¿Planetas?
Las incógnitas del sistema solar
25 marzo, 2004 01:00Sedna (según recreación artística de la NASA) se encuentra en el llamado ‘Cinturón de Kuiper’, al borde del Sistema Solar según los límites de momento oteados, porque los expertos no descartan la existencia de otr
El reciente descubrimiento por parte de astrónomos norteamericanos de un nuevo cuerpo en el Sistema Solar, al que se ha bautizado como Sedna, ha reabierto el debate sobre los límites entre un planeta y un planetoide. La clasificación de los cuerpos celestes resulta especialmente complicada si tenemos en cuenta que muchos expertos aseguran que Plutón, descubierto en 1930, no puede considerarse un planeta. El profesor de Geología Planetaria de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Anguita, arroja luz sobre el tema y analiza las características del cuerpo recién descubierto en el cinturón de Kuiper, en los confines hasta ahora conocidos del Sistema Solar.
Los científicos clasifican los objetos naturales como un primer paso hacia su comprensión. En teoría, este proceder es no sólo necesario sino también impecable. Sin embargo, las clasificaciones no son siempre inocentes, como podemos comprobar en las escaramuzas que se suscitan periódicamente entre paleoantropólogos empecinados en que su fósil es el pariente más directo del hombre moderno. Sin llegar a estos extremos, la ordenación de los objetos del Sistema Solar ha padecido un importante sesgo histórico, lo que el planetólogo William Hartmann ha llamado "The 9-planets gestalt": la tendencia a crear un abismo conceptual entre los planetas y el resto de cortesanos del Sol. De aquí los revuelos periódicos que se producen, más en el ciudadano normal que en la comunidad científica, cuando se sugiere descabalgar a Plutón de su status planetario. Los planetas serían importantes, a diferencia del resto de los cuerpos, y estamos demasiado acostumbrados, desde la escuela, a repetir la letanía "Mercurio, Venus, la Tierra..." como para admitir una ruptura en esta cadena de palabras que ya ha alcanzado una categoría simbólica
Esta obsesión planetaria se ha puesto de relieve a través de todo el siglo XX con el asunto del décimo planeta. Cuando en 1853 se descubrió Neptuno, muchos astrónomos calcularon que su masa era insuficiente para explicar las anomalías orbitales de Urano, por lo que propusieron la existencia de un gran planeta más allá. Pero todo lo que resultó de la larga búsqueda del llamado planeta X fue, en 1930, el pequeño Plutón. Este parto de los montes planetario arruinó, además, la nítida ordenación de los planetas en telúricos (internos, densos) y gigantes (exteriores, ligeros). Plutón no encajaba en ninguna de las dos categorías, sino que se parecía a los satélites de los planetas gigantes, por lo que se aceptó que éste debía de ser su origen.
Si se descubriese hoy, nadie pensaría en clasificarle como un planeta o un satélite fugado, sino como un avanzado del cinturón de Kuiper (o Edgeworth-Kuiper, por el nombre de los astrónomos que lo definieron independientemente en los años 60): un vasto cinturón de unos 100.000 cuerpos que podríamos llamar planetoides, de los que Plutón (2.300 km de diámetro) es el rey, y cuyos cortesanos principales son el recién descubierto Sedna (unos 1.500 km) y Quaoar (descubierto en 2002 por el mismo equipo, 1.250 km). El Cinturón de Kuiper, una especie de cinturón de asteroides sólo que mucho más lejano y desconocido, podría contener cuerpos mayores que Plutón, e incluso mayores que la Tierra: es decir, planetas oficiales, ya que en 1999 la Unión Astronómica Internacional adoptó el acuerdo de que sólo debería llamarse planetas "a los objetos en órbita alrededor de una estrella que sean más pesados que Plutón". El que la definición se refiera a masas (Plutón pesa unos 13 trillones de toneladas) y no a tamaños es sin duda una medida "anti-cometas", que podrían ser mayores pero muy ligeros.
No es un planeta
Así que Sedna no es un planeta; pero la cuestión de fondo queda pendiente, y merece algún comentario. No sólo se garantiza a Plutón su categoría de por vida, sino que se le concede, como a algunos políticos retirados, la capacidad de influir durante largo tiempo en los acontecimientos futuros. Por ejemplo, cuando los buscadores de exoplanetas localicen, como nos han prometido, alguno de pequeño tamaño, habrá que mirar a Plutón antes de colocar al recién llegado en el casillero conveniente. De esta forma y por decreto hemos convertido a un cuerpo insignificante en la medida cósmica de la categoría que nos parece más importante. Quizá sea difícil encontrar un ejemplo más nítido de antropocentrismo en la Ciencia moderna.
