Contra la raza
Que Elvira Dyangani Ose, la nueva directora del MACBA de Barcelona, sea una persona de raza negra es un logro descomunal. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto decirlo?
Elvira Dyangani Ose es negra. ¿Por qué nos cuesta tanto decirlo? La primera nota de prensa que emitió el MACBA hace unos días obviaba el dato, aunque la fotografía que la acompañaba lo hacía patente, y en la presentación que se hizo ayer no solo no se ha hecho ninguna alusión a la raza de la nueva directora sino que ni ella ni quienes la han acompañado se han referido a su largo compromiso profesional con la reconsideración y la difusión del arte africano, que tuvo su momento álgido durante su etapa en la Tate. Y no es que esta dedicación se nos haya podido olvidar porque haga mucho que no trabaja por aquí: como comisaria invitada de la actual edición de PhotoEspaña, ha dedicado sus exposiciones en el Círculo de Bellas Artes y en Matadero a esa cuestión –Contra la raza, se titula proféticamente una de ellas–, con gran eco en los mismos medios que ahora dan noticias sobre su nombramiento sin mencionar su pertenencia étnica… lo mismo que prácticamente ninguno de los numerosos profesionales del arte contemporáneo en sus posts en redes sociales, unánimemente celebratorios hasta que se conoció el despido a traición de Tanya Barson y Pablo Martínez, que ha acabado de eclipsar cualquier otro aspecto en este relevo anunciado y en esta reorganización sorpresa.
Se ha destacado, eso sí, que se trata de la primera mujer que dirigirá el MACBA. Y eso constituye un avance importante, desde luego: aunque ha habido y hay muchas mujeres directoras en los museos españoles (si bien algunos no se han estrenado), son todavía minoría, lejos de la igualdad real. Pero el hecho de que la elegida sea una persona de raza negra es más que un gran avance: es un LOGRO DESCOMUNAL. Ocurre por primera vez en la historia de nuestro país.
No sabemos cuántas personas negras viven en España. El Instituto Nacional de Estadística, pásmense, no recoge datos sobre la etnia, aunque sí sobre el país de nacimiento. El cálculo que hacen algunas organizaciones es tan vago como esto: entre uno y dos millones. Seguramente son más numerosas en nuestro país las personas racializadas de origen latinoamericano o norteafricano. Pero este es un grupo lo suficientemente numeroso –y particularmente marginado– como para que se haga necesario promover el pleno disfrute de sus derechos, más cuando España tiene con África un pasado esclavista y colonizador –escondido hoy en lo más hondo del cajón– que tiene todavía consecuencias y que nos exige una especial responsabilidad. Para empezar, acabar con su invisibilización.
Según Stephen Small en su libro de 2019 20 Questions and Answers on Black Europe, había en ese año poco más de siete millones de personas en Europa que se identifican como negras, lo cual significaría que en España tenemos una de las mayores proporciones de este segmento demográfico. Pero sabemos muy poco de él. Las instancias oficiales empiezan a dar algunos pasos para paliar el desconocimiento. El Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia publicó en 2020 un Estudio para el conocimiento y caracterización de la comunidad africana y afrodescendiente y, el pasado 21 de marzo, con motivo del Día Internacional contra la Discriminación Racial, la Dirección General para la Igualdad de Trato y Diversidad Étnico Racial (Ministerio de Igualdad) dio a conocer otro con objetivo similar. Según sus autores, el 47 % de los encuestados ha nacido en España y el 71% tiene la nacionalidad española pero un 60 % asegura no sentirse español a consecuencia de la discriminación que sufre. La mitad de ellos ha cursado estudios superiores –estimación quizá algo distorsionada por haberse deducido de una encuesta online–, a pesar de lo cual es frecuente que desempeñen trabajos de baja o media cualificación y es en este ámbito laboral donde la discriminación se intensifica (también en el acceso a la vivienda).
Los encuestados tenían opción de hacer peticiones a las autoridades competentes y una de las más recurrentes es que “se les promocione como personas españolas, que se transmita una imagen positiva” de ellos “no solo en noticias sobre actividades deportivas” y se haga visible su presencia en sectores como las instituciones o las fuerzas de seguridad del Estado. Pues bien, ¿no sería un magnífico modelo positivo para el MACBA y las administraciones que participan en su gestión (incluido el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte) presumir de haber nombrado por primera vez a una persona afrodescendiente para dirigir una institución cultural? Yo entendería que a Elvira Dyangani Ose le pudiera molestar la etiqueta si ella se presentara como española a secas y no tuviera ese campo de trabajo preferencial (no único, lo sé) pero no es así. Debería estar muy orgullosa, me parece. Yo me siento orgullosa por ella, por todos nosotros.
