, es una joven intérprete que crece y crece en cada nueva producción. Destaco también al elegante actor argentino David Freire como Claudio,  a José Luis Martínez en el bufonesco Polonio (y otros más) y el contenido Jorge Kent como Horacio (y también en otros más). Y Cristóbal Cuevas que igualmente se multiplica en un buen número de personajes.

Fractal Clara Janés

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