Una revolución pendiente
Lo mejor del año: Ciencia / Análisis
30 diciembre, 2004 01:00Corona solar. De cielo y tierra (Phaidon)
Se marcha el año 2004. Un año más. Y con el paso de esa medida de tiempo, siempre repetida, se han acumulado luces y sombras, esplendores y miserias del conocimiento sobre nosotros mismos y nuestro vivir en esta Tierra nuestra. Y aún mas allá, se han venido desvelando conocimientos sobre ese Universo, uno posiblemente entre millones, del que formamos parte. Precisamente, la revista Science, una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo, acaba de hacer un balance de los diez acontecimientos científicos más sobresalientes de este año 2004 que se nos va. He contrastado mis notas personales con respecto al significado y proyección de estos acontecimientos y de ellos sólo cuatro tenía yo en consideración como especialmente relevantes. Es claro que ello se debe al sesgo de mi propia formación y la disciplina científica que cultivo, lo que me hace ver más trascendentes algunos logros que otros. De ellos, uno refiere a Marte y la posible existencia remota de agua y vida en ese planeta. Los otros incluyen las células madre humanas, el descifrado del código genético de las aves o los primates y la diversidad de los homínidos. Tenía yo además entre mis notas aquellos otros acontecimientos que nacen, no del descubrimiento de algo nuevo, sino de la revisión de conocimientos ya adquiridos y que han tenido una enorme repercusión para nuestra salud. Y terminaba, un año más, con la mirada, en mí siempre permanente, a nuestro propio cerebro, ese rincón último que percibe e interpreta el mundo que nos rodea lo que nos incluye a nosotros mismos. Quiero comentar aquí algo de estos acontecimientos y mi interpretación de su significado.Durante mucho tiempo Marte ha ocupado el espacio de nuestras fantasías literarias al tiempo que ha sido centro de nuestra búsqueda científica de vida más allá de donde la conocemos que es la Tierra. Y ha sido este año gracias a sofisticados robots, que se han obtenido nuevos datos que permiten sugerir de una manera firme que nuestro planeta vecino fue, hace muchos miles de millones de años, un planeta con el calor, la humedad y la sal suficientes como para acunar y tal vez dar origen a la vida. El agua y la sal, esos ingredientes bíblicos de cualquier forma de vida, parece ahora que fueron los elementos responsables de la formación y cambios de las rocas en zonas que albergaban mares salados y poco profundos en esos tiempos tempranos de Marte. Y junto a ello el calor. La vida, nadie lo discute hoy, vista en su más reducida simplicidad ha sido cocinada con calor, sin duda la fuente más primitiva de energía. Con esos tres ingredientes se cree hoy que se desarrollaron en la Tierra las protocélulas, esas primitivas microesferas proteinoides, en un útero oceánico de agua y sal. Y eso es lo que, al parecer, existió en Marte hace mucho tiempo, un ambiente en el que pudo surgir la vida, ese desconocido y misterioso invento que, altamente organizado, somos nosotros mismos. De ser así, como parece, sus implicaciones alcanzan no sólo a ser un juego de especulación en ese reducido grupo de gentes con barbas y caras serias con el que se dibuja a los científicos, sino a poner en una nueva perspectiva el mundo de las humanidades, incluida la concepción de ese mundo "sagrado" que es la religión y hasta la mirada de ese Dios antropomorfo obsesionado al parecer con los acontecimientos que se suceden en este remoto, oscuro (aún cuando azul) e insignificante planeta nuestro que venimos en llamar Tierra.
El hombre mismo, en su proceso evolutivo, ha sido además uno de los focos de atención especial en este año 2004. Efectivamente, el hallazgo de restos de varios homínidos pero en particular el de una nueva especie, el homo floresiensis, un homínido de reducidas proporciones, ha captado la atención sobresaliente de muchos antropólogos para mejor entender ese proceso que es la evolución humana. Este homínido debió tener un cerebro estimado en alrededor de unos 380 gramos, mucho menor que los 450 gramos del cerebro del chimpancé o los 1.450 gramos del hombre actual. Y el cráneo que lo albergaba, de características claramente humanas, ha sido encontrado en una cueva de una isla de Indonesia (la isla de Flores, de ahí su nombre). Estos hallazgos nos llevan hacia atrás tan sólo 18.000 años, lo que sugiere que el hombre actual ha vivido a la par que otros homínidos primitivos hasta muy recientemente y brinda con ello una evidencia, para muchos, verdaderamente revolucionaria. Aquella que demuestra que la presión evolutiva en parajes aislados y que ha sido la fuerza creativa de nuevas especies, también ha operado en la evolución humana. De nuevo y como hemos comentado a propósito de Marte, la Ciencia va recolocando al hombre en el lugar que le corresponde y en ese lugar, aparece cada vez mas claro, no existen ni excepciones ni especiales privilegios otorgados por fuerzas o destinos ajenos a los códigos de espacio-tiempo que gobiernan ese proceso tan profundamente desconocido que llamamos Universo.
