Francisco Umbral trae aire fresco
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La publicación de Treinta cuentos y una balada (Renacimiento) es un acontecimiento feliz. El rescate y la recopilación de narraciones inéditas o perdidas en revistas y archivos se salda, con excesiva frecuencia, con una decepción. No siempre, desde luego. Pero demasiadas veces se comprende por qué esas páginas habían permanecido en un cajón o vedadas a la curiosidad de los lectores. Aunque estuvieran firmadas por grandes escritores, eran obras menores o intrascendentes.
Cartas bocarriba: me reafirmo entusiasta de la prosa de Francisco Umbral (1932-2007). Ya está dicho. Las filias pueden ser tan desorientadoras como las fobias. Pero el trabajo realizado como editora y prologuista por la profesora Bénedicte de Buron-Brun(Universidad de Pau et des Pays de l’Adour) lo que trae, para empezar, es una inesperada ventolera de aire fresco que sólo puede sustanciarse –sin filias y sin fobias– en una nueva reivindicación de la escritura umbraliana, que reaparece en este libro, a los casi once años de la muerte de su autor, con una vigencia extraordinaria, con una modernidad intacta y con toda su capacidad de innovación e influencia.
Hay relatos sin fechar, pero los datados –la mayoría– en Treinta cuentos y una balada van de 1957 a 1983, es decir, desde que Umbral tenía 25 años hasta que acababa de cumplir los cincuenta. Es un período capital en la trayectoria de todo escritor, desde los inicios a la primera madurez consolidada. Los relatos más numerosos corresponden a los años 60 –antes, por tanto, de la consagración de Umbral–, lo que redobla el interés del volumen: están plenamente configurados el estilo, la mirada y, en definitiva, la personalidad del autor, pero todavía no hay riesgo de que el escritor sea manierista de sí mismo, de que se repita por pérdida de aliento o frescura, de que reitere fórmulas por comodidad. O de que éste sea el diagnóstico de un lector tan experto y admirador del autor como quizá fatigado o prejuicioso (paradójicamente, después de haberle leído mucho).
El extenso prólogo de Bénédicte de Buron-Brun –más de veinte páginas– es tan certero y minucioso en la aportación de información y análisis que me abstendré de redundar aquí con lo que en él se dice. Confío en que el lector de este post –si es admirador de Umbral– considere mi recomendación de leer el libro y, además, le supongo conocedor de la escritura umbraliana. Me limitaré, pues, a algunos apuntes.
En los cuentos más primerizos, se advierte la tensión entre el seguimiento tímido y un tanto “al modo de” ciertos escritores costumbristas y la creciente ansia –progresivamente satisfecha– de introducir novedades, alejarse de ese mismo costumbrismo y crear una voz propia, que resultó ser –y se comprueba en el libro– una de las más brillantes, singulares, creativas y al instante reconocibles de la narrativa española del último tercio de siglo.
La selección convierte en fascinante seguir tanto el trayecto individual de Umbral –desde la provincia a la gran ciudad, desde su juventud a su sazón– como la evolución de España y de los tiempos. Y, en este segundo aspecto, hay que decir –ahora, quizá, se puede ver más claro que nunca– que Umbral no es sólo cronista de los cambios de una época, sino que es hacedor de esos cambios. Lo que Umbral cuenta y el cómo lo cuenta no es el reflejo de tiempos nuevos –que también–, sino el ariete que va abriendo paso a esos nuevos tiempos. No sé de cuántos escritores se podría decir esto. Y más cuando en la prosa de Umbral –como es sabido–, incluso tal vez en su personalidad, no dejaban nunca de asomar los mimbres del pasado literario: Valle, Lorca, Ramón, Baudelaire, Proust, Wilde…Ciertamente, siempre, los rupturistas, los renovadores.
El color, la música, la lírica, las metáforas, las imágenes, la invención verbal, el pictoricismo, la polifonía de los diálogos, el humor acre…, en fin, todo lo ya conocido de Umbral –la hegemonía del yo, lo experiencial y autobiográfico, el coloquialismo y el cultismo, lo popular y lo exquisito, lo oral y lo elaborado, la crueldad y la compasión, la alegría y la negrura, el aforismo escondido, la libre incorrección de pensamiento, la percepción superdotada del detalle, el adjetivo imprevisible–, todo Umbral está –borbotea, hiere, ciega– en estos cuentos.
Y quisiera destacar muy especialmente los cuentos eróticos. Umbral hizo del sexo y de las mujeres un asunto troncal -para bien y, a veces, para mal– de su literatura. Pero leer hoy sus cuentos eróticos –donde casi siempre se da una mezcla de exaltación y de tristeza, de plenitud y de melancolía, de latido vital y de pulsión mortífera– es parte sustancial de esa sensación de aire fresco que, como dije, se experimenta al leer este libro, inasequible a todas –¡todas!– las ortodoxias bienpensantes. Y, bien entendido, lo erótico está en los argumentos de varios cuentos, sí, pero aparece por todas partes, en la sensualidad de la misma prosa.
Veamos. ¡Hay tanto donde elegir! En "Jeanette de Marbella", por ejemplo, Umbral escribe: “España limita al Este con el mar Mediterráneo y los hoteles de lujo, y las chabolas veraniegas, y el flamenco falso, y los macarras híspidos, y los bailes en tecnicolor, y los campings de ropa colgada a secar y las playas que tienen en su arena, de madrugada, algo así como una confusión de sábanas revueltas, de eróticas sábanas rubias donde se ha dormido bajo la breve noche sin astros. Escucha. Por las calles del pueblo hay mínimas relojerías y tiendas de “souvenirs”. Los hoteles tienen rampas de césped que llegan hasta el mar. En los chalets hay piscinas de formas no demasiado imaginativas, con un agua de colores falsos, y allí se bañan, como en clausura, las mujeres más bellas, las que sólo se asoman al mar a media noche”.
En el libro hay párrafos mejores que éste. Y líneas, y frases, y palabras. De hecho, lo que más me gusta de este fragmento es la expresión “sábanas rubias”: sábanas entre las que ha dormido una mujer rubia, claro. Pero el cuento del que extraigo este párrafo está escrito en 1967, hace, por tanto, 51 años. Y eso me sirve para refrendar algo fundamental entre lo que antes he escrito: 1967, la francesa Jeanette, Marbella, la presencia del sexo, el cambio de España hacia la modernidad... Umbral no es sólo el cronista, sino, con su estilo y sus temas, uno de los agentes de ese cambio.