Pablo Remón (1977) no contento con ofrecernos una versión propia de Tio Vanía confía en que el público aguante una segunda, distinta a la anterior, y que vea una detrás de otra, en una tirada de cuatro horas con apenas media hora de descanso, aunque también da la opción de verlas por separado.
Dos piezas interpretadas por los mismos actores, de un nivel excelente, y con un Javier Cámara deslumbrante. Este experimento es Vania x Vania y estará en las Naves del Matadero hasta el 7 de abril.
¿Por qué hacer la misma obra dos veces?, se preguntará el espectador. El director escribe en el programa de mano que envidia la virtualidad creativa de músicos o pintores de hacer distintas aproximaciones a un único tema. Picasso, Bacon… tienen series sobre un mismo motivo.
[Javier Cámara es un tío Vania en la Mancha, con gorra de la Caja Rural]
La música es también proclive a estos ejercicios, Dylan versiona sus propias canciones y a veces cuesta reconocer las primeras que publicó. Hay muchos ejemplos de la obsesión del artista por no fijar definitivamente su obra, especialmente a partir del siglo XX, cuando el arte pasó a ser valorado no tanto por la belleza de la obra, sino por la originalidad y la sensibilidad del artista.
Hacer esto en el teatro tiene sus riesgos, las obras son largas y se desarrollan frente a un público en vivo que teme lo que el teatro tiene de “encerrona”. Además, ¿cuántas veces hemos visto Tio Vania? La trama de la obra es sobradamente conocida.
Y, sin embargo, no nos cansamos de verla. Volvemos a ver a Vania torturándose por cómo ha transcurrido su vida, cómo la ha malgastado y no ha logrado cumplir sus sueños, le hubiera gustado vivir otra vida. Son cuestiones que todos nos hemos hecho pero que adquieren una mayor profundidad e interés a partir de cierta edad.
Como ya hizo con su versión de Doña Rosita la soltera, estas dos versiones de Remón de Tio Vania tienen frescura, cercanía vital, hablan con un lenguaje de hoy, gozan de una simplicidad vívida.
Difieren del original de Chéjov, pero no son tan distintas entre ellas desde el punto de vista literario, sino desde la partitura de dirección escénica que Remón ha impuesto. La primera me conmovió más; la segunda, es una tragicomedia más experimental, más divertida y más interesante por lo que tiene de ejercicio dramático.
La primera versión es solo palabra y actor. Ni escenografía ni vestuario, ni siquiera sabemos ni cuándo ni dónde sucede, elemento este último importante porque borra el ambiente rural de la obra e, incluso, el aislamiento que viven los personajes.
Es como si presenciáramos un ensayo de sus intérpretes: Juan Codina (el escritor Alexander), Israel Elejalde (el médico Astrov), Marta Nieto (Elena), Manuela Paso (Marina) y Marina Salas (Sonia), además de Cámara. Teatro desnudo con solo seis sillas de plástico en escena que los actores ocupan cuando no actúan. Sigue el patrón minimalista de puesta en escena de la producción de The seagull (La gaviota) de Jamie Lloyd, estrenada en Londres en 2022.
En los últimos tiempos ya hemos visto propuestas afortunadas de títulos de Chejov desvestidos de ropajes decimonónicos, en libérrimas adaptaciones —Daniel Veronese, Álex Rigola, Christiane Jatahy alejadas de los Chéjov melancólicos. Creo que este enfoque debe mucho a la magnífica película de Louis Malle, Tio Vania en la calle 42 (1994), que presenta la obra como un ensayo de una compañía de actores.
Esta versión lo fía todo a los intérpretes, es imposible aburrirse con el recital interpretativo que nos dan. Son personajes tan distintos, no hay protagonistas, todos tienen su momento. Hay un cierto aire de comedia, la vida pasa entre sus conversaciones intrascendentes, los triviales comentarios sobre el calor, las borracheras de Vania y Astrov, la persecución del amor de Elena, los cotilleos sobre el pedante de Alexander, o los silencios explícitos.
[El discutible diálogo de Carballal con Calderón y la madurez de Ana Zamora]
Creo que Codina es el que más desentona en el personaje del mimado profesor Alexander, no hay feeling con Elena (Marta Nieto), aunque en la ficción todos se extrañan de que ella se haya casado con él.