El hombre, que como en otros tiempos buscaba la seguridad de las cuevas, hoy se afana en encontrar un nuevo nicho, esta vez el que proporciona la ciencia, que le dé una cierta cobertura y seguridad en este mundo nuestro. Los logros obtenidos por los estudios llevados a cabo por un grupo de investigadores coreanos y publicados hace tan solo unos pocos meses, han llevado a ver que la clonación, al igual que en su día se hizo con la oveja Dolly, es también asequible y exitosa en los seres humanos. Y que es posible obtener una línea de células embrionarias humanas, con potencialidad para desarrollar cualquier tipo de tejido en el laboratorio, a partir de la transferencia del núcleo de una célula del organismo de una persona determinada a otra célula a la que previamente se le ha extraído su propio núcleo, en este caso obtenida de un ovario. Este proceso al que se ha venido en denominar "clones terapéuticos" permitiría, no la obtención de seres humanos clónicos (posible teóricamente pero no es el fin), sino la obtención de los mismos tejidos que los del ser humano del que se obtuvo el núcleo celular originario. Sería una fuente de células y tejidos frescos del propio paciente, por tanto sin rechazo inmunológico y que se podrían utilizar para la reparación y transplantes en caso de daño por accidentes múltiples o enfermedades degenerativas. Sin embargo, todo esto, que es posible y abre además unas ventanas enormes y con infinitas vistas médicas y terapéuticas, no esta exento de ese agitado debate entre ciencia y creencia, entre humano y moral.
Un paso más en ese avance hacia las entrañas del ser vivo, humano o no, es la consecución de la secuencia del genoma de las aves y los buenos pasos hacia la del primate no humano. No sólo porque, de nuevo, estos hallazgos nos trazan la línea cada vez más nítida de nuestra propia naturaleza humana, anclada y parte consustancial de la naturaleza de todo ser vivo sobre la tierra, sino porque además nos ayuda enormemente en el desarrollo de nuestra búsqueda de esa seguridad biológica (médica en este caso) que veníamos comentando en el parágrafo anterior.
Y en este contexto de la medicina, bien vale siempre una mirada hacia atrás y realizar esa necesaria revisión crítica constante de los logros "falsificados" de ciertos medicamentos que la revista Lancet ha denunciado este mismo año. Y añadido a ello el esfuerzo de la FDA americana que ha puesto ya en cuarentena muchos medicamentos en uso actualmente y algunos otros incluso "obligados" a ser retirados del mercado farmacéutico como ha sido el caso de las así llamadas superaspirinas. Y con la mirada hacia atrás tampoco debiéramos olvidar el cambio climático a que está siendo sometido nuestro planeta con el aumento de las temperaturas y sus imprevisibles consecuencias, ni tampoco la extinción de tantas y tantas especies vivas que están empezando a alarmar al mundo de la biología y con ello dando un aviso a nuestra propia existencia.
Con todo, y ahora de nuevo mirando al futuro, destacar una vez más nuestra ignorancia acerca de cómo funciona nuestro propio cerebro que sigue siendo el gran enigma. Descifrar ese enigma es descifrar la esencia de quiénes somos y de cómo concebimos el mundo y con ello cómo vamos a actuar en él. Nuestros propios conocimientos, incluidos aquellos obtenidos por las más abstractas matemáticas o la proximidad del tubo de ensayo o la lejanía de nuestros brazos kilométricos llamados Oportunidad o Espíritu sobre Marte o nuestras más excelsas concepciones morales, nacen de la historia azarosa de cómo se ha construido nuestro cerebro y como éste, con sus leyes hoy desconocidas, elabora y sin duda crea, nuestra "realidad" y nuestro conocimiento del mundo. Pues bien, paralelo a ese cúmulo de conocimientos que nos enriquece cada año, cada año muchos científicos y pensadores seguimos esperando también la venida de un nuevo Newton o Einstein o Darwin que reoriente la organización de las piezas que componen el puzzle de nuestros conocimientos sobre el cerebro. Se espera la venida de nuevas ideas geniales, en esa posiblemente última gran revolución científica que nos queda por hacer, que cambie nuestros andares por ese Marte rugoso e ignoto que es nuestro cerebro. Porque como señalaba Cajal "mientras nuestro cerebro sea un arcano, el universo, reflejo de su estructura, será también un misterio".