Tengo una cita por Manuel Hidalgo

La verdad sobre Marie, el amor y el tiempo

25 junio, 2012 02:00

Por razones de trabajo -que me llevan a los clásicos- y por otras que no especifico, no suelo leer muchas novelas recién publicadas. He hecho una feliz excepción con La verdad sobre Marie (Anagrama), del escritor y cineasta belga Jean-Philippe Toussaint (Bruselas, 1957).

Me ha gustado muchísimo comprobar cómo Toussaint combina una minuciosísima escritura de raíz inequívocamente literaria con una plasticidad -forjada, obviamente, en los detalles- muy cinematográfica, que, por serlo, transmite una fuerte sensación de contemporaneidad.

También me ha entusiasmado el desprecio de Toussaint por dotar a su novela de una estructura equilibrada, íntimamente armónica. Lo que al principio parece que va ser una novela urbana minimalista y de rasgos psicológicos, fundamentada en un tono monocorde y de línea perezosamente horizontal, se desmiente apoteósicamente con la larga narración de la alucinatoria escapada de un caballo negro de carreras, cuando iba a ser embarcado, en el aeropuerto de Tokio. Más tarde, y tras un breve regreso al intimismo, habrá otro episodio espectacular, un voraginoso incendio en una isla.

Inquietante a más no poder es el modo en el que Toussaint relaciona el sexo y la muerte. A la muerte, sí -a su inminencia y a su realidad-, le dedica páginas detalladas, pero el sexo -amor y erotismo- percute sobre el lector por alusiones leves o atmosféricas -de enorme eficacia-, si bien con la ayuda de brevísimos apuntes, tan económicos como definitivos. Y la sangre, la sangre en un dedo de un hombre que se ha acostado con una mujer en sus días de menstruación, la sangre une dramáticamente, como un emblema poético ardiente, esa relación entre el sexo y la muerte, con una desinencia de culpabilidad que a ambos puede concernir.

La verdad sobre Marie es una historia de amor con intriga, al borde del precipicio, entre un hombre y una mujer, con dos cuerpos fantasmáticos más, un caballo -y otros varios- y tres localizaciones: París, Tokio y la isla de Elba.

Habla el narrador de un personaje que ha muerto, cuya esquela aparece en Le Monde. Y dice: "Medité unos instantes sobre su fecha de nacimiento, 1960, que me pareció de pronto lejanísima, sumergida en el pasado, ya profundamente sepultada en un siglo XX lejano, brumoso y fenecido, que parecería de otro tiempo a las generaciones futuras, más que a nosotros el siglo XIX, debido a esas dos cifras disparatadas al comienzo de cada fecha, ese 1 y ese 9 extraños y arcaicos..."

Y, sobre el siglo anterior y 1960 en concreto, remata: "...su fecha de nacimiento me parecía ya extrañamente pasada de moda, como obsoleta ya en vida suya, una fecha que había envejecido mal, que pronto se olvidaría, que el tiempo no tardaría en cubrir con su pátina y que ostentaba ya en ella, como un veneno corrosivo disimulado en su seno, el germen de su propio difuminado y de su eclipse definitivo en el curso más vasto del tiempo".

¿Qué añadir? Nada. El siglo XX, en efecto, empieza a parecerse a ese siglo XIX que quienes nacimos hace unas décadas teníamos por lejano. El tiempo acaba con los tiempos.

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