Vuelvo a la pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto decirlo? El tabú de la raza no es único de España. El Francia, el llamado “universalismo” pretende asegurar la igualdad entre todos los ciudadanos prohibiendo recabar datos étnicos para cualquier propósito oficial y está muy mal visto adjetivar a nadie de acuerdo a ellos. Es una política que los propios afrodescendientes están desafiando tras constatar que, lejos de erradicar el racismo, tiene entre sus consecuencias la invisibilización del colectivo. Hace ya una década, Luna Vives y Sesé Sité (que coordinaba la red social África HuNa) publicaron en la Revista de Estudios de Juventud (INJUVE) un artículo Negra española, negra extranjera: dos historias de una misma discriminación, del que creo oportuno citar este (largo) fragmento: “El concepto de raza no está de moda en las ciencias sociales españolas, aunque es de uso común en conversaciones informales y en los medios de comunicación. Según Goldberg (2006), esta reticencia es común a toda la Europa continental, en la que la raza se ha convertido en un “subtexto tácito” (unspoken subtext). Este autor considera que aunque las sociedades europeas están concebidas fundamentalmente en términos raciales, el rechazo a pensarse a sí mismas de esta manera surgen tras la Segunda Guerra Mundial, en particular a raíz del Holocausto. Este rechazo tiene al menos dos efectos perversos: en primer lugar, resulta en una falta de reflexión sobre la significación social, política y moral de la adscripción a determinadas categorías raciales de todos los miembros de la población. En segundo lugar, se produce una separación radical entre las historias nacionales de colonialismo y el pensamiento racial sobre el que se construyen estas sociedades. (…) Un repaso a los últimos siglos de historia española ratifica que, como afirma Goldberg, esta negación es en realidad una falacia”.
Pero, al margen de estas consideraciones políticas y sociológicas, el silencio sobre la raza de Elvira Dyangani Ose parece opuesto a las estrategias para favorecer la diversidad que los museos de muchos países llevan tiempo poniendo en marcha. En 2020, el Día Internacional de los Museos tuvo como lema “Museos por la igualdad: diversidad e inclusión”. Esa diversidad no es solo étnica –abarca el género, la identidad sexual, la base socioeconómica, el nivel educativo, las capacidades diferentes, las creencias religiosas…– pero hace mucho hincapié en ese factor de diferenciación. Daré solo unas pinceladas sobre ello, limitándome el ámbito anglosajón. El Arts Council England lleva años exigiendo a las instituciones culturales que reciben sus fondos que promuevan de manera creativa la igualdad. A pesar de ello, su último informe sobre estos programas, Equality, Diversity and the Creative Case: A Data Report, 2018-19, lamenta que no se hayan hecho grandes avances –en el segmento que ahora nos interesa, “miembros de patronatos y directores artísticos”, el porcentaje con black and minority ethnic background es de un 11% (estratosférico para nosotros )– mientras recuerda que es mandatorio perseguir la diversidad no solo en los órganos de gobierno y los puestos directivos sino también entre las plantillas o entre el público y, por supuesto, entre los artistas. (Un par de textos recientes sobre esos diferentes objetivos por si quieren ampliar información. Sobre la diversidad en las plantillas, Museums and Employee Diversity; sobre la participación del público en museos, Exhibiting Inclusion: An Examination of Race, Ethnicity, and Museum Participation.)
En Estados Unidos, uno de los programas más destacados en este terreno es el desarrollado desde 2013 por la Andrew W. Mellon Foundation. En ese año lanzó un programa piloto en cinco grandes museos estadounidenses para becar a jóvenes comisarios de etnias infrarrepresentadas. En 2015 realizó, en colaboración con la Association of Art Museum Directors (AAMD) y la American Alliance of Museums (AAM), su primer Art Museum Staff Demographic Survery, que tuvo una segunda entrega en 2018. Entre un año y otro se duplicó el número de curators (conservadores o comisarios) no blancos en los museos estadounidenses, del 2 % al 4 %, con 21 incorporaciones, pero no hubo apenas incremento en los puestos de mayor responsabilidad (directores de museos, CFO y CEO): del 11 % al 12 %. Además, la fundación –junto a la Alice L. Walton Foundation y la Ford Foundation– financió en 2019 con 4 millones de dólares una iniciativa, Facing Change, para potenciar la inclusión en los patronatos de los museos.
No hay, por supuesto, estadísticas sobre la diversidad racial en los museos españoles. Excede mis fuerzas revisar todos sus patronatos pero seguro que será muy difícil encontrar en ellos personas de color. Pensando dónde sería plausible encontrar alguna, he echado mano de la lista de patronos de la Fundación Museo Reina Sofía, que han de ser según su normativa de origen iberoamericano. Son todos blanquísimos. Los veinte. No descarto que se pueda localizar algún conservador negro en nuestros museos y sí ha habido algunos comisarios de eventos o exposiciones temporales, con especial relevancia de Okwui Enwezor, al frente de la Bienal de Sevilla de 2005 o de la exposición Making Africa en el CCCB. Artistas sí tenemos, de dentro y sobre todo de fuera –ahora mismo, Mark Bradford en la nueva galería de Hauser & Wirth– pero no tantos que expongan en el circuito comercial o institucional “mayor”. Directores, ya lo he subrayado, no había. Hasta hoy.