La zarzuela también se baila
La coreógrafa Nuria Castejón cierra el programa del Teatro de la Zarzuela con Zarzuela en danza, un espectáculo inédito hasta la fecha, según dice, que adopta la forma de antología de piezas dancísticas extraídas de algunas de las zarzuelas más célebres y que la coreógrafa ha tejido con ayuda de Álvaro Tato, autor de la dramaturgia. Un montaje lírico dancístico que transmite ambición y amor por la zarzuela, con momentos estelares a cargo de una compañía entregada y brillante, pero al que le sobra una intencionalidad excesivamente didáctica que lastra el montaje.
El espectáculo cuenta con muy buenos mimbres: un director de orquesta que ha hilvanado con buena maña todo los temas seleccionados y hace sonar bien a la orquesta, Arturo Díez Boscovich; una puesta en escena que dirige también Castejón limpia, eficaz y con pocos y precisos elementos escenográficos (Carmen Castañón); una iluminación acorde con cada tema de Eduardo Bravo; vistosísimo vestuario de Gabriela Salaverri, y tres cantantes estupendos (Ana Cristina Marcos, el tenor Néstor Losán y el barítono Germán Olvera) bien incardinados en la compañía de bailarines.
Tiene un arranque ágil, la compañía se lanza al juego de investigar la zarzuela, que aquí se convierte en personaje, y en ropa de calle baila a coro varias piezas rescatadas de obras tan célebres como La verbena de la Paloma, La revoltosa o El bateo, trasladadas a una corrala o un barrio de cualquier ciudad de hoy funcionan estupendamente. Luego se añaden piezas memorables como el fandango de Doña Francisquita, de Vives, o momentazo el del ejercicio de escuela bolera al ritmo de Con el vito, vito, vito, y el intermedio de El baile de Luis Alonso, en el que los bailarines tienen gran destreza con el braceo, las cabriolas y los palillos y muestran lo depurada y elegante que puede llegar a ser esta danza nuestra.
El espectáculo decae hacia el costumbrismo y el tipismo conforme se interna, por cierto con gran demagogia, en el tema gitano (lo que no quita para señalar el magnífico momento de Germán Olvera cantando A las rejas de la carse); resulta gratuita la escena de Poeta, y aunque ejemplifica la zarzuela cómica con temas como La tempranica, el garrotín de La corte del Faraón, la jota de Gigantes y cabezudos,y las contradanzas de Cecilia Valdés, un rancio corsé cae como una losa sobre el espectáculo del que no se liberará hasta el final, reservado a una de las grandes danzas, el intermedio de La boda de Luis Alonso.
Bueno el propósito de llegar a nuevos públicos de este espectáculo, pero la dramaturgia de Álvaro Tato peca de un tono pedagógico que unido a una intencionalidad proteccionista (que si el género está muerto, que si se ha dejado de escribir, que hay que darlo a conocer) transmite un tono embaucador y empalagoso. Los temas seleccionados por Castejón son tan hermosos y la compañía tan entregada y alegre, además de los cantantes, que deberían hablar por sí solos.