Cámara se aleja del autocompasivo Vania al que estamos acostumbrados, sobrelleva con dignidad y cierto humor su destino. Se dice que Chéjov veía un bufón trágico en este personaje. Más o menos así se comporta el panzudo Cámara, patoso seductor especialmente cuando llega con las flores para Elena y la descubre besándose con Astrov; luego, cuando caiga el drama, tiene un extraordinario momento de furia hasta llegar al final triste y agridulce junto a Sonia, a la que da vida una joven Marina Salas.
Por su parte, en el Astrov de Israel Elejalde hay como un falso idealismo, está más concentrado en perseguir su pieza, o sea, a Elena-Nieto. Manuela Paso destaca por el brío y la ironía que le imprime a su personaje, un trasunto actualizado de criada sabia y protectora que logra hacerse un hueco importante en la función, mientras Marta Nieto, magnífica en su soliloquio, sigue el patrón de sirena tentadora y cobarde.
Zapping teatral
Es en la segunda versión donde Remón le da un giro de tuerca a todo. Muchos de los asistentes la noche del estreno no aprobaron esta libertad con la que el autor y director transforma Tio Vania en un disparate, pero creo que esta versión tan heterodoxa gustará mucho más a las jóvenes generaciones.
La obra tiene ecos de Los mariachis en lo que a ambientación, estilo e interpretación se refiere, y Remón hace una trasposición del mundo rural ruso al sobrio agro manchego de hoy muy jocoso. Más que del paso del tiempo y de la vida malgastada, creo que aquí se habla de decadencia y declive.
Remón propone una especie zapping teatral disparatado que si bien al principio cuesta entenderlo, luego descubre unas propiedades paródicas efectivas, cuando las situaciones y los personajes se descontextualizan y se distancian (eso es la comedia, tomar distancia ¿no? Del contraste de las situaciones surgen la risa y el absurdo. Y esto es posible gracias a un aparato escenográfico que, ahora sí, nos informa de la geografía, tan importante en la obra de Tio Vania.
Mónica Boromello ha diseñado una casa de campo dividida en dos: la mitad de la casa es un bonita e idílica dacha rusa de madera, con su porche donde hierve el samovar, su jardín con árboles y su estanque; del otro lado, una austera casa de campo manchega de paredes blancas, precedida de un secarral por jardín con una alberca con agua estancada y donde unas hamacas y unas mesas de bar completan el confortable mobiliario.
Cámara ahora no es Vania, sino Tio Iván, y su aparición es chistosa, sueña que ha ganado el programa de televisión Master Chef con unas migas manchegas. Ahora sus bufonadas arrancan la risa del respetable, su hombre de campo manchego es más primitivo y vulgar, bebe cerveza, le gustar arar la tierra con el tractor.
Astrov-Elejalde también se encuentra más cómodo, su doctor borrachín es temperamental, un conservacionista pestiño, presumido, también vulgar. Sonia-Marina Salas ha perdido protagonismo y, en cambio, el parásito Codina-Alexander lo ha ganado, ha dedicado su vida a escribir una biografía de Azaña y todavía no ha terminado; su grotesco personaje tiene una escena memorable, cuando hace la propuesta de vender la finca. Ya no hay tanta disonancia con su esposa. Esta, Elena, pierde su “charme”, ni siquiera Astrov intenta retenerla cuando se va.
Los actores pasan de un decorado al otro, ofreciendo momentos hilarantes, han cambiado sus nombres según el decorado desde el que hablen. Por ejemplo, Elena-Nieto, desde la dacha, le dice a Cámara, en la casa manchega y en camiseta, que se va a San Petersburgo; la cara que pone Cámara de cortocircuito es tronchante. El dispositivo es realmente inusitado, un hallazgo que le ha servido a Remón para establecer un fructífero diálogo con Chéjov y con el público.
Ficha técnica
Naves del Español, hasta el 7 de abril
Texto y Dirección: Pablo Remón
Con Javier Cámara, Juan Codina, Israel Elejalde, Marta Nieto, Manuela Paso y Marina Salas
Diseño de espacio escénico: Monica Boromello
Diseño de iluminación: David Picazo
Diseño de vestuario: Ana López
Diseño de sonido: Sandra Vicente
Dirección de producción: (Teatro Kamikaze) Jordi Buxó y Aitor Tejada
Una coproducción de Teatro Español y Teatro Kamikaze