Pero el Cinturón de Kuiper no es ni mucho menos la frontera del Sistema Solar. Mucho más allá, los astrónomos suponen, aunque nunca la hayan visto, que existe una cantidad gigantesca (¿un billón? [europeo]) de cuerpos de unos pocos kilómetros de diámetro, cometas en hibernación hasta que algo suceda en sus vidas (una colisión, una estrella que pasa) que les impulse a lanzarse hacia la hoguera que es el interior del Sistema Solar, ícaros que terminarán consumidos en el Sol o estrellados sobre un planeta. Esta Nube de Oort (por el astrónomo que la definió en los años 50) ya no tiene forma aplanada, como el Cinturón de Kuiper, sino elipsoidal, como se ha deducido de las trayectorias de los cometas, lo que podría deberse a la influencia gravitacional del plano galáctico.
Por tanto, y a la manera de los reyes medievales, el Sol empieza a perder influencia sobre sus súbditos más lejanos. ¿Dónde termina el Sistema Solar? Existe la posibilidad de marcar un límite teórico nítido, aunque tenue: la heliopausa es la frontera en la cual el viento solar, un chorro de partículas cargadas que surge de nuestra estrella, deja de ser efectivo. Al otro lado de esta frontera se extiende el espacio interestelar, también él poblado de veloces partículas cargadas procedentes de otras estrellas. El último protón solar chocando, a billones de kilómetros de la Tierra, contra los protones alienígenas en la heliopausa, ése sería el auténtico "cuerpo más lejano" del Sistema Solar.
Los cuerpos menores
Aunque las agencias espaciales preparan actualmente misiones a planetas como Mercurio y a satélites como Europa, no cabe duda de que la segunda concitará mucha mayor expectación que la primera. No es imposible que en el océano subterráneo del satélite de Júpiter se den condiciones prebióticas, mientras que la comunidad planetaria sospecha que Mercurio no esconde grandes sorpresas. De forma que la categoría de planeta no se correlaciona con el interés científico de un cuerpo celeste. Más aún: en las últimas décadas del siglo XX los cuerpos menores del Sistema Solar han pasado decididamente al centro de la escena. Los cometas, por ejemplo, se ven hoy por muchos especialistas como aguadores de los planetas telúricos que, por haberse formado en la zona caliente de la nebulosa protosolar, deberían contener inicialmente escasos compuestos volátiles. Igualmente, tanto cometas como asteroides pudieron jugar un papel protagonista en la posible difusión de la vida a través del sistema (la ahora llamada neopanspermia), y también en su evolución: desde la aceptación de que la Era Mesozoica se cerró con un gran impacto, ha surgido una corriente científica que ve en las colisiones uno de los motores (los partidarios más decididos hablan del motor principal) de los relevos masivos en la biosfera.
Un océano caótico
En los años sesenta, Carl Sagan definió con palabras sencillas la frontera del Sistema Solar: "...Mucho más lejos [...] se encuentran algunos miles de millones de cometas sin cola, bolas de nieve de un kilómetro de diámetro que giran lentamente alrededor del lejano Sol". El Cinturón de Kuiper y la Nube de Oort no habían cobrado todavía carta de naturaleza, y aún no se discutía el carácter planetario de Plutón. éramos más ignorantes, por lo cual todo era más sencillo. Ahora que hemos empezado a explorar este confuso y apasionante zoo que es el Sistema Solar exterior, ya no estamos tan seguros de que lo que parece un asteroide no sea en realidad un cometa quemado, o de que algunos satélites no sean antiguos asteroides. Quizá lo más evidente es que nuestro afán taxonómico, que tanto juego nos ha dado para clasificar las especies de nuestra biosfera, no nos sirve de mucho para entender los cuerpos celestes. Es más, muchos científicos planetarios lo consideran hoy como una rémora: en su página web, los descubridores de Sedna lo llaman planetoide, pero añaden: "Lo puede usted llamar como le dé la gana".
En este mundo más incierto (y, hay que decirlo, enormemente más interesante), debemos de considerar las clasificaciones como asideros de emergencia, situaciones provisionales semejantes a esas escalerillas en la roca a orillas de un mar demasiado movido, que sirven a los nadadores osados para salir de un aprieto. Sagan habló del espacio como de un mar utilizando la bella y conocida metáfora de Newton según la cual un científico es como un niño que recoge conchas sin comprender de dónde vienen.
En las últimas décadas del pasado siglo XX, los científicos planetarios han aprendido que la complejidad del océano solar no es soluble mediante taxonomías, sino intentando comprender interacciones complejas no sólo en el entorno de nuestra estrella, sino en la entera vasta galaxia.
Tendrán que aprender a nadar en un océano caótico.